Los últimos intentos de integración (preparando la región para la globalización) 1970 - 1989 (parte 3)




Una de ellas es que mientras la estratificación y la movilidad social fueron impulsadas en los países desarrollados con el “estado de bienestar”, en los países pobres se hacía a través de la “descolonización” y el “desarrollismo”; ello aumentó las divisiones de los trabajadores en aún más estratos y sectores, disminuyendo los derechos sociales y ciudadanos efectivos de las mayorías, pero alimentando la falsa esperanza de alcanzarlos con “el desarrollo”, que traería la aplicación del Nuevo Orden Económico Internacional.
Es interesante notar que hubo la necesidad de crear una corriente de “opinión ilustrada” que “presionara” sobre los políticos de dichos países “atrasados”, para que aceptaran lo que estaba planteado en las resoluciones de la ONU sobre el Nuevo Orden Económico Internacional, supuestamente destinadas a ayudar a su desarrollo.
Lo importante del caso es que tanto los miembros del Club de Roma como los autores del informe RIO parecen, a pesar de todo, convencidos del hecho que los diferentes países atinentes al primero, segundo o tercer mundo, estén suficientemente concientizados –aunque muchas veces sus gobiernos por conveniencia política lo nieguen- de la necesidad, desde sus diferentes posiciones de interés, de avocarse al problema de la construcción del nuevo orden internacional, por interés mutuo. La opinión ilustrada de todos los países está ayudando con su presión a que los gobernantes tomen las medidas necesarias para encarar la perentoria tarea de ir construyendo un nuevo orden internacional.[1]
Si el Nuevo Orden era tan bueno, resulta al menos extraño que hubiera algún tipo de resistencia en los gobernantes de las naciones del Tercer Mundo para aceptarlo; sucedió que la mayoría de esos líderes tercermundistas no convencidos de las bondades del “nuevo orden internacional” fueron muertos más temprano que tarde en circunstancias casi siempre violentas. En Latinoamérica, con la confección del Sistema Interamericano ya se había adelantado, permitiendo que se tejiera punto por punto, aunque en muchas ocasiones a regañadientes, la superestructura jurídico-política necesaria para su establecimiento, pero había que amarrar esa idea con hilos de acero.
La Deuda (…) promueve la comprensión de las secuencias políticas que han puesto en condición el dispositivo y tiene sentido, en la medida que permite delatar los artificios que ocultan la estrategia capitalista. [2]
Para mediados del primer período presidencial de Richard Nixon, la venta indiscriminada de bonos de deuda estadounidense había causado que el crecimiento del país tendiera a la baja (compensación-crisis) y que la inflación tomara un rumbo ascendente. Nacía el fenómeno económico del siglo XX: la estanflación. Ahora bien, para 1971, con el fin -supuestamente- de corregir el rumbo de la economía doméstica, el gobierno de Estados Unidos anunció su disposición a no cumplir más el compromiso de no emitir más de 37 dólares por onza de oro en reserva, lo que provocaría la subida del precio del metal y causaría la devaluación del dólar, fortaleciendo su economía financiera.
Mientras tanto, desde el Sistema Interamericano se presionaba para que los países latinoamericanos se pusieran a la vanguardia, en cuanto a la disposición a reorganizar las estructuras jurídicas internas de cada nación, con el fin de que fuera no solo posible sino necesario para cada estado entrar en la vorágine de préstamos internacionales, para la construcción de megainfraestructuras tales como autopistas, carreteras, puertos, aeropuertos y represas, que estuvieran al servicio de los negocios de extracción de materias primas, que serían utilizadas por las grandes transnacionales para sacar las materias primas de los países, pero que serían pagadas por los estados por medio de financiamientos otorgados por bancos internacionales, que serían cancelados con una parte importante de la recaudación fiscal que con las mismas obras se obtuviera.[3]
Aunque dichas obras parecían en principio dirigidas al desarrollo de los países, la experiencia fue que cuando se acababa la materia prima en la zona explotada, la transnacional dejaba de hacerle mantenimiento a la carretera o abandonaba las instalaciones portuarias; y la inversión que apenas estaba empezando a ser pagada por el país, se perdía por falta de mantenimiento, porque dicha obra no había sido hecha tomando en cuenta las necesidades de la nación, sino las de las empresas que las hicieron, las usaron y las seguirían cobrando casi por siempre. Ejemplo de ello es la propuesta de construcción de un puerto en el sur del Lago de Maracaibo, para la exportación de carbón de unas minas en Cúcuta, que la empresa estadounidense se proponía sacar por Venezuela, probablemente porque el producto iba dirigido a la costa este de Estados Unidos.[4]
En el año 1974 el sistema de las Naciones Unidas definitivamente aprobaba sin votación un acuerdo para el establecimiento de aquel Nuevo Orden Económico Internacional[5] que normaría en sus estatutos todas las relaciones de producción que en adelante se establecerían y sobre todo, pretendía guiar el camino del “Diálogo Norte-Sur”..
