Los
últimos intentos de integración
(preparando
la región para la globalización)
1970
- 1989
(parte 1)
Moravia Peralta
Hernández
Dado que
la suma de los
déficit
mundiales tiene que ser igual a la suma de todos
los
superávit, si algunos países, como Japón y China,
siguen
teniendo superávit, los demás países —considerados
en
conjunto— deben reflejar un déficit. Y
si
los países deficitarios tienden a caer en crisis, entonces
éstas
son de hecho inevitables.
(…) Esta es la aritmética
simple de las finanzas mundiales.
Joseph Stiglitz[1]
Introducción
El
desarrollo de las fuerzas productivas causado por el descomunal avance en la
ciencia y la tecnología en la segunda mitad del siglo XX, llevó al capitalismo
a un punto en que los Estados nacionales día a día se redujeran a su mínima
expresión, para convertirse en virtuales filiales de las grandes corporaciones
transnacionales.
Pero
para evitar que ello desembocara en que las contradicciones sociales, tal como
Marx había previsto, llevaran irreductiblemente a una época de revoluciones y
de cambios de sistema, los capitalistas inventaron tácticas ideológicas cada
vez más sofisticadas. Inventaron por ejemplo que la regulación del crecimiento
de la población era la consecuencia natural del principio de la sobrevivencia
del más apto y no una estrategia del capitalismo para acabar con la “población
sobrante”, que estorbaba al funcionamiento del mercado. La conciencia social de
la Globalización
empezaba a construirse.
Además
de eso, había que edificar un complejo sistema de negociaciones multilaterales,
que hicieran posible que se instaurara en el planeta un régimen homogéneo de
relacionamiento jurídico-cultural, que garantizara que todas las naciones
estuvieran atadas al plan del neoliberalismo, por ciertas normas
internacionales que serían supuestamente adoptadas por consenso en la Organización de
Naciones Unidas y sus organismos de control.
Esas
acciones obedecieron a una planificación basada en la idea de que la hegemonía
económico-política del imperio occidental[2] sobre
el resto del mundo, no podía seguir siendo sostenida sólo por el uso de su
aplastante poderío militar. Había que hacer que la “opinión pública”[3] clamara
por ciertas acciones internacionales, que supuestamente obedecían a enfoques
distintos, pero que en realidad fueron decisiones políticas siempre
directamente relacionadas con los intereses de las clases dominantes del
momento.[4]
Lo
cierto es que los gobernantes de todas las naciones pobres fueron en principio invitados
y en última instancia, presionados por los organismos multilaterales a firmar “acuerdos”
de libre comercio; el cumplimiento de dichos planes sería controlado por los
funcionarios de las empresas y bancos transnacionales, que destinados en cada
nación tenían la tarea específica de lograr el beneficio, por encima de
cualquier cosa y siempre, de los intereses de los poderes fácticos del Imperio
que se consolidaba: las Corporaciones.
Así
mismo se desmontaron todos los intentos de integración regional con intenciones
soberanas, con justificaciones vanas como la explicación de que varias naciones
pobres unidas no tenían ninguna fuerza; ellas tendrían que priorizar por la
integración con las naciones poderosas, con las cuales harían negocios que
beneficiarían a la parte más poderosas, pero estarían asegurando la posibilidad
de asociación de las oligarquías nacionales con las poderosas clases ricas transnacionales.
Con
este ensayo se presenta evidencia documental del período enunciado en el título,
custodiada por el Archivo Histórico de la Cancillería
venezolana, que permiten deducir la existencia de la estrategia que llevó a las
corporaciones transnacionales a mudar el punto nodal del sistema desde el
Estado burgués, que sirvió tan bien al desarrollo del capitalismo industrial,
hacia las oficinas de los CEOs (Chief Executive Office), en virtud de los
desarrollos tecnológicos que traen aparejados la sustitución del costo de la
mano de obra por la tecnología.
Dichos
documentos ponen al descubierto que los líderes políticos del momento fueron
inducidos a tomar empréstitos con instituciones financieras creadas ad hoc[5], para
la construcción de mega-obras de infraestructura que solo beneficiarían
coyunturalmente los intereses de las corporaciones multinacionales. El panorama
se completa con instrumentos a través de los cuales se presionó a los políticos
locales a firmar la adhesión al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio,
GATT por sus siglas en inglés, que terminó de comprometer a la nación ante las
instituciones multilaterales a la aplicación de políticas demostradamente
contrarias al desarrollo de las fuerzas productivas locales, pero tendientes a
la corporativización del mundo.
Además
en la bibliografía consultada se evidencia cómo desde los más importantes think tanks (laboratorios de ideas) se
diseñaba desde el fin de la
Guerra europea, una estrategia de transculturización que
incluyó formas tan disímiles de ideologización como la educación formal a todos
los niveles, las series de televisión, la música “de moda”, las drogas, el
vestuario y los patrones estéticos, el cine, las revistas y publicaciones de
todo tipo, la creación de religiones y religiosidades de variado índole, la
comida chatarra y muchos más etcéteras que se podría mencionar, en función de
vender a la “opinión pública” el ideal del “american way of life” como ícono de
vida.
