Hispanoamérica, Iberoamérica, Latinoamérica: UN CONTINENTE DEFINIDO DESDE AFUERA 1876-1913


“Europa, el mundo occidental,
vivió una situación singular ante la evidencia de un territorio
que obligó a repensar los límites del conocimiento que del universo tenían,
repercutiendo en la construcción del imaginario colectivo …”
Justo Sierra

Proemio

La observación científica implica necesariamente una intervención en el fenómeno estudiado; debido a ello, el investigador debe reportar en sus conclusiones el margen de error que puede estar implicado en ellas. En el caso de las ciencias sociales, ese margen es inmensurable, porque los fenómenos son sucesos históricos, causas y consecuencias de las relaciones entre personas, por lo que hay una más alta probabilidad de que las definiciones finales resulten contaminadas por la subjetividad de los terceros, que son los científicos.
Se puede considerar como un claro ejemplo de este caso lo que se lee en la revista hispana La Ilustración Española y Americana, publicada a principios del siglo XX: “[…] en 1892 se conmemoró el cuarto Centenario de la invención del Nuevo Mundo.” Encontramos al investigador Edmundo O’Gorman, que a finales del siglo afirmaba sobre ese tipo de conclusiones: “[…] la clave para resolver el problema de la aparición de América estaba en considerar ese suceso como el resultado de una invención del pensamiento occidental.” Estas referencias bibliográficas son demostración de la definición que los científicos sociales europeos hicieron del fenómeno cultural compuesto por el territorio y la gente que se encuentra entre la Tierra del Fuego y el Río Bravo, sin deslindar las subjetividades personales.
Se comprende entonces cómo las definiciones que componen el título de este artículo comparten una característica: a partir de una observación que se supone científica, se concluye que Europa es el punto de partida del ser social americano. Ahora, si bien es una verdad que parte de la composición social americana es europea, no es menos cierto que la falta de mujeres en las primeras expediciones invasoras hizo que el intercambio sexual entre propias y foráneos, resultara en una formación cultural diferente a las dos originarias. Además es necesario agregar que ya en la actualidad somos 500 años de resistencia indígena, contenida en la sagacidad de los valerosos pueblos autóctonos, que sobrevivientes del holocausto, lograron huir a las zonas más inextricables del continente y mantener intactos sus formas físicas y sus modos sociales. Igualmente somos al menos tanto tiempo como edad tiene la Madre África, que con su negra obstinación, no solo conservó en América sus cosmologías, sino que además impuso su fenotipo en la mezcla genética de gran parte del continente. Y somos el pulmón del planeta y las más grandes cuencas hidrográficas… y el cobre y la plata… y el maíz y la papa y el chocolate… y los titíes y las guacamayas... y aún somos más… somos…
“(…) toda la fogosidad generosa, inquietud valiente y bravo vuelo de una raza original, fiera y artística.”
En este ensayo se presenta parte de la documentación que custodia el Archivo Histórico de la Cancillería venezolana, en la que se evidencia la existencia de diversas corrientes ideológicas que pretendieron definir el ser suramericano, a la vez que combatir al creciente movimiento panamericano a finales del siglo XIX y principios del XX, con ideas que abarcaban conceptos tanto de unión como de integración entre las antiguas colonias españolas en América y con los países latinos de la vieja Europa, que necesitaba reestablecer el flujo de los beneficios que disfrutó hasta los inicios del siglo XIX. Y si tal como lo expone Heredia en su estudio sobre la historiografía de las relaciones internacionales latinoamericanas…
“[…] Europa y Estados Unidos observaban a América Latina según sus propios intereses y motivaciones.”
…este artículo también tiene como fin último abundar en la discusión sobre lo que somos y “adonde vamos y […] adonde no queremos ir o volver” . El Maestro José Martí lo dijo de esta forma:
“En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se administra en acuerdos con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.”