Los diversos Estados del mundo están implicados, de una manera u otra, en la idea de un Nuevo Orden Económico Internacional, un nuevo orden que reemplace el actual que está basado, de acuerdo a los primeros, en la explotación de las naciones del Tercer Mundo por parte de las unidades políticas estatales industrializadas y con mayor avance tecnológico. Dicho orden se procurará establecer a través del diálogo, la persuasión y los convenios entre ambos grupos de Estados que cada día que transcurre ven ensancharse más la brecha que los separa.[6]
La idea de ese nuevo orden ofrecía formalmente revisar para resolver el tema de la justicia social, tal como lo planteaba el canciller venezolano Arístides Calvani, “en el plano internacional es necesario tener un valor, es decir, un principio hacia el cual nuestra conducta se encamine y que sirva de orientación a la misma. Ese principio es el de la Justicia Social Internacional (…)”[7]; empero en la realidad esa fue la “puerta por la que se coló” la idea de que los países pobres necesitaban ser ayudados por los países ricos a través de los mecanismos multilaterales, que utilizarían los bancos transnacionales como ejecutores de las “ayudas” financieras que recibirían los países “en desarrollo”, porque se consideraba imposible que cada país por sí mismo lograra direccionar sus recursos para el desarrollo.
De allí en adelante los organismos multilaterales ofrecerían y al final forzarían a los estados nacionales, a tomar los empréstitos. Mientras los pueblos eran convencidos por los medios de difusión que los bancos internacionales los “ayudaban”, la deuda se acumulaba. Los países subdesarrollados habían caído en la trampa de Wall Street:
La trampa consistía en pedir prestado lo que eran prácticamente los petrodólares reciclados de la OPEC invertidos en los principales bancos de Nueva York y Londres, los bancos del eurodólar, que prestaron los dólares a prestatarios desesperados del Tercer Mundo a “tipos de interés variable” vinculados a las tasas Libor (promedio de la tasa interbancaria de Londres).[8]
Y una vez que los países tuvieron altísimos niveles de endeudamiento, entonces
(…) el Libor aumentó unos 300% en unos meses como resultado de la terapia de choque de Volcker, esos países no estuvieron en condiciones de continuar cumpliendo. Se llamó al FMI y comenzó el mayor bacanal de saqueo en la historia del mundo, mal llamado la Crisis de la Deuda del Tercer Mundo.[9]
Así se instauraba La Deuda como nodo fundamental del llamado Nuevo Orden, que no era otra cosa que la globalización del modo de producción capitalista. Hay en el repositorio del archivo histórico de la Cancillería un documento de trabajo de 1978 que expone un muy buen análisis al respecto.