Antecedentes
1. Los “Think
Tanks”. Ya a principios de los años setentas el sistema terminaba de
aceitar los últimos engranajes del modelo económico que se implementaría en
adelante, al que se denominaría el Nuevo
Siglo Estadounidense, en referencia a la continuación de la hegemonía
consolidada a partir de la posguerra, a mediados del siglo XX.
El siglo estadounidense, orgullosamente proclamado en
1941 por el fundador de Time-Life y conocedor del stablishment, Henry Luce, fue
construido sobre el rol preeminente de bancos neoyorkinos y bancos de inversión
de Wall Street que para entonces habían reemplazado claramente a la City de Londres como centro
de gravedad de las finanzas globales.[6]
Las
empresas transnacionales se convertían en multinacionales, los estados
corporativizados garantizarían jurídicamente la libertad del flujo de capitales
hacia sus arcas y la organización territorial del mundo quedaba definida por
pequeñas extensiones de terreno, “gerenciadas” por empleados de confianza o
asesores de las multinacionales que tuvieran intereses económicos en las
materias primas de esos suelos y subsuelos[7].
Ya
en 1971 Zbigniew Brzezinski, quien es uno de los intelectuales dilectos del
statu quo, planteaba en su texto Entre
dos eras[8], que las
naciones-estado dejarían de ser el centro de la vida productiva del planeta
para cederles sus funciones de planificadores y actores económicos a las
corporaciones transnacionales y a los bancos internacionales. El autor -casi
centenario- sigue produciendo bajo el mismo esquema de reflexión doce años
después de comenzado el siglo XXI, haciendo evidente que los ideólogos del
capitalismo siguen el mismo objetivo: buscar mutaciones graduales que
conviertan al sistema en un sobreviviente cada vez más eficaz y productivo.
Una
de las estrategias fundamentales de que se dispuso para ello fueron los “Laboratorios
de ideas” (Think Tanks en inglés), que
(…)
surgieron con el propósito de introducir los nuevos conocimientos de las
ciencias sociales en la gestión de los asuntos públicos. Sus responsables
creían que la aplicación de los métodos de análisis científico de la economía o
la sociología iban a resolver de manera infalible los problemas que generaban
la complejidad de la
Administración pública, el desarrollo urbano, el aumento de
la población o el crecimiento económico.[9]
Los
primeros de ellos fueron creados por los individuos más ricos del planeta, con
el fin de reunir grupos de estudio y discusión en el que se generaran ideas que
supuestamente ayudarían a resolver los problemas filosóficos del mundo. Así
surgieron el Carnegie Endowment for International Peace en 1910, el Brookings
Institution en 1916, el Council on Foreign Relations en 1921, el Chatham House
en 1927, el RAND Corporation en 1948; y más recientemente el Club de Roma en
1968 y la Comisión Trilateral
en 1973.
(…)
el término se generalizó desde que se usara hacia los años sesenta para
designar a uno de los think tanks más poderosos del mundo, la RAND Corporation.
Esta organización, nacida en el entorno del Ministerio de Defensa
norteamericano, y dedicada en su origen a la aeronáutica y la investigación
militar (…)
Financiados
siempre por los grandes capitales del mundo, los tkink tanks han tenido la posibilidad de contratar tanto miles de
horas de trabajo de los más estudiosos intelectuales que no mostraran
inclinaciones sociales como una cantidad estrafalaria de recursos materiales, deviniendo
grupos muy importantes de presión en la opinión pública; allí se planificaron
las condiciones y los instrumentos idóneos, con la finalidad de lograr que las
grandes mayorías del mundo fueran convencidas de querer ser estadounidenses -o
al menos como ellos- porque eso era “lo mejor que podía suceder”. Así se
conformaría un escudo ideológico de defensa imperial virtualmente impenetrable.
2. La Ley Glass-Steagall.
También llamada “Bank Act” tenía como finalidad regular el sistema bancario en
Estados Unidos, en el sentido de separar el sistema de la banca de inversión
del sistema de la banca de depósitos; fue impulsada por Teodoro Roosevelt en
1933 para proteger los pequeños capitales del gran público estadounidense de
los manejos de los grandes inversores bursátiles, que a raíz de la crisis de 1929,
en que la burbuja bursátil acabó con el dinero de los pequeños y medianos
inversionistas y con los fondos de pensiones de millones de trabajadores de
industrias alrededor de todo el país.
El paulatino
desmontaje de las regulaciones del sistema bancario a partir de 1985 -bajo la
presidencia de Ronald Reagan- permitió en primer término que los bancos funcionaran como asesores de inversión en la captación de
recursos del público, que fueran manejados por los grandes fondos de inversión -no
ligados a los bancos- y otros instrumentos financieros, siempre y cuando los
bancos no participaran directamente en el manejo de dichas inversiones.
Posteriormente los bancos de Estados Unidos pudieron evitar
la Ley
Glass-Steagall multinacionalizándose hacia “paraísos
fiscales” (Bahamas, Islas Caimán, Panamá, Isle of Man, Luxemburgo, Mónaco, etc.),
lo que causaba que sus mayores ingresos provinieran de la evasión del pago de
los impuestos, orientando sus operaciones hacia la especulación monetaria y
productos derivados, tales como Fondos de Inversión o “Hedge Funds”.
