EN POS DE ISTMANIA, Los intentos unionistas en Centroamérica entre 1824 y 1872


"Para sacar de este caos nuestra naciente República, todas nuestras
facultades morales no serán bastantes, si no fundimos la masa
del Pueblo en un todo: la composicion del Gobierno en un todo: la
Legislacion en un todo: y el espíritu nacional en un todo. Unidad,
Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa."
Simón Bolívar

Introducción

El epígrafe del Discurso de Angostura es la razón que hoy otra vez nos convoca para llevar a cabo la única solución de felicidad que tiene la humanidad. Hay muchos dichos populares que hablan de lo indispensable que es para lograr los objetivos básicos de la vida humana; nuestro Libertador Simón Bolívar lo dijo de mil maneras y hoy nuestros líderes revolucionarios lo repiten cada vez que hablan. Es la utopía por la que tanto hemos luchado los seres humanos y que algún día verá la luz: la Unión de los pueblos. En Latinoamérica han sido muchos los intentos de reunificación que ha habido desde nuestra “primera independencia”, de la que hoy estamos celebrando su 200 cumpleaños. Veremos cómo muchos de ellos tuvieron lugar en Centroamérica, a raíz del conocimiento del sueño bolivariano de construir la Gran Patria Suramericana.

Dos consideraciones históricas iniciales surgen como necesarias al intentar el recuento de los movimientos unionistas centroamericanos en el siglo XIX. En primer lugar hay que tomar en cuenta que las capitanías generales y los virreinatos del sur del continente americano lograron su independencia del Imperio español, a fuerza de sangrientas luchas que tuvieron lugar en un período de casi veinte años; la Capitanía General de Guatemala, constituida en el territorio centroamericano, por el contrario, declaró su independencia de forma "pacífica", esto es, sin disparar una sola bala. Por otro lado, es importante saber que debido a los intereses económicos de la metrópoli, Guatemala solo había desarrollado una ciudad, mientras las demás capitales provinciales y todas las demás ciudades permanecían en el más oscuro de los olvidos; eso contrastaba con el desarrollo, en mayor o menor grado pero de forma paralela, de varias provincias o al menos varias ciudades en el resto de cada una de las demás colonias. Las dos razones anteriormente expuestas se proponen con mucha frecuencia en la historiografía centroamericanista como las causas primigenias de la imposibilidad de las naciones del istmo para mantenerse unidas como una sola patria, después de su Independencia del Imperio español.

Es necesario decir, sin embargo, que el pensamiento unionista en Centroamérica, como en el resto de la región, estuvo presente desde su nacimiento y fue en el pasado, así como lo ha sido en el presente, imposible de ignorar. De hecho, Estados Unidos ha demostrado siempre tener muy claro ese conocimiento, desde el momento en que cada vez que los pueblos del continente adelantan algún intento de unión, esa nación está presta a invadir por la fuerza o a impedir por medio de cualquier tipo de negociación que ésta se lleve a cabo. Juan Nepomuceno de Pereda, Ministro Plenipotenciario de México ante Guatemala, decía en su memoria a mediados del siglo pasado:

“El pensamiento de ese pacto común entre los Estados hispanoamericanos, y la reunión de un gran Congreso, en que éstos fueran representados, nada tiene por cierto de nuevo. Casi es tan antiguo como la independencia, y pudiera decirse que asomó con ella. Dos personajes lo concibieron simultáneamente: el Libertador Bolívar, en Colombia, y el sabio don José Cecilio Valle, en Centro-América.”

Así, la historia de los pactos unionistas en el istmo centroamericano se sucede en forma simultánea a la enumeración de los movimientos unionistas en el resto del sur de América. Istmania logró ser una nación institucionalmente unificada por un período de 15 años; posteriormente se redactaron al menos dos constituciones, se firmaron una serie de pactos y se reunieron varias dietas y asambleas nacionales, que nombraron gobiernos y que no llegaron a consolidarse, pero que constituyeron una existencia al menos formal de la unión centroamericana. Al mismo tiempo hubo muchos intentos de reunificación forzosa, en la que jefes militares intentaban mantener dentro de la unidad, por la razón de las armas, a los países de la unión que se rebelaban a ella.