Hemos leído y reflexionado sobre las ideas, proposiciones, discursos y ponencias que han venido conformando el llamado “diálogo Norte-Sur” y que, en el fondo, se reduce a la frustración de un monólogo de las naciones pobres hacia y entre las naciones ricas. Estas se limitan a una manifestación de buena voluntad, a la expresión de una cortesía que no rompa con los privilegios fundamentales de su hegemonía, y tal vez a la concesión de parte de los poderosos de una tasa de explotación tolerable por parte de los débiles. [10]
Ya en ese momento era notorio que de la diplomacia en que las relaciones entre estados parecían desarrollarse con fines de poder político quedaba cada vez menos. Las relaciones internacionales se definirían en adelante por la interdependencia entre los estados, las corporaciones transnacionales, los organismos multilaterales y las organizaciones “no gubernamentales”.[11]
En adelante el remedio preferido para las crisis sería el descenso de los precios, que se logra con la generalización de la producción de productos a bajo costo para luchar contra la inflación; ello exige a su vez el desarrollo ingente del consumo por una parte, pero por la otra el recorte salarial; es decir, el alza del consumo y la deflación de los salarios bajos y medios. Ahora bien, ¿quién consume entonces los productos, qué personas conforman el mercado? La respuesta es LOS CAPITALISTAS. Y ¿cómo se pagan esos productos si los ingresos son tan bajos? Con la deuda soberana pública pero también privada: “Los gobiernos endeudarán al Estado no sólo conviniendo deuda pública, sino ‘avalando la deuda privada’.” tal como acota Judith Valencia. [12]
Porque aunque la deuda haya sido vendida como uno de los principales factores desarrollistas dentro del sistema capitalista, la verdad es que la deuda es la socialización de las pérdidas, mientras se privatizan las ganancias.
Es así como el Estado figuraba como aval de las concesiones exteriores de préstamo a agentes privados y las inversiones fallidas o la insolvencia de estos agentes hizo que determinadas deudas particulares pasasen automáticamente a convertirse en deuda pública. Así mismo, la fuga de capitales privó a estos países de una fuente de ahorro interno imprescindible para el impulso del propio desarrollo.
Aunque la economía (venezolana) experimentó una recesión a partir de 1977, el alza de los precios del petróleo en 1979 duplicó los ingresos venezolanos y dio lugar al correspondiente incremento de gasto y endeudamiento. Debido a la sobrevaluación de la moneda nacional, los productos importados resultaban baratos y, por supuesto, los dólares también. A medida que los precios del petróleo iniciaron su descenso en 1982 y la economía una vez más entró en un proceso de recesión, las compras y las transferencias de dólares se volvieron masivas al punto que, en febrero de 1983, ante una drástica reducción de las reservas, el gobierno socialcristiano (COPEI) presidido por Luis Herrera Campíns, se vio obligado a devaluar la moneda por medio de un esquema de cambio diferencial.[13]
            Lo que nadie parece preguntarse es porqué Estados Unidos, que es la nación con la mayor “deuda soberana” del planeta, nunca ha tenido una “crisis de la deuda”. La respuesta es que siendo el país emisor de la moneda en que se produce la deuda, cada vez que están a punto de entrar en cesación de pagos, aumentan el techo de su deuda, es decir emiten más papel, lo que hace que el dólar baje de precio y la economía doméstica se fortalezca para poder seguir pagando. Las economías del resto del mundo dependen por el contrario de las decisiones financieras que allí se tomen; es así como lo que pareciera ser la misma deuda o al menos el mismo proceso de endeudamiento, tiene un efecto en los países pobres y otro en Estados Unidos: los países pobres quiebran y necesitan ser “auxiliados” para que puedan seguir pagando el precio de ser pobres.

Quiebras y Planes de Ajuste Estructural
Así, llegó un momento en que los países pobres gastaban más dinero en devolver los intereses de la deuda que en la reproducción de sus propias condiciones materiales de existencia: el mecanismo para lograrlo había sido la variabilidad de las tasas de interés. Se contrataba un crédito con un interés inicial de 5%, a los seis meses había que pagar el interés al 8% y al año al 20%; no hay en el mundo una persona, natural o jurídica, que pueda pagar un préstamo con un interés infinitamente creciente. Los países caían en “default” o cesación de pagos como moscas, unos tras otros.
Entonces se buscó una solución salomónica: la restructuración de la deuda. Así se obligó a los países “tercermundistas” a usar las divisas que conseguían con sus exportaciones para pagar los intereses de su deuda exterior.
De toda la maraña de acontecimientos, lo que queda a la vista del común de los mortales son los montos por cancelar y las fluctuaciones de los intereses del servicio. Lo oculto es el sentido estratégico del dispositivo: una deuda que no fue diseñada ni contraída para cancelarla. Fue diseñada y contraída para convertirla en capital productivo con la política de las privatizaciones.[14]
Según el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial la solución de la crisis en Latinoamérica requería de líderes locales dispuestos a dejar que un nuevo régimen de economía neoliberal se impusiera a cualquier costo; para ello habría que preparar a la sociedad en general a soportar las crecientes inequidades e injusticias y estar en disposición de aplastar las protestas allí donde se presentaran: otra vez explicadas por “la Crisis”.