Finalmente, en
1999 fue revocada definitivamente la
Ley, para dar paso a la creación del Citigroup en Estados
Unidos y al surgimiento de los “Bancos Universales” alrededor del mundo.
La
Glass-Steagall protegía
a los depositantes e impedía que el sistema bancario corriera demasiados riesgos,
definiendo la estructura del sector. Los bancos comerciales no podían mantener
banca de inversión o filiales de seguros (ni filiales en actividades
comerciales no financieras). No obstante, a medida que los bancos avizoraban
los acrecentados beneficios de las actividades con mayores riesgos,
comenzaron a romper en la década de 1970 los muros reguladores que se
levantaban entre la banca comercial y otros servicios financieros. A partir de
la década de 1980, y en respuesta al insistente martilleo de peticiones, los
reguladores comenzaron a debilitar la estricta prohibición de la
titularidad mixta.[10]
3. Las
Crisis. Hace por lo menos sesenta años el sistema ya estaba preparado para
dar otro paso en su historia. Desde el siglo XIV había empezado a sustituir con
éxito la hegemonía del feudalismo, entrando en el proceso de trasladar el
centro de acción de los campos a las ciudades[11]; en
el siglo XVIII iniciaba su paso del mercantilismo a la industrialización; y ya
en el siglo XX encontraba su epítome trasladando el eje de su movimiento a las
finanzas. Al tiempo que se perfeccionaba la robótica y la mano de obra pasaba a
ser infinitamente más barata aumentando el plusvalor, el capitalismo se
reinventaba, elevando la potencia de la cosificación del dinero a su máxima
expresión: el dinero-mercancía se compra, se vende y deja los máximos
rendimientos a los más bajos costos.
Con esa idea surgía
una explicación para una impopular característica estructural del sistema: el
capitalismo no estaba hecho para que las economías de todos los países
crecieran infinitamente al mismo tiempo, tal como lo dice Joseph Stiglitz en el
epígrafe; por tanto, cada período de tiempo (que era menor conforme la
población mundial crecía y los recursos se volvían escasos) la economía tendía a
“compensarse automáticamente” y volver al balance déficit=superávit: el
superávit correspondía a los ricos y el déficit a los pobres.
Esa maniobra
de compensación sería llamada “crisis”. “El Capitalismo está en crisis” fue la
proposición más repetida en todos los análisis del sistema, hechos tanto por
estudiosos “de la izquierda más radical” como por académicos “de la derecha más
rancia”. Una característica estructural del modo de producción se pintaba así
como simples errores aislados que habría que solucionar, reacomodando algunas
cosas cada cierto tiempo; pero en realidad crisis
era solo una categoría justificativa. Hubo algunos que incluso sin captar la
esencia económica de la cuestión, llegaron a denunciar la existencia del
fenómeno, explicándolo como un simple problema semántico.
‘Crisis’ es la palabra de moda. Se la ha utilizado
hasta el abuso. Con ello, como ocurre siempre en tales casos, se la ha
desnudado de significación. Lo cual no pasaría de ser cómico, si no fuese
porque tal desemantización del vocablo sólo ha servido para ocultar la
realidad (…).[12]
En 1929 ya
había sucedido la primera “crisis financiera” moderna: el valor del dinero creció
en la Bolsa
neoyorkina durante toda la posguerra hasta la corrida que hizo estallar la
burbuja, cuando los capitales que se habían dispersado en la supuesta bonanza
inmediatamente anterior, volvieron multiplicados a las manos de unos pocos
grandes capitalistas. De ahí en adelante TODO podría dejar de ser un bien con
mero valor de uso (incluso la comida y la salud que se supone son derechos
humanos) para convertirse en bienes con valor de cambio, susceptibles de ser transformados
en capital y por tanto, en objeto de “la crisis”.
Ahora bien,
para que “la crisis” funcionara como explicación era necesario convencer a la
“opinión pública” de todas partes de que el capitalismo era el único modo
posible de vida para la humanidad. Así, se escribió la “Historia Universal”,
que convertía al Occidente cultural en El Universo y se estandarizaba
mundialmente los programas educativos, de forma tal que en todas las escuelas
se enseñaba que los valores de Occidente representaban la civilización mientras
que los demás representaban la barbarie.
Hasta la
“Declaración Universal de los Derechos Humanos” había sido “completada” para propiciar
el reconocimiento tácito del modo de producción capitalista, como el único
sistema en el que ellos se respetaban y al que por tanto debían adherirse todas
las naciones respetuosas de ellos. Para ello se usó como base el último
artículo de la Declaración
original de los derechos humanos de 1789, que establece que la propiedad
privada es un derecho de primer orden, pero que acepta ser violado por medio de
un pago.