“En términos generales los sesenta años que siguieron a la ruptura de la Federación pueden caracterizarse por la pugna entre los “constitucionalistas” que buscaban la unidad por la negociación y los arreglos constitucionales, y los “liberales”, herederos de Francisco Morazán, para quienes la unión era un recurrente llamado al clarín y la espada.”

Hubo, por cierto, al menos dos intentos de unificar la región centroamericana con la suramericana. Sin embargo, al igual que en el resto de Latinoamérica, la labor constante de los distintos enviados, primero de algunas de las potencias europeas y posteriormente de los Estados Unidos de Norteamérica, tanto desde la instancia diplomática como desde otros flancos diversos, logró boicotear cada uno de los intentos unionistas que llevaron a cabo los pensadores, militares y políticos centroamericanos, evitando así que la patria unificada pudiera ser un hecho, más allá de las palabras escritas en constituciones y habladas en congresos, dietas y asambleas por diversos personeros de todos los bandos internos, que por demás nunca faltaron.

Tanto en el centro como en el sur de Nuestra América , todos los movimientos unionistas fueron torpedeados una y otra vez, porque era evidente que no convenía a los intereses imperiales una región hispana unida, ya que esto determinaría la pérdida de las grandes cantidades de riquezas naturales contenidas en estos territorios, de las que desde muy temprano tuvieron noticias los imperios y en las que todos quisieron meter las manos. Una y otra vez intervinieron, usando métodos tan disímiles como la irrupción bélica directa hasta la infiltración de las reuniones, que terminaban no pudiendo llegar a acuerdo alguno. Poco a poco lograron adormilar las conciencias de los pueblos de la unión y empezaron a montar la estructura jurídica internacional que permitiría, un siglo después, a finales del siglo XX, intentar enterrar definitivamente las ideas de soberanía nuestramericana y convertir de una vez por todas a este hemisferio en su “patio trasero”, por medio de la firma de los tratados de libre comercio.

Pero según el poeta, Bolívar le dijo: "Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo" . Y en eso estamos; en pleno despertar de la conciencia popular de soberanía, de solidaridad, de justicia; de lucha por nuestra unión y de búsqueda de nuestra independencia real, como naciones libres de toda dominación imperial, tal como lo expone Arévalo en su texto:

“La única respuesta verdadera, el único contenido genuino de nuestro antiimperialismo es la lucha por la unidad nacional de América Latina, es levantar la bandera de los Estados Unidos de Latinoamérica, que significará el fin del poder yanqui en el suelo latinoamericano y quizás la conclusión de su poder mundial. La agresividad y potencia norteamericana se apoyan en la explotación de las riquezas naturales de América Latina, su gigantesca semicolonia de reserva. La unidad latinoamericana pondría fin a ese predominio.”

Antecedentes

La Capitanía General de Guatemala, que junto a México formaba el Virreinato de Nueva España, estaba constituida por lo que va desde, por el norte, el actual territorio del estado mexicano de Chiapas hasta, por el sur, el actual de Costa Rica. Aunque esta región no era rica en minerales y metales como otras partes del hemisferio, destacaba por su producción agrícola, principalmente en rubros como las maderas finas, el cacao, el añil para teñir textiles y la caña de azúcar, comercio todo que redundó en la acumulación, tanto de grandes capitales como de enormes miserias.

Ahora bien, en su afán de abrir otras opciones comerciales y por temor a que el ejemplo del desarrollo político español orientase el destino americano por los mismos derroteros de los sectores liberales de la vieja metrópoli, donde habían terminado por imponer una Constitución, los sectores oligárquicos declararon prácticamente sin derecho a protesta, su independencia de la Corona Española el 15 de septiembre de 1821, tras una reunión en la Ciudad de Guatemala, en la que se conformó una Junta de Gobierno provisional, presidida por el, hasta ese momento, Capitán General español, Gabino Gaínza. La nueva República de Guatemala quedaba así conformada por los territorios de la Provincia de Ciudad Real de Chiapas, la Provincia de Guatemala (que incluía a El Salvador y Belice), la Provincia de Comayagua (que aproximadamente es la actual Honduras) y la Provincia de Nicaragua y Costa Rica.