Con ese fin se completaban las condiciones subjetivas para el cambio: se imponían las tesis sobre la incapacidad de los políticos para dirigir los destinos de los pueblos y sobre las bondades de la gerencia nacional: mayor rendimiento-menor costo. La política sería en adelante tratada como un virus maligno que había que erradicar de la vida de los países:
Es preciso apuntar, sin embargo, que la administración que llegó al poder en marzo de 1984 actuó con bastante decisión para restablecer en la industria petrolera los principios originales del apoliticismo, autofinanciamiento, gerencia profesional y meritocracia. Esto se ha hecho parcialmente, pero es evidente que aún subsiste un cierto grado de contaminación política en la industria que debe ser totalmente erradicada.[15]
Nadie preguntó por la relación entre la ineficiencia de las políticas públicas aplicadas en las naciones del Tercer Mundo y la planificación financiera mundial del Departamento del Tesoro de Estados Unidos a partir del fin de la guerra en Europa.
Tampoco parecía ser un problema el que los destinados a manejar los estados nacionales con todas sus complicaciones eran aquellos que, disponiendo de inmensas cantidades de dinero, provenientes de las mayores riquezas naturales del planeta, no habían sido capaces de gerenciar sus propios negocios. Y no solo no contribuyeron a la organización de un aparato industrial para sacar en su momento a la región del “subdesarrollo”, sino que fracasaron estruendosamente ante la incursión de los grandes capitales transnacionales, que arrasaron con la casi totalidad de sus capitales.
Solo unos pocos lograron desarrollar sus procesos de producción y de acumulación, para asimilar otros capitales de parecido tamaño al de ellos, en función de su sobrevivencia y conversión en capitalistas multinacionales, mientras la mayoría fueron víctimas más o menos voluntarias, de la subsunción capitalista.
En Venezuela hay ejemplos de ambos. Por un lado están los capitalistas que después de varios éxitos en la quiebra y posterior compra forzada de sus empresas competidoras en rubros diversos, en los años noventas dieron un viraje hacia un sector que en ese momento tuvo sus mayores desarrollos tecnológicos en el mundo –telecomunicaciones- y se convirtieron en emporios regionales, permitiéndose la reinversión de esos capitales en verdaderas industrias multinacionales como las de minería. Por otro lado están las empresas de energía eléctrica (uno de los monopolios naturales en el mundo), que no hicieron jugadas capaces de hacer que sus capitales traspasaran las fronteras locales y al final fueron absorbidos por holdings multinacionales.[16] Naim los describía así en 1984:
Para muchos de nuestros gerentes fue mucho más rentable, prometedor y seguro –además de cómodo y agradable- cultivar buenas relaciones sociales con todo tipo de funcionarios públicos que dedicarse a mejorar el flujo de producción y supervisar de una manera disciplinada y rigurosa a los subalternos (…) hay características que hacen que las empresas estén diseñadas para manejar la rutina del presente y no para anticipar posibilidades y riesgos del futuro y actuar en consecuencia.[17]
Pero la Doctrina “Hands-off business” de Reagan y Thatcher había causado que en el ser social se elaborara la idea social de la culpabilidad de los políticos locales en todas las quiebras de que serían víctima la mayoría de los países latinoamericanos en los venideros años noventas. El imperio más poderoso de la historia de la humanidad lograba así lo que ninguno antes pudo: que las clases capitalistas de los países de la periferia aceptaran con alegría –cooptadas-[18] ser humilladas y esquilmadas por sus pares de las metrópolis.
Los países empezaron a declararse en quiebra. No podían pagar el servicio de la deuda, lo que hacía que esta se acumulara de manera monstruosa y hubiera que renegociar los montos para comprometerse a pagar los intereses. El fenómeno empezó a ser denominado “Crisis de la Deuda del Tercer Mundo”.