Artículo 17: Siendo inviolable y sagrado el derecho de propiedad, nadie podrá ser privado de él, excepto cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exige de manera evidente, y a la condición de una indemnización previa y justa.[13]
Y
ello se completó con uno de los addendum de la Declaración de 1948,
en la que se completaba la idea de la propiedad privada dentro de un sistema
específico de producción: el capitalismo.
Artículo 28: Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.[14]
Nadie dijo nunca
que la propiedad privada es en realidad una entelequia para las grandes mayorías
de las personas en el mundo.
Pero como desde
los países del llamado tercer mundo se levantaban voces críticas por el sistema
que ya se vislumbraba como más injusto cada día, gente como Lewis F. Powell
Jr., abogado corporativo que formaba parte de la directiva de once
corporaciones transnacionales y que posteriormente sería nombrado Magistrado de
la Corte Suprema
de Justicia de Estados Unidos, probablemente en previsión de dichas protestas, remitía
en 1971 un memorandum confidencial a su amigo Eugene Sydnor Jr., Director de la Cámara de Comercio de
Estados Unidos, el cual tenía por nombre “Ataque al sistema americano de libre
empresa”.
En lo que fue
llamado el “Manifiesto Powell”, el autor hace un diagnóstico de lo que él
denomina ataque al capitalismo por parte de la “Nueva Izquierda” en que
describe con bastante detalle cada uno de los pasos que debían dar las
corporaciones estadounidenses en el ámbito ideológico, para poder imponer en el
mundo entero la idea de que el capitalismo es el mejor modo de vida, sabiendo
que lo que está defendiendo es la sobrevivencia, no de la especie ni del
planeta, sino de la acumulación de capital por unos pocos. Describe en dicho
documento las tareas que debían llevarse a cabo a través del sistema educativo
(intelectuales y universidades), por los “medios de comunicación”, la
literatura y la publicidad e incluso, hasta las labores de los jueces en el
“sistema de justicia”[15]. Académicos
estudiosos de los medios masivos de difusión como Max Horkheimer y Theodor
Adorno advirtieron en esos años sobre la perversidad de dicha estrategia
comunicacional[16].
Por otro lado,
en 1972 salió Los Límites del Crecimiento:
informe al Club de Roma sobre el Predicamento de la Humanidad[17], que
pretendió hacer creer a todos, que los problemas como la injusticia y la inequidad
eran en realidad un tema exclusivamente demográfico: había demasiada gente para
pocos recursos. Por supuesto, no se hablaba por ejemplo de que la mayor
cantidad de tierra cultivable en el planeta se emplea (hoy día más que nunca)
para sembrar alimento para ganado, que sólo es mercadeado en los países del
“Primer Mundo”. Más aún, se llegó a divulgar la idea de que el calentamiento
global es producto de los fogones a leña de los países pobres. Miles de
millones de personas serían catalogados en adelante como “población sobrante”.
De los
primeros años setentas son también el Informe
Kissinger y el Informe Rockefeller[18] que estaban en la
misma onda de establecer las medidas que había que tomar para que el
crecimiento de la población no afectara el proceso de acumulación del capital
en las arcas de los capitalistas, por supuesto todo enmascarado por la
autoridad que da el cientificismo y la supuesta búsqueda de soluciones a “la
crisis”. No parece casual que la década
de los setentas se haya caracterizado por el diseño tanto de medicinas como de
enfermedades que parecen haber sido dirigidas a la intervención masiva en el crecimiento
de la población mundial; y paralelamente se extendió la idea del control de
natalidad impuesto en los países pobres[19]. Era
claro que el punto de equilibrio del capitalismo no estaba en la mitad de la
balanza: había que detener el crecimiento modesto de todos en función del crecimiento desmedido del capital de muy pocos.
De la misma
forma la historia económica de las relaciones internacionales diluiría los
hechos reales en conferencias, comisiones, reuniones, congresos, de los que
saldría una cantidad parecida de tratados, pactos, convenios, compromisos,
alianzas, acuerdos, que esconderían las verdaderas razones de la realidad. Uno
de las primeras pruebas de esta idea la constituyó el Sistema Interamericano,
cuya colección de acuerdos fueron publicados en versión sutilmente adulterada[20] de
forma tal que las propuestas de la delegación estadounidense pasaron a la
historia como el consenso logrado en las reuniones de los más altos
representantes políticos del área, cuando el consenso en realidad fue otro.
Lo mismo se
hizo con las “guerras mundiales”, que quedaron para siempre plasmadas por
escrito y por audiovisual como el producto de la ira causada por el asesinato
de un príncipe heredero o de la maldad enfermiza de un hombre acomplejado; se
veía a África -tanto el Magreb como la Subsahariana- como un continente recién llegado a
la civilización, ayudado gentilmente por la ONU; y se convertía a Asia –el sureste y el
extremo oriente- en la región con mayor potencial de progreso industrial (la
razón era demográfica –se convertiría en una enorme fábrica de producción,
tanto de capital como de trabajo). Hubo incluso en esa época el supuesto
descubrimiento de un monumento, “Las Piedras de Georgia”, que explotando el
imaginario esotérico, anunciaba que la economía no puede crecer sino a una
escala calculada (casualmente coincidente con los informes mencionados).