Antecedentes

Aunque es cierto que hay autores que se refieren a Unión de los pueblos e Integración regional de manera indistinta, ambas denominaciones se han desarrollado semánticamente como conceptos diferentes. Mientras que el primero se refiere a un viejo anhelo de unidad socio-política de los pueblos y es una bandera antiimperialista de las organizaciones populares, el segundo alude a acuerdos comerciales y arancelarios entre los empresarios privados y/o entre los estados.
Para Bolívar, la UNIDAD de la América de habla hispana era el objetivo a lograr después de la independencia, porque a diferencia de los planteamientos de nuestras oligarquías y de la monarquía española, el Padre de nuestra Patria Grande creía que la característica que nos hace uno es una historia común: este territorio fue invadido en una misma época, los pueblos nativos cruelmente asesinados o subyugados hasta la muerte y los africanos traídos por millones, muertos en el camino o esclavizados de por vida. Todos los sobrevivientes del gran genocidio americano, resistieron y se fortalecieron escondidos en territorios de poco acceso o como sirvientes esclavos de las casas o plantaciones de las oligarquías. Incluso, los descendientes de los españoles que vinieron en los primeros tiempos de la invasión, que con el tiempo se convirtieron en las oligarquías criollas, fueron siempre tratados por la Metrópoli como hijos “bastardos”, a los que se les negaba la mayoría de los derechos civiles, políticos e incluso económicos, que estaban reservados a los peninsulares; a cambio se esperaba de ellos que sostuvieran eternamente con sus negocios la negligente corrupción y el insaciable apetito peninsular por el oro y las demás riquezas americanas.
Así, el llamado a reunirse en una gran confederación, se hizo en virtud de lo que el Padre de Colombia llamaba la necesidad de los pueblos del sur del Río Bravo de unirse, “menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria.” ; pero la reunión suramericana en Panamá, convocada por él para 1826, fue abortada y una vez consumada la prematura desaparición física de quien había logrado mantener la frágil unión, se hacía evidente que las fracturas entre unos gobiernos y otros, favorecería sólo al que lograra prevalecer como hegemón del hemisferio.