La noticia de la independencia desconcertó a la mayor parte de las oligarquías de las distintas provincias de Centroamérica, que durante todo el período colonial no disfrutaron del mismo tratamiento que tuvo la ciudad de Guatemala, la cual se benefició de las ganancias que producían todas las demás provincias, pretendiendo convertirse en la metrópoli que manejaría el poder después de la independencia.

“Al verificarse en 1821 la Independencia, las poblaciones centroamericanas eran aldeas miserables, asquerosas, desconocíanse las carreteras, los caminos de herradura eran senderos apenas practicables, la agricultura rutinaria y atrasadísima, la ganadería empírica y sin selección, en un atraso inmenso... La enorme incultura de las masas, la miseria económica, la despoblación, la falta de caminos terrestres entre una y otra provincia, el antiguo abandono de las vías marítimas...”

En ese contexto, las autoridades de Guatemala recibieron una carta de Iturbide, que habiendo proclamado la independencia de México a través del "Grito de Iguala", invitaba a Centroamérica a unírsele, con la promesa de un pacto "trigarante" que expresaba claramente el carácter conservador de la proclama emancipadora, reconocía la religión católica y la unión entre mexicanos y españoles y convertía a México en una monarquía constitucional. Todo ello garantizaba la independencia fiscal de la gran nación sin cambio político-económico alguno, lo que por supuesto no fue del agrado de las oligarquías de las demás provincias de la recién constituida república.

Gabino Gaínza convocó entonces a una reunión en enero de 1822 para proponer la incorporación de Guatemala a México. San Salvador y Granada, rehusaron tajantemente desde el principio formar parte del imperio mexicano, porque preferían unirse a la cada vez más poderosa unión de los Estados del Norte de América como estados de la federación, hasta que Vicente Filísola, Jefe Político y Militar de México los invadió y los anexó por la fuerza al novel imperio. De esta manera, la Junta de Guatemala declaraba la anexión a México el 5 de enero de 1822.

El denominado imperio colapsó luego de un año de su implantación y militares republicanos instauraron un estado mexicano. Guatemala y sus provincias se separaron de él (exceptuando la provincia de Chiapas que decidió permanecer unida a México), declarando de nuevo su independencia y pasando a formar las Provincias Unidas del Centro de América, el 1 de julio de 1823. El Congreso del nuevo estado rebautizó al país con el nombre de República Federal Centroamericana y redactó una constitución, que se proclamó el 22 de noviembre de 1824, aún cuando su vigencia efectiva se vio interrumpida en varios períodos de su historia. Las antiguas provincias se transformaban en estados federales y comenzaba así una sucesión de confrontaciones entre ellos, que terminaron por acabar con la República Federal. Sin embargo, había ya en los estratos más liberales de la sociedad centroamericana una tendencia que seguía la filosofía bolivariana, la cual pretendía la unificación de Centroamérica con la América del Sur. En este sentido no se puede dejar de citar a Mirela Quero, cuando relata que en 1823:

“El Bachiller Rafael Francisco Osejo (...) concibió la idea de adherir, bajo la forma federada, la naciente República de Costa Rica a la República de Colombia, encargándose el propio Don Manuel María Peralta y el Br. Osejo de la redacción del texto a presentar al Libertador. Sin embargo, un grupo proimperialista (...) dio un golpe militar a la ciudad capital (...) resultando (...) el fin de la idea federalista con la Gran Colombia (...).”

Antes de eso inclusive, el 10 de febrero de 1822, el redactor del Acta de Independencia de Guatemala, José Cecilio del Valle, decía en su discurso presentado a la Junta Gubernativa, que los intereses de Guatemala “están enlazados con los de la América que antes era sometida, y es ahora independiente del Gobierno español. Todas las naciones de América deben formar una gran familia...” , lo que se constituyó en uno más de los tantos llamados a la unidad de las naciones latinoamericanas. Sin embargo, Del Valle no parece haber vislumbrado como Bolívar el peligro que significaba Estados Unidos del Norte para las naciones suramericanas y propuso una reunión del norte con el sur de América, a fin de planificar y llevar a cabo una unión que él creía beneficiosa:

“Algún día se formará acaso un congreso general que reuniendo representantes de todas las provincias de ambas Américas reúna las luces sobre todos, y pueda meditar, calcular y acordar lo que convenga para sostener su causa y ocupar en el mundo el lugar que debe tener.”