Todavía a mediados de los años ochentas algunos políticos latinoamericanos, cuya supervivencia dependía en mucho del éxito en solucionar las contradicciones sociales de sus países, resistían a la globalización y se disponían a hacer lo posible por conservar sus porciones de poder. Es así como Rafael Caldera y Carlos A. Pérez, ambos presidentes de Venezuela en su momento, pero representantes de diferentes puntos de vista en política, decían lo mismo en diferentes momentos:
(…) la actividad y participación de Venezuela junto a los demás países en vías de desarrollo, asiáticos, africanos y latinoamericanos, en el seno de la UNCTAD, tendió principalmente a tratar de obtener de los países desarrollados una mayor cooperación en el campo internacional (…)
A tal efecto, la actitud asumida por Venezuela en el orden de las relaciones internacionales ha estado orientada, por una parte, a defender una posición que afiance su soberanía económica, a través de acciones tendientes a modificar las relaciones de dependencia del país; y por la otra, a afianzar el proceso de integración Económica Latinoamericana, contribuir al establecimiento del Nuevo Orden Económico Internacional, y fortalecer el principio de la cooperación entre naciones.[19]
Pero en 1984 la presión de los organismos internacionales sobre los gobiernos, para que firmara su incorporación al GATT, era evidente.[20] Ese mismo año ya se preparaban las medidas económicas que conformarían la preparación para el Consenso de Washington, que no tardaba en emerger. Cada país estaba negociando el tratamiento de su deuda por su lado y estaban preparando los movimientos políticos para resistir lo que venía con los planes de ajuste.[21]
Una de las medidas fueron los convenios para evitar la doble tributación.[22] Los países pobres empezaban a recibir la tan ansiada “inversión extranjera”, que no era otra cosa que la privatización de los negocios rentables en cada país: en Venezuela se trataba de la banca y las finanzas, las minas y la energía. Pero las “condiciones” impuestas por las transnacionales para “invertir” era que se liberara de toda responsabilidad local a las empresas que compraban, por ejemplo, los impuestos. Así, se llegó a firmar lo que se llamó “Convenios para evitar la doble tributación”, con los que la nación pobre se comprometía con la nación rica a que las empresas no tendrían que pagar impuestos aquí, tal como estaban obligados los nacionales a hacerlo.
Con ello, no solamente la posibilidad de competencia de las empresas nacionales era por supuesto nula, sino que además la única fuente de ingresos que tenían los países para pagar sus respectivas deudas, quedaba reducido a cero. Así, además de endeudarse para que las transnacionales sacaran las riquezas, el país veía cómo se las llevaban de la nación, sin siquiera recibir ingresos para pagar la deuda.
En 1984 se daba inicio a lo que se llamó las Rondas de Negociación de la Deuda Externa, que para Venezuela fueron cinco en total[23] hasta 1989.
El estallido de la crisis de la deuda en 1982, cuando México anunció su incapacidad de pago, sembró pánico en los círculos financieros internacionales. (…) Para protegerse del riesgo que, según algunos analistas, habían subestimado en la década anterior, exigían condiciones sumamente duras en comparación con las que habían concedido para los préstamos vigentes: plazos cortos, comisiones altas y márgenes grandes sobre Libor.[24]
En 1986 se reestructuraba el Instituto de Comercio Exterior ICE; hasta ese momento el ICE había sido un organismo adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores venezolano, encargado de servir de correaje para que empresas extranjeras interesadas en invertir en el país obtuvieran con celeridad toda la información necesaria para realizar sus gestiones. De la restructuración en adelante el ICE funcionaría como un organismo internacional inserto en el aparato estatal venezolano, que se encargaría de gestionar ante las leyes venezolanas el mejor beneficio para las empresas transnacionales[25].