Integración

A partir del fin de la Guerra Civil estadounidense, cuando el desarrollo industrial comenzaba a cambiar de continente y con él, la acumulación del capital, Europa empezó a reunir enormes excedentes de gentes desocupadas, a las que había que encontrar destino, so pena de repetición de los sucesos de la Revolución Francesa. En este marco, empezó a gestarse la idea que posteriormente sería parte de “la leyenda negra”, según la cual, si se repoblaba la América, esta vez de forma controlada, se podría “tecnificar” los países del sur, tal como supuestamente había sucedido en el norte de América.
De esta forma, desde mediados del siglo XIX, gobernantes e intelectuales de los países de habla hispana del continente americano, a la saga de los poetas y de los arquitectos nacionales, “se reenamoraban” de la cultura europea no ibérica, reflejando cierto grado de nostalgia por un ya irreversible pasado virreinal. Todo lo que viniera de la Europa no hispánica tendía a ser considerado “culto”, a diferencia de nuestras costumbres criollas, que eran tenidas como el resultado espurio del mestizaje entre lo incivilizado de aquí y lo más infame de allá. Francia sobre todo, representaba lo más granado de la cultura moderna universal y había que seguir sus pasos.
“La Francia decimonónica ofrecía, además, instrumentos ideológicos idóneos para recoger los fundamentos de la modernidad. Particularmente influyente fue el positivismo, ya que éste brindaba a los intelectuales latinoamericanos un instrumento de gran utilidad para hablar del atraso de sus países, para explicar su historia y esbozar su futuro, partiendo de que la sociedad no estaba sana y de que había que corregirla con reformas, por medio de la ciencia y la enseñanza.”
Una de las medidas que se tomó en la mayoría de los países del sur del continente fue la firma de tratados a través de los cuales los países europeos mandarían grupos de colonos, que ayudarían con sus conocimientos, tanto teóricos como prácticos, a desarrollar nuestras atrasadas economías rurales, mientras que a la vez, contribuirían con sus remesas a descargar las de sus países de origen. Otra de las políticas adoptadas por muchas de las naciones suramericanas fue romper, de una manera franca o de forma paulatina, con la iglesia católica, que además de representar culturalmente todo lo conservador, lo no moderno, se constituía en un ancla para los negocios, porque Roma, con sus concepciones feudales de la economía, pretendía seguir tomando parte fundamental en las decisiones de Estado de las jóvenes naciones.
Así nacía el Latinoamericanismo o Panlatinismo. En México su máximo exponente fue Justo Sierra, quien lo veía como…
“el faro que podía guiar los destinos culturales de los pueblos latinos, servir de ejemplo en lo político, así como favorecer la integración de todos los países en una idea común de defensa del carácter latino frente a la amenaza anglosajona”
En el resto del continente estaban como ejemplos, el peruano Francisco García Calderón y el uruguayo José Enrique Rodó, los cuales impulsaban teóricamente la idea.
El principal órgano de divulgación de esta corriente en Europa fue el llamado “Congreso Internacional de los Americanistas”, cuyo surgimiento y promoción original se debió a los franceses en 1875 y de lo que se encuentran rastros en el Archivo Histórico de la Cancillería venezolana, con la invitación hecha por el Ministro plenipotenciario alemán al Gobierno venezolano en el año 1888, para la VII reunión del organismo, a reunirse en Berlín entre el 2 y el 5 de octubre de ese año . Nuestro país no asistió y de hecho el único país americano presente en esa edición fue Brasil; pero podemos saber los planteamientos por el resumen que se encuentra en el Boletín de la Real Academia de la Historia de España , aún cuando no se encuentra el programa en nuestros archivos. Sabemos que algunas explicaciones sobre el origen de los americanos eran tan increíbles que en las mismas primeras reuniones se hizo burla de ellas y que la única lengua oficial de las siete primeras reuniones del congreso fue el francés, lo que abunda en la idea del eurocentrismo de la organización . Además entendemos, por la bibliografía encontrada, que la idea era convertir lo latino de Europa en el origen único de las culturas americanas.