República Federal del Centro de América

La primera constitución de Centroamérica tenía innovaciones tales como su tratamiento de los derechos humanos, en la cual destacaban, entre otros aspectos, la proscripción absoluta de la esclavitud, la consagración del derecho de asilo, la limitación de la pena capital, el establecimiento del jurado y la supresión de los fueros. Se restringían considerablemente las facultades gubernamentales para limitar los derechos civiles y políticos, incluso en caso de graves amenazas o ataques al orden público, lo cual habría de ser un grave obstáculo para las autoridades. La única modificación que se efectuó, en 1832, fue para consagrar en sus páginas la libertad absoluta de cultos.

Parece claro que dicha constitución no tenía como principios fundamentales los intereses de las clases dominantes, porque los ejemplos constituidos entre otros por el levantamiento de los negros y mulatos en Haití y la revolución de las clases populares en Venezuela habían inspirado decisivamente su redacción. Era tal la influencia del pensamiento de Simón Bolívar y las luchas independentistas latinoamericanas en ese momento de la historia de Centroamérica, que:

“La Representación Nacional de Centro-América manda a colocar en el salón de sus sesiones, al lado derecho del solio, el retrato del Libertador Simón Bolívar, con la siguiente inscripción al pie: -La Asamblea Nacional Constituyente de los Estados Unidos del Centro de América decretó en honor del Libertador del Sur americano, poner aquí su retrato.”

Surgía así una grave fractura ideológica en el Estado centroamericano, que separaba a los conservadores (que habían instigado a la separación de España precisamente por los vientos liberales que soplaban allí) de los liberales (que ansiaban justamente extender los nuevos ideales de libertad, igualdad y hermandad que recorrían Europa a la nueva patria). Pero además era claro que enfrentaba a las clases dominantes de la nueva metrópoli con las de sus provincias, tal como lo señala Herrarte: “(...) el error de la Constitución de Centroamérica de 1824 consistió en haber puesto frente a frente a los poderes nacionales omnímodos de los cinco Estados.”

En medio de todo ese clima de hostilidades internas y contra todo pronóstico alentador, el 15 de marzo de 1825 se firmaba en Bogotá un Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre las recién conformadas República de Colombia y las Provincias Unidas de Centro América, que fue ratificado por la Asamblea de esta última nación el 12 de septiembre del mismo año. Ese sería el primer tratado que celebraría Centroamérica como república independiente y una de las primeras señales de que el pensamiento unionista estaba esparciéndose y calando en las fibras de las gentes de todo el continente.

Dentro de ese espíritu, en 1826 el canónigo Antonio Larrazábal y el doctor Pedro Molina asistían al Congreso de Panamá, con poderes expresos para “(...) proponer, iniciar, acordar, y ajustar y concluir con los ministros plenipotenciarios de las demás Repúblicas de América, las medidas, estipulaciones y convenios que exija el interés general del continente(...)” . Ahora se sabe que la reunión de los países de América del Sur convocada por Bolívar para Panamá fue boicoteada desde dentro, incluso antes de que viera luz su primera invitación formal y saboteada por muchos de sus supuestos convocantes en el mismo momento en que se estaba realizando. Pero se puede decir que Centroamérica había hecho su tarea y fue dispuesta a que tuviera éxito.

Francisco Morazán, quien fue fundador y alto funcionario del primer gobierno de la Federación, se convertiría en el jefe militar más importante con que contó la idea de la unión centroamericana, dirigiendo todos sus empeños en mantener unida la República, que había nacido convulsionada por los enfrentamientos de las facciones político-económicas. Llevaba a su ejército donde estallaran las sublevaciones conservadoras para sofocarlas; además tuvo que luchar contra el creciente movimiento contrabandista y contra la Iglesia católica, que era una de las principales fuerzas que instigaban a las insubordinaciones. El unionismo además tuvo que enfrentar el fino trabajo divisionista realizado a través de los años por la Gran Bretaña, para hacer más fácil la labor de seccionar la República con el fin de apoderarse de algunas de sus porciones (Belice, Roatán y la Mosquitia). Era tan crítica la situación, que llegó a haber un intento de España por reconquistar el territorio centroamericano, que fracasó por razones definitivamente alejadas de la capacidad de defenderse de la Nación Centroamericana.