Ya
se vislumbraba con claridad que en “las crisis” lo que sucedía era que
implotaban las posibilidades de crecimiento de las mayorías y se beneficiaban las
economías de las minorías.
4. El
factor energético. El desarrollo científico estadounidense hacía que para
1956 el geofísico M. King Hubbert creaba un modelo matemático que graficaba el
momento máximo de descubrimientos de petróleo en el mundo. Con esa fórmula –el
Pico de Hubbert-[21] se estimó que entre 1995
y 2000 se produciría el momento de mayores descubrimientos de yacimientos y de
allí en adelante empezaría a ser cada vez menor la cantidad de pozos
descubiertos. Además estimó “el pico” de Estados Unidos para alrededor de 1970.
Con esta información las trasnacionales de la energía fósil pudieron planificar
muchas de sus políticas durante la segunda mitad del siglo XX. Además las
empresas empezaron a utilizar todo su potencial tecnológico para saber dónde
estaban las últimas reservas de petróleo del planeta, a fin de apoderarse de
ellas antes de ser exploradas, de tal forma que cuando efectivamente se probara
su existencia, el balance de poder en la acumulación se inclinara hacia su
lado.
En 1960 se
creaba la Organización
de Países Exportadores de Petróleo, OPEC por sus siglas en inglés, oligopolio
cuya finalidad inicial fue cartelizar los precios del petróleo para que los
estados-nación, cuya fuente principal de ingreso era la energía fósil, tuvieran
un instrumento para proteger sus intereses contra las “Siete Hermanas”[22] que
establecían el precio a pagar por el crudo a su discreción, de acuerdo sólo con
sus intereses.
Súbitamente, el 6 de septiembre, a raíz del anuncio de
una nueva baja de precios, Kassim citó a los países productores para una
conferencia en Bagdad seis días después. Respondieron los Estados árabes,
Venezuela y el Irán, que representan, según Tariki, el 85% de las exportaciones
mundiales y el 90% de las reservas. La convocatoria fue precipitada por la
segunda baja de precios decretada por la Standard de 4 a 14 centavos por barril, seguida
inmediatamente por la Shell. La
British Petroleum, entre protestas, bajó sólo hasta 10 centavos los precios y
luego otras dos compañías siguieron su ejemplo. (…) El 14 de septiembre, (…) se
estableció la
Organización de Países Exportadores.[23]
Porque a pesar
del salto que había dado el capitalismo cuando se habían empleado todas las
energías en trasladar el núcleo del sistema de la industria a las finanzas, había
una industria de la que definitivamente no se podría prescindir en ese momento
y en mucho tiempo: era la energía fósil. El entramado industrial del mundo
estaba montado sobre la base de energía termoeléctrica y hasta que no se
encontrara otro tipo de energía con precio adecuado y con suficiente
disponibilidad, no se podría sustituir el petróleo por ningún otro recurso.
Entonces cuando en 1973 el mundo se retorcía con el alza de los precios, la
explicación que se repitió hasta el cansancio a través de las empresas
transnacionales de divulgación fue que los países de la OPEC (la mayoría de ellos
islámicos) habían boicoteado los países que apoyaron a Israel en la guerra del
Yon Kippur por razones religiosas. La verdad es que la religión solo era
una razón accesoria.
A
continuación, los productores petroleros cartelizados, en vista de que el valor
de su riqueza se reducía, negociada en mercados a futuro en una divisa que de
la noche a la mañana valía menos, reaccionaron recortando la producción, para
impedir la quiebra de sus economías. Y a raíz de la llamada guerra del Yom
Kippur, derivada de la usurpación ilegal israelí de territorios de tres países
vecinos (Egipto, Siria y Jordania) la
OPEC precipitó la toma de una estrategia aún más agresiva:
detuvo la producción y estableció un embargo para los envíos del crudo a Israel
y a sus socios de Occidente, a consecuencia de lo cual subieron los precios del
petróleo. Aunque ese embargo se levantó en marzo de 1974, los efectos mundiales
de “la crisis” se extendieron hasta fines de los setentas.
Pero
la predicción hecha con el “Pico de Hubbert” se había cumplido en 1971, con lo
cual la “crisis” petrolera ya no era tal y se convertía en el nuevo
comportamiento del crudo: los precios no bajarían nunca más: lo que había sido
denominado “crisis energética” no lo sería más y se convertiría en lo adelante
en la cotidianidad.
Por otro lado,
debido a la dependencia financiera del dólar a nivel mundial, los países
importadores de petróleo no lograron evitar los embates de la estanflación; sin
embargo, el impacto fue mucho mayor en Europa que en Japón, donde las ciudades
con altísimas densidades de población tenían sistemas de transporte público muy
desarrollados y donde los fabricantes lideraron la sustitución de los grandes automóviles
por vehículos compactos, energéticamente mucho más eficientes.
Dentro de
Estados Unidos, con el objetivo de promover las prospecciones petrolíferas, el
gobierno limitó el precio del petróleo ya descubierto, mientras permitía que el
recién producido pudiera ser vendido a un precio más elevado, lo que supuso una
retirada del “petróleo antiguo” de la venta y una escasez artificial, que
adicionalmente causó un racionamiento de la gasolina. En todos los casos, la
“opinión pública” de los países ricos fue llevada a enardecerse en contra de
los países de la OPEC,
distrayendo así la atención del verdadero culpable de su crisis: su propio
mercado de valores.