Para hacer frente a esa especie, que excluía a España de toda consideración, a partir de los años sesentas del siglo XIX, la idea de “la raza hispánica” se ponía en boga y los autores más connotados de la Península escribían frecuentemente sobre que ella debía permanecer junta, porque a eso estaba destinada por los mandatos de la sangre: eran los argumentos de lo que se denominaría el Hispanoamericanismo. Pero aunque los empresarios españoles insistieron reiteradamente en la idea de la integración con las antiguas colonias americanas, todo apunta a que los gobiernos peninsulares nunca lograron darse cuenta de que aquella sería la última oportunidad en el siglo XIX de recuperar la gallina de los huevos de oro: la historia es fehaciente demostración de la incapacidad de la monarquía española para integrarse a la esfera del creciente capitalismo, inclinando la balanza hacia la hegemonía mundial de la cultura anglo-sajona.
Después de mucho insistir, los empresarios e intelectuales españoles lograron que su gobierno apoyara la iniciativa, que cristalizaría con la creación de la Unión Ibero-Americana y en la celebración de distintos congresos y conferencias, de lo que la Celebración del Cuarto Centenario del “Descubrimiento de América” y la institución del 12 de octubre como “Día de la Raza”, serían la cumbre. Pero como lo evidencia Celestino del Arenal en su libro Política Exterior de España hacia Iberoamérica:
“La conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América, a pesar de los intentos realizados por la Unión Iberoamericana, creada en 1885, pasó con más pena que gloria, correspondiendo la mayoría de los modestos actos y celebraciones a la iniciativa privada, lo que da idea del escaso eco que lo americano tenía todavía en la España oficial.”
Y cuando los españoles se dieron cuenta de que tendrían que enfrentar la doctrina “América para los norteamericanos” era algo más que tarde: ya Estados Unidos tenía como aliados incondicionales algunas de las oligarquías del continente, que convencidas de que el liberalismo económico era la solución más viables para el crecimiento, habían inducido a sus gobiernos a aceptar la convocatoria hecha por los estadounidenses a la Primera Conferencia Panamericana, que crearía la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas , organismo que evidenciaría ser el llamado a solidificar la nueva estructura imperial.
De esta forma, con muy poco a su favor, la Unión Iberoamericana nacía formalmente el 22 de marzo de 1885 en el Paraninfo de la Universidad Central de Madrid , como un órgano no gubernamental, para la promoción de la cultura hispanoamericana en los países de habla hispana del continente americano. Pretendía ser, según sus estatutos
“[…] una Asociación internacional que tiene por objeto estrechar las relaciones de afecto sociales, económicas, artísticas y políticas de España, Portugal y las Naciones americanas, procurando que exista la más cordial inteligencia entre estos pueblos hermanos.”
Era una iniciativa de los privados, que contó con relativo apoyo de los gobiernos de los diferentes estados y no llegó a tener verdadera influencia y poco menos que ninguna trascendencia en las realidades que después se verificarían en Latinoamérica o en el mundo. Para 1889 el proyecto de la Unión Ibero-Americana era remitido a la Cancillería venezolana por nuestro delegado a la Exposición Universal de París. Pero una vez celebrada la Primera Conferencia Panamericana en Washington en 1889 y con la Oficina de Repúblicas americanas funcionando como un receptáculo de información de la organización económica de cada una de las naciones de habla hispana en el continente, en función de que la organización panamericana arrancara verdaderamente aceitada, el proyecto de unión iberoamericana pareció haberse quedado dormido en el limbo de los tiempos. Hay que recordar que en este marco, se sucedía la guerra hispano-norteamericana por Cuba, lo que además dificultó que España se ocupara de otros asuntos; es preciso no olvidar que en ese momento los negocios de la península iban de mal en peor, lo que hacía que la guerra se hiciera mucho más pesada y que todos los esfuerzos se concentraran en la idea de conseguir recursos para continuar con el intento de no perder Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que eran las últimas colonias, que les reportaban ingresos fiscales.