La joven nación estaba herida de muerte. El propio creador de su acta de Independencia José Cecilio del Valle vaticinaba un final infeliz, cuando con cierto dejo de pesimismo escribía sobre el Gobierno de la República de Centro América, que:

“No es un poder independiente, investido de las facultades, rico con las rentas, y fuerte con las fuerzas necesarias para mantener el orden y hacer que la República marche a la prosperidad. Es un ser débil, sujeto a la acción poderosa de los Estados, sin facultades, sin tierras, sin rentas ni fuerzas. Vivirá si los Estados quieren que viva; vivirá el tiempo que quieran los Estados; vivirá de la manera que agrade a los Estados. La Existencia de los Gobiernos de los Estados es una existencia independiente en su administración interior. La del Gobierno nacional es una existencia precaria. El ser de los Estados es fuerte; el de la nación es débil.”

A partir de 1830 se extendió una ola de levantamientos por todo el istmo centroamericano, amenazando con destruir la república. En 1832 Morazán es electo Presidente como sustituto de Valle que murió, pero la guerra civil se generalizó a tal punto, que para finales de esa década no se vislumbraba posibilidad alguna de mantener las cinco provincias centroamericanas como una misma nación. Sin embargo, se encuentran suficientes evidencias bibliográficas de que la idea de la unión ya había quedado escrita con tinta indeleble en las mentes de los pensadores y de los pueblos centroamericanos y no se borraría más.

“Al hacer Centroamérica de cada aldea un Estado soberano –como dijera el gran Sarmiento- habría de resultar imposible que los Estados encontraran su felicidad en el aislamiento. El mismo día de la separación, cada una de las provincias protestaba que pertenecía a la nación centroamericana y que la separación era temporal, motivada por los vicios de la Constitución y la guerra civil. Es así como se inicia el nuevo período caracterizado por esa lucha constante entre la unión y el separatismo. (...) la nación fragmentada pugnaría por su unidad, siguiendo un claro instinto que le señalaba cuál era el camino de su prosperidad y progreso; pero oponiéndose a ello el localismo, los intereses creados, las ambiciones de los caudillos y todas esas fuerzas retrógradas que han hecho que Centroamérica, que pudo ser de las más brillantes naciones hispanoamericanas, sirva de escarnio y ludibrio por su división y sus constantes guerras, por su atraso económico y cultural, por la historia de sus despotismos...”

Los Altos se segregaría de Guatemala, con la intención de formar el sexto Estado de la federación centroamericana en febrero de 1838; pero la Federación quedaría disuelta algunos meses más tarde y su Constitución abrogada de hecho, para dar paso a la declaración de cinco estados independientes. Los Altos volvería a ser parte de Guatemala en 1840.

Años después, Juan Nepomuceno de Pereda escribiría en su Memoria presentada ante el Ministerio de Relaciones Exteriores mexicano, del cual él fue el representante ante Guatemala, una reflexión sobre los sucesos de la historia latinoamericana, en la que consideraba que las naciones hermanas estarían condenadas a vivir separadas unas de otras, por obra y gracia de los designios de los imperios.

“La federación de Centro América sigue el ejemplo de Colombia. Destrozada por una incesante guerra civil, apenas marcó la huella de su existencia; y surgen de sus escombros, los cinco pequeños Estados que hoy representan otras tantas nacionalidades, con las denominaciones de repúblicas de Guatemala, Nicaragua y Costa Rica, y los Estados del Salvador y Honduras, nacionalidades débiles, que carecen de las principales condiciones de existencia, como lo están demostrando los sucesos mismos, y la guerra en que actualmente está empeñada Nicaragua; no siendo suficientes los esfuerzos combinados de estos cinco Estados, para vencer a las hordas del usurpador Walker.”