Para
finales de la década de los ochentas la Guerra Irán-Irak traía
lo que las grandes transnacionales de la divulgación denominaron la Segunda Crisis del Petróleo,
que más que una crisis fue el resultado de la escasez del crudo, causada por la
voladura de pozos y refinerías, sobre todo en Irak, que tras haber sido
incitada a atacar a Irán, con la idea de revertir la revolución islámica de ese
país, después del cambio de gobierno en Estados Unidos no obtendría apoyo en
una guerra en la que Irak tenía todas las de perder porque no sólo los
desfavorecía las evidentes asimetrías militares sino la cantidad de tropas de
las que disponían. Increíblemente a pesar de la escasez, los precios no
subieron, lo que hacía evidente que no era esa una “crisis”, sino más bien el
inicio de una lucha encarnizada por apoderarse de los últimos yacimientos de
energía fósil del mundo.
5. Tratado de Reciprocidad
Comercial entre Venezuela y Estados Unidos. El 6 de noviembre de 1939 se
firmaba. Sería revisado para su complementación por el gobierno del triunvirato
presidido por Betancourt entre 1950 y 1952, lo que sería pospuesto por la
entrada en el gobierno del nacionalista Pérez Jiménez. El liberal Betancourt
crearía la CVP
para cumplir con el convenio que el conservador Caldera aboliría
definitivamente.
Últimos intentos pre-globalizadores de integración regional
Es verdad que algunos
dirigentes políticos latinoamericanos en algún momento pensaron en la
posibilidad cierta de la integración económica del continente, probablemente
con una visión esclarecida de lo que estaba por suceder en el mundo; porque si
la integración regional funcionaba (tal como parecía estar funcionando en
Europa) y se lograba el bienestar de sus sociedades, ello garantizaría la
estabilidad política de sus naciones, lo que los mantendría a ellos en el
poder. Además estaban algunos sectores de las oligarquías nacionales, que
empezaban a entender que la “globalización” de la economía terminaría usurpando
sus negocios locales y regionales y en fin, acabando con sus capitales.
Así
que a diferencia de hace doscientos años, en que los ricos de la región
lideraron los movimientos independentistas, los intentos que en el siglo XX se
hicieron en la zona para defender los capitales propios no fueron liderados por
los capitalistas (probablemente con la excepción de Brasil), sino por los
líderes liberales militares y políticos, que más temprano que tarde olfatearon
que en su crecimiento, los gigantescos capitales transnacionales eventualmente
se tragarían los capitales nacionales y que las oligarquías de la región
sustituirían su poder económico por poder político, a fin de no desaparecer del
mapa geoestratégico, lo que dejaría a “las clases políticas” locales fuera del
juego del poder, tal como pasa en Estados Unidos, en que sólo son
representantes (lobbyists) de los distintos sectores económicos.
Es así como la
política exterior venezolana, tal como la del continente entero, en la década
del setenta todavía debatían dos opciones. Por una parte el pensamiento
integrador, cuyo máximo exponente era “el pensamiento cepalino”:
(…)
la CEPAL es
única en la historia de las instituciones internacionales en haber inaugurado
una nueva modalidad de cooperación intergubernamental. Su creación marcó
el comienzo de un movimiento de cooperación y conflicto entre los países en
desarrollo y las economías industriales que llegó a su clímax en diciembre de
1974, cuando la
Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Carta de Derechos y Deberes
Económicos de los Estados[24].
Y por la otra,
los mandatos de los organismos dependientes de la ONU, que se presentaba como
una organización democrática, pero que en realidad fue concebida y estructurada
para funcionar como un club de socios -Consejo de Seguridad- (los países más
ricos del planeta) que se ponen de acuerdo para enrumbar el mundo hacia donde
decidan los intereses de los grandes capitales transnacionales. De hecho el
Movimiento de los No Alineados surgía en esos años como un intento de un grupo
de naciones con economías pequeñas, de liberarse del rol de “banca” de cada una
de las potencias.
En ese
sentido, Venezuela en 1969 no había suscrito el Acuerdo de Cartagena, con
argumentos que incluían el estudio de legislaciones y convenios firmados por
los otros países integrantes y la vulnerabilidad de la economía nacional ante
economías con más fortalezas específicas que las propias; la realidad es que
tenía que ver con que el Convenio de Reciprocidad Comercial firmado con Estados
Unidos lo impedía[25]. Sin
embargo, en 1972, tras el cambio de gobierno y con una economía floreciente
como producto del incremento de los precios del petróleo en la crisis
petrolera, y sobre todo después de la denuncia de dicho Convenio por parte de
Venezuela, el país solicitaba su incorporación al Acuerdo de Cartagena.