Pero como ya se dijo, la mayor parte del planeta estaba comprometido y empezaban a alzarse voces alrededor del mundo pidiendo una solución global. Así que en 1985, en vista del peligro en que podía estar la economía mundial si los deudores se ponían de acuerdo para no pagar, Estados Unidos a través del Departamento del Tesoro propuso el Plan Baker, que planteaba a los acreedores refinanciar y a los deudores “reformar sus economías” para que pudieran pagar. De tal manera que en 1987 Venezuela firmó la “mejor renegociación del mundo” -Jaime Lusinchi dixit-, cuyos pagos se harían con base en el gasto deficitario y las reservas y en estas condiciones:
Venezuela reprogramó la porción refinanciable de su deuda con intereses 7/8 por ciento sobre Libor (en comparación con los 13/16 otorgados a México y Argentina) y se comprometió a pagarla en 14 años (en contraste con los 20, 19 y 17 años negociados por México, Argentina y Chile, respectivamente). No se le concedió el período de gracia que había pedido ni se acordaron nuevos préstamos (…). Tampoco se le aceptó incluir una “cláusula de contingencia”, que hiciera depender el cumplimiento del acuerdo del precio del petróleo, que en definitiva, determina la capacidad de pago del país.[26]
            Carlos A. Pérez sería la presidencia que definitivamente daría al traste con la “clase política” venezolana del siglo XX. Pérez era el último representante activo del sector social que había visto la luz a mediados del siglo XX, que se habían apoderado del aparato político del estado, decidiendo desde allí el rumbo que había tomado Venezuela en esos tiempos. El nuevo gobierno había llegado con una campaña publicitaria que vendía una confusión: parecía que “El Gran Viraje” sería la vuelta atrás a la bonanza vivida en el primer gobierno del presidente Pérez, pero como su nombre lo decía, en realidad lo que anunciaba era un viraje con respecto a esas políticas: el país viraría hacia el Neoliberalismo.
En 1988 se sabía que la nación no iba a poder cumplir con los compromisos adquiridos y se acudió al Fondo Monetario Internacional, que impuso como medida fundamental la adopción de los Planes de Ajuste Estructural, también conocido como el Consenso de Washington. Literalmente las medidas eran:
1.      Disciplina presupuestaria (lograr el déficit 0)
2.      Reordenamiento de las prioridades del gasto público (el gasto público debe concentrarse donde sea más rentable)
3.      Reforma Impositiva (ampliar las bases de los impuestos y reducir los más altos)
4.      Liberalización de los tipos de interés
5.      Un tipo de cambio competitivo de la moneda (devaluación)
6.      Liberalización del comercio internacional (disminución de barreras aduanales)
7.      Eliminación de las barreras a las inversiones extranjeras directas
8.      Privatización (venta de las empresas públicas y de los monopolios estatales)
9.      Desregularización de los mercados
10.  Protección de la propiedad privada extranjera
Una semana después de haber anunciado las medidas se sucedía “El Caracazo”, que era la primera consecuencia social del anuncio de la aplicación de los planes de ajuste estructural en el mundo; una semana después se anunciaba el Plan Brady, lo que evidencia la anticipación que de la crisis social se había hecho en círculos financieros. Esa propuesta del Tesoro estadounidense ponía el énfasis en la reducción de la deuda por parte de los acreedores y la flexibilidad del FMI con los cronogramas de pagos.
A principios de 1989 Venezuela firmaba la “Carta de Intención” con el FMI, con lo que se evidenciaba que cinco rondas de negociación no sólo no lograron detener la debacle financiera venezolana, sino que por el contrario llevaron al país en la vía de la renuncia a toda soberanía y a la venta de todo su estructura productiva a precio de gallina flaca. Con la aceptación del Consenso de Washington, Venezuela exportaba los restantes lingotes de oro que respaldaban sus reservas internacionales y que hasta ese momento se encontraban en custodia de la nación, en las bóvedas del Banco Central. A partir de allí la nación, como muchas otras desindustrializadas, pagaría no sólo por el servicio de una deuda ilegal en su mayor parte, sino además por el servicio de tenencia de nuestro oro.
Con la firma de las primeras cartas de intención de pago con el Fondo Monetario Internacional, el capitalismo había recuperado el concepto original de la Deuda[27] como el núcleo del sistema capitalista, haciendo descansar la mayor parte de su funcionamiento en la cuestión financiera. Los partidos políticos desaparecían, los empresarios empezaban a ganar elecciones y las naciones ya estaban jurídica y económicamente preparadas para ser intervenidas y transformarse en meros “bienes de capital” disponibles a la puja del mejor postor. Los “locos años ochentas” o la “década perdida” terminaban con balance positivo para el capitalismo; todo estaba listo para el inicio del Nuevo Siglo Estadounidense.