Morazán seguiría insistiendo en la unificación, desde su destierro en el 39, hasta su muerte; pero la separación era ya un hecho inevitable. Entre abril y septiembre de 1842, llevó a cabo su última campaña nacionalista y unionista, iniciada desde Costa Rica, en medio de la cual el líder fue capturado y asesinado. El prócer escribía a toda carrera su testamento antes de ser fusilado:

“2) Declaro que todos los intereses que poseía míos y de mi esposa, LOS HE GASTADO EN DAR UN GOBIERNO DE LEYES A COSTA RICA, lo mismo que diez y ocho mil pesos (18,000$) y sus réditos que adeudo al Sr. General Pedro Bermudes. 3). Declaro que no he merecido la muerte porque NO HE COMETIDO MÁS FALTA QUE DAR LIBERTAD Á COSTA RICA Y PROCURAR LA PAZ DE LA REPÚBLICA. De consiguiente mi muerte es un asesinato, tanto más agravante cuanto que no se me ha juzgado ni oído. Yo no he hecho más de cumplir con las órdenes de la Asamblea en consonancia con mis deseos de reorganizar la República. 4) Protesto que la reunión de soldados que hoy ocasiona mi muerte, la he hecho únicamente para defender el departamento del Guanacaste perteneciente al Estado, amenazado según las comunicaciones del Comandante de dicho Departamento por fuerzas del Estado de Nicaragua. Que si HA TENIDO LUGAR en mis deseos el usar después de algunas de estas fuerzas para pacificar la República, sólo era, TOMANDO DE AQUELLOS QUE VO-LUNTARIAMTE QUISIERAN MARCHAR, PORQUE JAMÁS SE EMPRENDE UNA OBRA SEMEJANTE CON HOMBRES FORZADOS. 6). Declaro que mi amor á Centro América muere conmigo. Excito á la juventud que es llamada á dar vida á este país, que dejo con sentimiento por quedar anarquizado, y deseo que imiten mi ejemplo de morir con firmeza, antes que dejarla abandonada al desorden en que desgraciadamente hoy se encuentra”.

Para combatir al unionismo, los gobiernos conservadores de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala firmaron el Pacto de Guatemala el 7 de octubre de 1842, por el cual se establecía el desconocimiento de los gobiernos nacidos de revoluciones, previendo que no pudieran capturar a Morazán y ratificaba el rompimiento de todo vínculo con Costa Rica, marcando el definitivo rompimiento de la Patria grande en el istmo.

Otros intentos unionistas centroamericanos en el Siglo XIX

Para la misma época se realizaba la Convención de Chinandega, como resultado de las gestiones del Presidente Justo Rufino Barrios. En esa conferencia se firmó el Pacto de Chinandega el 17 de julio de 1842 entre los representantes de Nicaragua, El Salvador y Honduras. Es así como se conformaba la Confederación de Centroamérica, que tendría un Poder Ejecutivo, un Poder Legislativo y un Poder Judicial comunes y una única representación exterior. Los tres Estados participantes en la Convención ratificaron el pacto y los de Guatemala y Costa Rica fueron invitados a adherirse a él. Guatemala se abstuvo de hacerlo y Costa Rica se adhirió condicionalmente el 6 de diciembre de 1843, con algunas protestas, que no fueron consideradas, por lo que su adhesión no llegó a ser efectiva. La Confederación se disolvió de hecho en 1845.

En 1845 los gobiernos de El Salvador y Guatemala propusieron la reunión de sus comisionados en agosto de ese año en la población salvadoreña de Sonsonate, para reestablecer la unión política de la región. Aunque la conferencia no se pudo celebrar en la fecha propuesta, en febrero de 1846 se reunieron en Sonsonate delegados de Costa Rica, El Salvador y Guatemala. Nicaragua anunció de antemano que no participaría. Los delegados de Honduras llegaron en junio de 1846, cuando ya se habían retirado los de Guatemala. La asamblea que finalmente sería llamada la Dieta de Sonsonate se inauguró el 15 de junio de 1846, con participación de Costa Rica, El Salvador y Honduras y empezó sus trabajos instando a Guatemala y Nicaragua a enviar representantes. El 28 de junio se supo que Guatemala ya había mandado de nuevo su delegación, pero entonces se retiraron las de El Salvador y Honduras. Uno de los dos delegados de Costa Rica, Manuel Aguilar Chacón, falleció. El 10 de julio llegó la delegación de Guatemala, pero como no regresaron las de El Salvador y Honduras, el 5 de agosto también se retiró y el único delgado que quedaba, el costarricense Rafael Escalante Nava, optó también por abandonar Sonsonate.