En
1975 se creaba el Sistema Económico Latinoamericano SELA, salido
fundamentalmente de la iniciativa de los gobiernos de Venezuela y México, que
pretendía convertirse en un novedoso mecanismo de integración de la región,
supuesto a funcionar como financista de los países latinoamericanos[26],
probablemente cobrando los mismos intereses, pero con la idea de financiar el
verdadero desarrollo industrial de todos los países de la región.
Por
otro lado se mantenían activas las conversaciones sobre la iniciativa para la
firma del Pacto Amazónico[27]:
Brasil había formulado una propuesta que reunía varias condiciones: 1) tomaba
la iniciativa de la cooperación con sus vecinos, lo que garantizaría su acceso
a un enorme mercado; lo que hacía que 2) dichos vecinos actuaran como escudo
ante posibles agresiones extranjeras; a la vez que 3) impulsaba el desarrollo
de sus fronteras, difíciles de explorar sin cooperación; y 4) facilitaba el
acceso preferencial a los valiosísimos recursos de las naciones circundantes.
Hay que tener en cuenta que el desarrollo industrial de Brasil, que tiene
fronteras con casi todas las naciones del área, aunado al buen funcionamiento
del Pacto hubiera sido un golpe para el comercio de Estados Unidos con los
países del área.
Eso
queda muy claro en un estudio de 1974 hecho por un miembro del Council on
Foreign Relations –todavía activo en la actualidad-:
Por ejemplo, una gran
cooperación entre Venezuela y Brasil podría afectar las posibilidades para una
mayor integración y una acción colectiva de Latinoamérica. Adicionalmente, un
acuerdo entre Brasil y Venezuela en principios fundamentales sobre un nuevo
orden económico conveniente incrementa el poder de negociación del “Sur” en el
teatro internacional. Finalmente, un acuerdo entre los dos países en la
venta del crudo venezolano no convencional de la faja del Orinoco podría
afectar significativamente los intereses estratégicos de Estados Unidos.[28]
Es
evidente también que en vista del Pico de Hubbert, los estudiosos petroleros
habían hecho su trabajo, cuantificando con exactitud los barriles en la Faja Petrolífera del Orinoco,
certificados sólo treinta y cinco años después: “…las reservas conocidas de petróleo no
convencional en la faja del Orinoco (estimada en 700 mil millones de barriles)…”[29]. Es interesante
notar que Robert Bond, que no escribe en nombre del gobierno estadounidense, se
dirige al Canciller venezolano con la familiaridad con que lo haría con un
empleado subalterno, sugiriéndole la lectura de un material de su elaboración y
fijando por adelantado una reunión que se llevará a cabo de acuerdo a su
conveniencia. Esta y otras presiones tal vez menos directas lograron retrasar
la firma del Pacto Amazónico hasta después de firmado el Acuerdo de Cartagena.
Con
la misma idea integracionista se presentaba ante el PNUD el Proyecto de
Integración Fronteriza Grancolombiana en 1977, que al igual que otros intentos
previos con el mismo fin[30],
pretendía unir los gobiernos del viejo proyecto bolivariano en función de
“prestarles atención creciente en búsqueda de soluciones acordes con sus planes
y políticas de desarrollo y de integración.” Este proyecto, tal como el Programa Integral de Cooperación
para el Caribe en 1978 y los demás de integración económica, no lograron
tener calado en los espacios políticos de la región.
En junio de 1978, cuando se produjo el derrocamiento
del Sha en Irán, el precio de referencia del petróleo se encontraba en doce
dólares. La revolución en Irán, y la posterior guerra entre Irak e Irán
iniciada en 1979 exteriorizaron la fragilidad política de la región y generaron
pánico ante un probable nuevo desabastecimiento de petróleo en el mercado al
producirse una significativa reducción de la producción que en su fase inicial
implicó una reducción de 4 millones de barriles diarios, equivalente al 15% de
la producción diaria de la OPEP
y al 8% de la demanda mundial.[31]
Y fue
probablemente por todos esos intentos integracionistas, los que por el otro
lado parecían querer evadir de cierta forma los mandatos del GATT, que
Venezuela, que no había participado del embargo petrolero a Estados Unidos, fue
injustamente víctima de las represalias contenidas en la Cláusula Anti-OPEC
incluida en la Ley
de Comercio Exterior de Estados Unidos, que afectaban el comercio venezolano
con Estados Unidos, que significaba la mayor parte de sus exportaciones no
petroleras y su posibilidad de desarrollo. En 1975 el presidente de la Cámara de Comercio
Americana de Venezuela enviaba al Newsweek una carta en la que reclamaba con
vehemencia el artículo de esa revista que exigía a su gobierno castigar al país
negándole futuras tarifas preferenciales a sus exportaciones manufacturadas,
solo por el hecho de ser integrante de la OPEC [32].
Por mucho que
sus líderes políticos intentaron ponerse de acuerdo, los países tercermundistas
ya habían quedado económicamente entrampados en la posguerra, cuando Estados
Unidos había logrado en Bretton Woods que el mundo entero contribuyera al
fortalecimiento de su moneda y su economía, en detrimento de todas las demás.