El mundo del Nuevo Siglo Estadounidense debía ser dirigido por el campeón del libre comercio por doquier, lo que también beneficiaba excepcionalmente a la economía más fuerte de los primeros años de la posguerra: EE.UU.[28]
Los años noventa empezarían para Latinoamérica con el firme propósito de la inclusión de los países que estaban rezagados con la firma del GATT, con la finalidad de dar el paso siguiente, que era la firma del Área de Libre Comercio para las Américas. Después de “la crisis” de los veinte años anteriores, el ALCA se vendía como la solución para los todos los problemas del área, que se leían con independencia del funcionamiento del capitalismo: la crisis era culpa de los pueblos que no habían sabido escoger sus líderes políticos. La solución era que las corporaciones manejaran el mundo. Los problemas causados se vendían como la solución.

Esto no concluye
            Las “crisis” no deben entenderse como coyunturas de inestabilidades del sistema en que es necesario hacer cambios para que el sistema no se fracture. Las crisis en realidad son la forma en que funciona la economía, que se compone de ciclos cortos y ciclos largos, tal como lo planteó Nikolai Kondratiev[29]. La experiencia soviética y china demostró esa teoría: lo que lograron los países que se llamaron socialistas fue desarrollar las fuerzas productivas del capitalismo, a fin de que grandes naciones que habían llegado al siglo XX como feudales dieran el salto hacia su industrialización.
            Sin embargo eso no quiere decir que no haya posibilidad de superar el capitalismo; pero confirma el postulado marxista según el cual el mundo debe llegar a un nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas que permita que las contradicciones sociales se agudicen, para que pueda haber enfrentamientos entre las clases, que den inicio al salto revolucionario para que cambie el modo de producción, que debe cambiar en todo el planeta, para que pueda haber un cambio real.
Es claro para Marx que el proletariado debería asegurarse que eso sucediera antes que el capitalismo acabe con el planeta; la tarea de los revolucionarios en la actualidad es desarrollar la conciencia social en el proletariado, para que mientras se crean las condiciones objetivas suficientes para que las contradicciones de clase sean tan fuertes que sea inevitable un cambio revolucionario, los proletarios del mundo tengan una visión clara de su papel en la historia:
Una formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia antigua sociedad. De ahí que la humanidad siempre se plantee sólo tareas que puede resolver, pues considerándolo más profundamente siempre hallaremos que la propia tarea sólo surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando menos, se hallan en proceso de devenir.[30]


REFERENCIAS

Fuentes primarias
  • Archivo Central del Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores
  • Archivo Histórico del Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores
  • Libro Amarillo, Ministerio de Relaciones Exteriores, Caracas, 1973

Fuentes bibliográficas
  • Brzezinski, Zbigniew, Between two ages, Penguin Books, 1980.
  • Conferencias Internacionales Americanas, Segundo suplemento 1945-1954, Departamento Jurídico Unión Panamericana, Washington D.C., 1956.
  • Cuadra, Héctor, El Derecho Internacional y el Nuevo Orden Económico Internacional,
  • Dos Santos, Teotonio, Teoría de la Dependencia: Balance y Perspectivas, Editora Plaza & Janés, ciudad, año¿?.
  • Esté, Arnaldo,
  • Esteller Ortega, David, La ciudad medieval, FACES-UCV Dir. Publicaciones, Caracas, 1998.
  • Frías, Yolanda, Principios básicos sobre el establecimiento de un nuevo orden económico internacional,
  • George, Susan, La trampa de la deuda, IEPALA Editorial, Madrid, 1990.
  • Hacker, Jacob y Pierson, Paul, “Powell Manifesto” en Winner-Take-All Politics, How Washington Made the Rich Richer and Turned Its Back on the Middle Class, Simon & Schuster, 2010.
  • Gros Espiell, Héctor, Derecho Internacional del Desarrollo,
  • Horkheimer, Max y Adorno, Theodor W., Dialéctica del iluminismo, Editorial SUR, Buenos Aires, 1970.
  • Lenin, Vladimir, El Estado y la Revolución, MPPIC Gobierno Bolivariano de Venezuela, Caracas, 2010.
  • Márquez Rodríguez, Alexis, “Cuenta” en El Nacional, Caracas, 22/12/1984.
  • Marx, Carlos, Contribución a la Crítica de la Economía Política, Siglo XXI Editores, Madrid, 2000.