Ya hacia mediados de 1900, España que acababa de perder sus últimas posesiones de ultramar, trataba de recomponerse y apoyada en la conveniente existencia de la Unión Ibero-Americana, invitaba al Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, por medio de la Junta de Patronato, al Congreso Social y Económico Hispano-Americano, a celebrarse en Madrid, en octubre de 1900: la Primera Conferencia Panamericana se había celebrado apenas meses antes. Antonio Zárraga, Cónsul General de Venezuela en Madrid, era el designado para asistir al Congreso . Los gobiernos americanos aceptaron las invitaciones hechas por los españoles, muchos de ellos con escepticismo y sin muchas esperanzas de que los ofrecimientos de los españoles superaran a los de los norteamericanos, que ya despuntaban en el mundo, como una de las grandes potencias mundiales. Los norteamericanos prometían protección, desarrollo, en fin, futuro; los españoles, por su parte, prometían pasado, familia, origen, todos ellos vanos, si se consideraba que los americanos tenían muy cerca la experiencia de haber sido tratados como la parte vergonzosa de la familia hispana por cerca de cuatro siglos.
Había en ese momento un tema muy álgido, que se discutía en los círculos diplomáticos, tanto con los norteamericanos, como con las demás potencias mundiales: era la cuestión del arbitraje, ya que todos los países del continente tenían cuestiones de límites fronterizos que habían causado o habían sido causa de conflictos bélicos a todo lo largo del siglo XIX. El tema revestía una importancia capital para Venezuela, que tenía en discusión varias zonas del territorio original en reclamación ante otras naciones hermanas, así que debía ser tema de discusión. En función de ello, la Cancillería venezolana preparó un papel de trabajo para exponer en ese congreso, denominado “El Arbitraje en Venezuela” . Es claro que el planteamiento venezolano no tuvo cabida en las reuniones previamente preparadas por los españoles y lo que se aprobó al respecto fue una especie bastante superficial, que no satisfacía los intereses de nuestra nación, pero al parecer de ninguna otra.
Los discursos de los notables españoles fueron palabras llenas de cordialidad y de grandilocuencia, pero no contenían planificación alguna. Probablemente un poco por no causar desavenencias y un poco por el desconcierto causado por el asombro de que la organización del Congreso había dispuesto que no todos tuvieran la oportunidad de exponer sus problemas y sus criterios, los pocos discursos que se dijeron fueron una suerte de generalidades. La intervención de Antonino Zárraga, cónsul y delegado venezolano, no fue la excepción; generalidad tras generalidad no llenó siquiera una cuartilla de palabras que no enriquecieron o empobrecieron la discusión. Aunque parece haber sido una sorpresa para algunos, la designación del mexicano Justo Sierra como representante de todos los delegados latinoamericanos parecía esperable: él tenía un trabajo hecho sobre el problema de la identidad latinoamericana, en el que como podemos ver en el ensayo de Fausta Gantús , llegaba a la conclusión de que lo mejor para los suramericanos era aliarse al eje hispano-francés, en el cual reconocía nuestra personalidad, en contraposición de la de los norteamericanos:
“Si esta doctrina [la Monroe] no sólo quiere decir que las naciones europeas no deben tener una intervención en los asuntos políticos de las americanas, sino que las grandes obras que hay que ejecutar en los países del más acá del Bravo no pueden hacerse sin el beneplácito, mejor dicho, no pueden hacerse sino por los americanos, no podemos asentir a ella. Los americanos del norte nos tratan con este motivo como si en realidad no existiéramos o como si se nos pudiera suprimir de un golpe.
También tenemos intereses, y si para desarrollar nuestra prosperidad necesitamos de obras inmensas en desproporción absoluta con la potencia de nuestros capitales, nadie nos impedirá sacar estas obras al mejor postor, y si las compañías europeas nos ofrecen condiciones más ventajosas que las americanas, darles nuestras concesiones.”
Las conclusiones aprobadas por el Congreso Social y Económico Hispano-Americano pudieran parecer en este momento generalidades, pero la realidad es que si España hubiera podido hacer que esas conclusiones fueran vinculantes, hubiera asegurado en ese momento su posibilidad de hacerse con la libertad aduanal en las naciones americanas, de la que Estados Unidos pudo beneficiarse en su momento. Pero la verdad es que ni España tenía la industria para satisfacer el creciente mercado latinoamericano, ni los gobiernos de la América de habla hispana estaban dispuestos a hacer ese trato con la península, tal como poco tiempo después serían convencidos de hacerlo con el gigante del norte.
En octubre de 1900 el Embajador venezolano en Estados Unidos remitía a la cancillería venezolana un informe mostrando algunas opiniones estadounidenses sobre las posibles consecuencias del Congreso Social y Económico Hispano-Americano en Madrid . Sin embargo, la apreciación norteamericana sobre el Congreso aparece claramente expuesta en The New York Times en su edición del 20 de noviembre de 1900, en la que dice lo siguiente:
“Aún aquellos que simpatizan con el movimiento que lideró el Congreso Hispano-Americano, dijeron en un despacho especial de Madrid, no estar satisfechos con los resultados del congreso. […] No fueron muchos los delegados y los discursos ofrecían en su gran mayoría, generalidades en vez de soluciones prácticas.”
Pero el haber hecho espacio en tres ediciones de uno de los diarios más importantes del país (11, 13 y 20 de noviembre) para hablar sobre el congreso hispano-americano, deja en claro que la idea de la reunión llamó en principio la atención de los norteamericanos; por otro lado, sin embargo, si bien la línea editorial debió haber sido en principio menospreciar cualesquiera fueran las conclusiones que tuviera la reunión, los resultados del congreso no fueron en realidad tan preocupantes y el pequeño espacio dedicado al artículo para el reporte final del congreso fue algo menos que el dedicado a una noticia de relleno en la consagrada publicación estadounidense.
No hay evidencias en el Archivo de la Cancillería del seguimiento de las conclusiones del congreso. Pero hay una comunicación de 1902 en que el Presidente de la Comisión Internacional Permanente del Congreso Social y Económico Hispano-Americano, informa al Gobierno venezolano sobre la tarifa de funcionamiento que hay que pagar a la organización, según los acuerdos llegados en el congreso. Es de suponer que esa tarifa no fue pagada por Venezuela, a diferencia de las cuotas establecidas por la Oficina de Asuntos Americanos . Es de hacer notar que ese fue el año del bloqueo de las potencias europeas a las costas venezolanas y el ambiente dejó de ser favorable para la discusión de tratados diplomáticos con Europa que no tuvieran que ver con la acción bélica. A partir de allí, las conferencias panamericanas empezaron a regir la diplomacia en toda la región y cambiaría la política internacional latinoamericana y particularmente la venezolana con respecto a las relaciones económicas, que se centrarían en sus relaciones bilaterales con los Estados Unidos de Norteamérica. La última noticia formal que tenemos del congreso es en 1909 cuando Jesús Pardo, Secretario General de la Comisión Internacional Permanente del Congreso vuelve a recordar a Venezuela el pago a la organización para su funcionamiento.