Otro de los intentos de unificación política fue la Dieta de Nacaome, celebrada en la población hondureña del mismo nombre, con participación de El Salvador, Honduras y Nicaragua. La reunión se inauguró el 22 de julio de 1847 y una de sus primeras decisiones fue la de invitar a Costa Rica y a Guatemala a enviar delegados, pero ninguno de los dos países participó. El 7 de octubre la Dieta aprobó un convenio para crear un gobierno centroamericano provisional y otro para convocar a una asamblea constituyente. Costa Rica y Guatemala fueron invitadas a adherirse a ambos acuerdos. Honduras y Nicaragua ratificaron en su totalidad los dos convenios de Nacaome, pero El Salvador sólo los aprobó parcialmente y no tuvieron efecto.

La Conferencia de León fue una conferencia diplomática celebrada en noviembre de 1849 en León, Nicaragua, entre El Salvador, Honduras y Nicaragua, para tratar de restablecer al menos una parte de la unión política de Centroamérica. En ella se firmó, el 8 de noviembre, un convenio mediante el cual se establecía la Representación Nacional de Centroamérica, un órgano confederado con dos representantes por cada Estado, elegidos por las legislaturas cada cuatro años y que debería reunirse en Chinandega, Nicaragua y elegir un Presidente y un Vicepresidente. Se renovaría por mitad cada dos años y tendría una serie de atribuciones en materia de política exterior y defensa.

En enero de 1852 las autoridades hondureñas reiteraron a las de El Salvador y Nicaragua su propuesta de reunir una Asamblea Constituyente, que finalmente inició sus sesiones en Tegucigalpa en octubre de ese año. La Constituyente aprobó un Estatuto Nacional de la República de Centroamérica y eligió como Presidente de ésta al General José Trinidad Cabañas, pero estos auspiciosos comienzos se vieron súbitamente interrumpidos debido a que tanto El Salvador como Nicaragua rechazaron el Estatuto aprobado. Esto hizo también que decayeran los impulsos unionistas en Centroamérica durante otro período de tiempo.

Nicaragua además, se erigió en República soberana, como ya lo habían hecho Costa Rica y Guatemala varios años antes, iniciando un período de luchas intestinas que solo terminó a mediados de 1856, cuando William Walker prácticamente se había apoderado del país. Ante su invasión y a raíz de la traición de una parte de la sociedad política de esa nación, aliándose con el filibustero estadounidense para permitir el acceso de los piratas norteamericanos al poder de una nación soberana de Centroamérica, los demócratas y los legitimistas acudieron en una voz a solicitar ayuda de los demás integrantes de lo que había sido la unidad político-territorial llamada Centro-América, se pusieron de acuerdo para unirse efectivamente y echar a patadas al enemigo de la Gran Nación. Los Gobiernos de Costa Rica, el Salvador y Guatemala enviaron sus ejércitos para ayudar a los nicaragüenses, pero con la condición de que los partidos rivales y sus líderes se reconciliaran y firmaran un acuerdo de entendimiento deponiendo intereses partidarios. Finalmente, el 12 de septiembre de ese año, el general Máximo Jerez por el partido democrático y el general Tomás Martínez por el partido legitimista suscribieron en la ciudad de León un convenio político de conciliación conocido como el Pacto Providencial (N° 5), con la garantía de los jefes de los Ejércitos de Guatemala y el Salvador.