  • Moncada, Samuel, Los huevos de la serpiente, Alianza Gráfica Editorial, Caracas, 1985.
  • Naim, Moisés y Piñango, Ramón, El Caso Venezuela, una ilusión de armonía, Ediciones IESA, Caracas, 1984.
  • O’connor, Harvey, Crisis mundial del Petróleo, Ediciones y Distribuciones Aurora, Caracas, 1962.
  • Revista POLITEIA, Nos. 7 y 14, Instituto de Estudios Políticos, UCV, Caracas, 1978 y 1990.
  • Stiglitz, Joseph E., “El Rumbo De Las Reformas. Hacia Una Nueva Agenda Para America Latina”, en Revista de la CEPAL 80, agosto 2003, p. 37
  • Valencia, Judith, El personaje Capital (se) disuelve (en) su territorio, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales UCV, Caracas, 2001.
  • Varios, Venezuela y las Conferencias Panamericanas, MPPRE Gobierno Bolivariano de Venezuela, Caracas, 2011.

Fuentes virtuales
Wood, Allan, “¡Marx tenía razón!”, 29 noviembre 2011, Lucha de Clases en http://www.luchadeclases.org/economia/internacional/755-imarx-tenia-razon.html, bajado el 25 de julio de 2012.


[1] Cuadra, H., El Derecho Internacional y el Nuevo Orden Económico Internacional, p. 49. Es interesante notar que en las afirmaciones subrayadas se hace evidente que la presión por el endeudamiento sería sobre todo el sur (entendido SUR como subdesarrollo).
[2] “La deuda como dispositivo estratégico” es el título del último capítulo del libro de la Profesora Judith Valencia y no hay mejor expresión para definir la perversión de lo sucedido en el mundo en este período de la historia.
[3] Ver Doc. No. 8
[4] Notar que el Documento N° 8 dice que la propuesta a Venezuela es porque los costos son menores, pero no se cita opinión alguna del gobierno colombiano.
[5] Ver sitio web de ONU
[6] García, O., El Nuevo Orden Económico Internacional (con referencia a Venezuela), en Politeia No. 7, p. 443
[7] Libro Amarillo, p. J, 1973
[8] Ver Engdahl, Los fundamentos financieros del siglo estadounidense.
[9] Idem
[10] Ver Doc. No. 14. El subrayado es nuestro.
[11] Ver Nye, Diplomacia pública.
[12] Valencia, J., p. 96
[13] Josko, E., Las estructuras de negociación en la renegociación de la deuda externa de Venezuela, en Politeia No. 14, pp. 249-284, p. 258
[14] Valencia, J., El personaje Capital (se) disuelve (en) su territorio, p. 92
[15] Coronel, G., “Energía y Petróleo: evolución, organización y perspectivas” en Naim y Piñango, El Caso Venezuela, p. 191. El subrayado es nuestro.
[16] Ver las historias de “Cisneros” y “La Electricidad de Caracas” respectivamente.
[17] Naím, M., “La Empresa privada en Venezuela: ¿qué pasa cuando se crece en medio de la riqueza y la confusión?” en Naim y Piñango, El Caso Venezuela, p. 177 y 178.
[18] Ver el concepto de “soft power” en Nye.
[19] García, O., “El Nuevo Orden Económico Internacional (con referencia a Venezuela)”, en Politeia No. 7, p. 467. El subrayado es nuestro.
[20] Ver Doc. No. 18
[21] Ver Doc. No. 20
[22] Ver Doc. No. 21
[23] Ver Doc. No. 18
[24] Josko, E., Las estructuras de negociación en la renegociación de la deuda externa de Venezuela, en Politeia No. 14, pp. 249-284, p. 259
[25] Ver Doc. No. 22
[26] Op. cit., p. 266
[27] Ya lo planteaba Lenin en El Estado y la Revolución: “Para mantener un poder público aparte, situado por encima de la sociedad, son necesarios los impuestos y las deudas del Estado.”, p. 19. El subrayado es nuestro.
[28] Ver Engdahl, Los fundamentos financieros del siglo estadounidense.
[29] Ver Kondratiev y Shumpeter
[30] Marx, K., Contribución a