Insurgencia unionista

Hacia mediados del siglo XIX, surgía entre los intelectuales americanos de habla hispana, un movimiento muy fuerte que propugnaba la unión de los países del sur y del centro de América, con el fin, no solo de definir sociológicamente el continente desde las peculiaridades propias de nuestros pueblos, sus formas de relacionarse y sus modos de producción, sino también los de construir una sociedad nueva. Entre ellos había diferencias de argumentaciones: unos tenían posturas típicamente positivistas, desde las cuales planteaban la necesidad de reformar la cultura vernácula por medio de las mezclas con los europeos, en el entendido de que ello elevaría el nivel étnico de los habitantes de esta parte del mundo, acelerando de esa forma la industrialización del continente. Otros ya abrazaban las ideas socialistas y planteaban la utopía de reunificarnos en virtud de la historia común, los intereses culturales compartidos y la cercanía geográfica para propiciar una sociedad con justicia social. Inscrito en esta vertiente se encontraba el peruano José Carlos Mariátegui:
“Hispanoamérica, Latinoamérica, como se prefiera, no encontrará su unidad en el orden burgués. Este orden nos divide, forzosamente, en pequeños nacionalismos.
(…)
A Norteamérica sajona le toca coronar y cerrar la civilización capitalista. El porvenir de la América Latina es socialista.”
Además, ese grupo se componía de nombres tales como el Maestro José Martí, el colombiano José María Torres Caicedo y el brasileño Manoel Bomfim y lo que parece evidentemente común en esos pensadores de América del Sur, tiene que ver con la necesidad de unirse en contra de la hegemonía que prometía imponer los Estados Unidos de Norteamérica sobre la soberanía de todos los pueblos del continente. Sin embargo, la generalidad de este pensamiento fue volcado en cartas, revistas y artículos que solo tuvieron alguna trascendencia en los círculos académicos del continente y en alguna medida del mundo, pero poca o ninguna a nivel de políticas de Estado.
Una de las pocas muestras de esa influencia en la política interna venezolana la hallamos en los documentos depositados en el Fondo de esta Cancillería, según los cuales en 1880 el entonces Presidente venezolano Antonio Guzmán Blanco, habría emitido un decreto con el cual ordenaba la creación de una comisión que estudiara la factibilidad de la reunificación de la antigua (Gran) Colombia y de una alianza de ese tenor con el resto de las repúblicas americanas . A pesar de haber sido un mandato presidencial y a despecho de haber sido conformada dicha comisión, ella no parece haber tenido unos resultados de los que se pueda decir mucho. Al menos en los archivos de la Cancillería no ha quedado rastro alguno del informe que debería haber presentado la comisión o de las gestiones que hubieran debido ser hechas en función de la elaboración de dicho informe.
Ese resultado era hasta cierto punto predecible, ya que a pesar de la necesidad de unificación americana que ya se había detectado en los círculos intelectuales, cada uno de los gobiernos del área luchaba por posesionarse o mantenerse en el poder en sus respectivos países, haciendo difícil la posibilidad de lograr la reunificación. Siete años después, José María Autrán elaboraba un plan general para una confederación iberoamericana, en atención a la solicitud que el mismo Guzmán Blanco le hiciera personalmente . De la comunicación que Guzmán dirigió a Segismundo Moret, Ministro de Estado español, se desprende que el venezolano consideraba menos peligrosa una federación con los españoles antes que con los ingleses . Pero finalmente, con la invitación a la Primera Conferencia Panamericana en Washington en la mesa y el fracaso en la convocatoria a la unión de las repúblicas de habla hispana del continente, “el Ilustre Americano” , ya en su rol de embajador de la nación venezolana en Francia, advertía al gobierno latinoamericano la conveniencia de evaluar muy bien las propuestas de federación, tanto norteamericana como europea, a fin de determinar cuál era la menos inconveniente a los intereses del país .
De esos documentos diplomáticos se puede desprender que efectivamente en Venezuela había dentro del Estado al menos una corriente que pugnaba por la recuperación del ideal bolivariano de unificación, al que Antonio Guzmán Blanco adhería. Así mismo, es evidente la preocupación que tuvo el Ilustre Americano por la evolución de los acontecimientos, una vez que Estados Unidos se posesionara de su papel de guardián de los intereses comerciales de toda América. Sin embargo, no parece haber tenido suficiente influencia como para lograr una reflexión seria al respecto y su correspondencia ha quedado para la posteridad como simple parte del anecdotario de la historia nacional.
Consideramos necesario nombrar al menos dos últimas piezas en esta relación de movimientos que pretendieron enfrentar al Panamericanismo en América del Sur. En primer lugar, la convocatoria al Congreso Suramericano de Derecho Internacional en Montevideo en 1889, hecha por los gobiernos argentino y uruguayo, en función de reunir los países del área, luchar contra la “…tendencia aislacionista argentina respecto de todo intento de concertación regional” y probablemente preparar un frente común ante la Primera Conferencia Panamericana, que ya había sido convocada por los Estados Unidos. Venezuela se excusaría de asistir a Montevideo en 1889, invocando limitaciones de tiempo y de distancia ; pero es probable que privaran consideraciones que tenían que ver con el liderazgo que en dicha reunión se ejercería, ya que había sido convocada por quienes hasta ese momento no habían estado dispuestos a suscribir ninguno de los planes unionistas que fueron presentados por los gobiernos de los países del norte de Sur-América. Aunque el Congreso tuvo como saldo varios tratados entre naciones suramericanas, algunos de los cuales fueron ratificados por varios países, Venezuela no suscribió ninguno de ellos.
En segundo lugar, un hecho completamente aislado que se encuentra en el Archivo de la Academia venezolana de la Historia: copias de documentos del archivo de la legación española en Caracas reflejan que para 1852, el ministro residente de Brasil llegaba a Caracas con la intención de arreglar cuestiones de límites, manifestando el interés de su país por forjar una alianza sur-americana que Itamaraty encabezaría, a fin de enfrentar la “insaciable ambición de la raza anglo-sajona.”

Post-scriptum

Desde el nacimiento de la doctrina bolivariana hasta el presente, muchos han sido los intentos y los autores de la construcción de la Gran Patria Suramericana y de la realización de la unión de los pueblos de la América de habla hispana. Igualmente múltiples han sido las zancadillas, los sabotajes, los tropiezos y los fracasos. Pero los pueblos suramericanos nunca se han dormido, siempre han tenido en la mente y en el corazón la semilla de la insurgencia, que se ha manifestado de distintas maneras. Y estamos en ello, nunca hemos dejado de estarlo. Vamos hacia la UNIÓN que Bolívar soñó. Y más que eso; caminamos hacia la hermandad, hacia la equidad, hacia la justicia. Cada asesinado, cada torturado, cada mutilado de la ignominia volverá hecho millones, como predijo Tupac Katari y un día estaremos realmente cerca de nuestros sueños, tan cerca, que habrá que construir otros sueños para llenar el vacío de los que en ese momento serán realidad.


BIBLIOGRAFÍA

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