Este pacto facilitó la lucha en conjunto con las milicias de los otros cuatro países centroamericanos contra las fuerzas filibusteras de William Walker hasta lograr su expulsión. Éstas eran las circunstancias cuando algunos dirigentes políticos, demostrando un alto sentido de responsabilidad y dignidad, supieron apartar sus diferencias y suscribieron un pacto con la intención, no sólo de resolver de inmediato los agudos problemas que afligían a la Patria, sino también de fijar las bases para normar el futuro desarrollo político de la Nación. Si esa hubiera continuado siendo la tónica de las relaciones entre los países del área, posiblemente habría habido un claro avance en el camino de la unidad. Pero ese no fue el caso y aunque en 1858 Costa Rica proponía una nueva Federación, la idea de la unidad se vería cada vez más entorpecida por los intereses tanto internos como externos.

Gerardo Barrios y Máximo Jerez llevaron a cabo lo que se llamó la nueva gesta unionista en 1862, con la organización de algunas tropas en Nicaragua y la pretensión de imponer la unión por la fuerza. Una vez más no resultaba. Pero tal como sucedió durante la mayor parte del siglo XIX en todo el Continente Americano, ese mismo año se planteaba nuevamente la cuestión de la unión latinoamericana en ocasión de buscar adhesiones al Tratado Continental. Esta vez era Colombia la que invitaba a los demás países latinoamericanos a reunirse en un congreso en la capital norteamericana y bajo la égida de esa nación, que tomaría parte activa de lo allí acordado. Al respecto de la invitación colombiana hay una respuesta del Gobierno de Costa Rica, que evidencia que el accionar del país del norte en el hemisferio ya se había convertido en la preocupación generalizada para América Latina:

“(...) si los Estados Unidos de Norte América contrajesen la solemne obligación de respetar y hacer respetar la independencia, soberanía e integridad territorial de sus hermanas las repúblicas de este continente; no anexar ni por vía de compra, ni bajo cualquier otro título, parte alguna de sus territorios; de no permitir expediciones filibusteras, ni atentar de modo alguno a los derechos de estas comunidades. Nuestras repúblicas, apoyadas en un tratado de esta naturaleza, admitirían sin desconfianza y sin preocupaciones por el porvenir, su íntima alianza con el pueblo norteamericano; (…)”

En 1865 surgieron de nuevo las iniciativas unionistas armadas, que derivaron en una gran confrontación entre El Salvador y Honduras por una parte y Guatemala y Nicaragua por otra. Honduras se independizaba definitivamente como el último Estado de la Unión en hacerlo, lo que establece un hito en la historia de Centroamérica. Sin embargo, el 23 de enero de 1865 se firmaba el Tratado de Unión y Alianza Defensiva entre Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y El Salvador, lo que permite afirmar que la idea de la unidad latinoamericana permanecía viva en ese momento.

El 7 de febrero de 1872 empezó la Conferencia de La Unión, llamada así por la firma del Tratado de Unión Centroamericana en¬tre Costa Rica, Honduras, Guatemala y El Salvador, en la que se establecía en su artículo 3, que:

“La conservación de la paz entre las repúblicas Centroame¬ricanas es un deber estricto de sus respectivos Gobiernos y pueblos, y las desavenencias que entre ellas se susciten, cualesquiera que sean los motivos, serán arregladas conciliatoriamente, interponiendo sus ofi¬cios los Gobiernos que no tuvieren parte en la cuestión; y, en caso de no haber avenimiento, se sujetarán al juicio arbitral de la autori¬dad centroamericana que se establezca, o al de un tribunal de árbi¬tros compuesto de representantes de los Gobiernos centroamericanos neutrales.”

Se firmaron así una sucesión de acuerdos de paz y amistad bilaterales, destinados a restablecer la federación centroamericana, disuelta en 1839. En esos tratados se instituía una Dieta o corte arbitral, que se constituía en una institución nacional, más que en una corte internacional de arbitraje o apelaciones, entre cuyas atribuciones estaba la especial de diri¬mir, por medio del arbitraje, los conflictos que sobrevinieran entre dichas repúblicas. Sin embargo, casi inmediatamente estallaba una guerra entre El Salvador, Guatemala y Honduras, que el Tratado de la Unión no pudo impedir y que de nuevo entorpecería la realización de la reunificación.
Terminaba el año 1872 con lo que fue el primer proyecto de la Conferencia de Amapala, que no sería una realidad hasta 1895 y que será el objeto de estudio en una parte ulterior de esta investigación.

Caracas, 2009