Tal como quedó dicho, el próximo paso sería imponer universalmente la idea de
que la deuda era la única forma de financiar el desarrollo y convencer a todos
de tomar deudas en dólares de los grandes bancos estadounidenses. Poco a poco,
a la sombra de las legislaciones modificadas ad-hoc con la promesa de que el
libre comercio atraería la inversión extranjera, publicitada como la panacea
del desarrollo, las transnacionales fueron comprando las industrias públicas y
privadas en la región; y así los mecanismos que los políticos latinoamericanos
habían logrado crear para favorecer la integración regional fueron muriendo
lentamente, a la par que los partidos que dichos políticos representaban, hasta
quedar reducidos a instituciones de maletín, dirigidas a mantener una
burocracia clientelar y con ello, la frágil estabilidad social que quedaba.
Al
mismo tiempo, la prensa fue utilizada efectivamente como creador de cizañas en
los diferentes intentos de integración. Hay un artículo de 1979 que demuestra
cómo los supuestos “medios de comunicación”, pertenecientes primero a las
oligarquías nacionales y después a las transnacionales de la divulgación, se
dispusieron a trabajar en el convencimiento de que los países del sur no debían
colaborar unos con otros, porque esa era una pérdida de tiempo y de recursos.[33]
Así
Estados Unidos lograría, por medio de la inundación de funcionarios con
propuestas diversas y probablemente contradictorias, boicotear todos los
acuerdos de los países del sur en los eventos regionales en que siempre
lograban ser invitados y participaban como “observadores”, tal como en aquel
fracasado Congreso Anfictiónico. Y es que el funcionamiento standard de los
mecanismos multilaterales fue diseñado para beneficiar a las potencias, que
disponen de un gran funcionariado especializado en economía política y derecho
internacional, que es mucho más de lo que pueden en general costear las
naciones del sur.
Y en eternas
discusiones estériles sobre irrelevancias burocráticas y sin poder ponerse de
acuerdo sobre los conceptos fundamentales y las estrategias del “desarrollo”,
fracasaba entonces el Diálogo Sur-Sur y se evidenciaba que la voluntad política
necesaria para la instauración del Diálogo Norte-Sur no existió nunca, por lo
que ese ni siquiera fracasó, sino que nunca se inició.
En
1980 la
Asociación Latinoamericana de Libre Comercio ALALC daba paso
a la
Asociación Latinoamericana de Integración ALADI, siendo éste
el último intento pre-globalización de los países del sur del Continente, por
crear un espacio de integración regional que abriera la posibilidad a la
colaboración Sur-Sur.
Asimismo
contempla la cooperación horizontal
con otros movimientos de integración del mundo y acciones parciales con
terceros países en vías de desarrollo o sus respectivas áreas de integración
(Artículo 27).[34]
[1] Stiglitz, J., El rumbo
de las reformas. Hacia una Nueva Agenda para America Latina, p. 37. La
pregunta es ¿cómo es que el país con el mayor déficit en el mundo –Estados
Unidos- nunca “cae en crisis”?. El subrayado es nuestro.
[2] “Occidente” en su significado cultural y no en su
acepción meramente geográfica. Occidente según Arnaldo Esté no es una
ubicación, sino una serie de características histórico-geográfica-culturales,
que definen más una manera de conocer que el sitio donde se originó el
concepto. Porque de hecho, decir occidente al referirse a un lugar, equivale a
ver el planeta desde un punto específico en el espacio, lo cual es
absolutamente prejuiciado.
[3] Según Habbermas no existe en la actualidad
“opinión pública” que no esté manipulada por la publicidad, al servicio de los
intereses privados que pagan por ella.
[4] La etapa del capitalismo que corresponda definirá
qué enfoques se usan primordialmente en cada momento histórico.
[5] En el primer trabajo de esta publicación se
detallan las instituciones financieras del sistema que no sólo serían los
agiotistas sino que serían los encargados de difundir la idea de que la deuda y
su impagabilidad eran culpa de la irresponsabilidad de los pueblos.
[6] Ver Engdahl,
W., Los fundamentos financieros del siglo
estadounidense.
[7] El documento N°
13 demuestra que ya para 1974 los Estados Unidos sabían que la faja del
Orinoco estaba llena de petróleo, del que debían apoderarse.
[8] Ver Brzezinski, Z., Between two ages.
[9] Ver sitio web de Institución
Futuro.
[10] Ver Weissman,
R., Diez años después del fin de la Ley Glass-Steagall.
[12] Márquez
R., A., “Cuenta” en El Nacional. El
subrayado es nuestro.
[15] Ver Hacker
y Pierson, “The Powell Manifesto”.
[16] Ver Horkheimer y Adorno, Dialéctica del
iluminismo
[19] Se llevarían a cabo esterilizaciones masivas sin
permiso de las interesadas.
[20] Ver trabajo de Cordero, D. en Venezuela y
las Conferencias Panamericanas
[21] Ver Pico de Hubbert en Internet
[22] Así se referían comúnmente a las 7
transnacionales originales del petróleo: Jersey Standard, Shell, Gulf, Texaco,
Mobil, California Standard, British Petroleum. Ver O’Connor, Crisis Mundial del
Petróleo.
[24] Ventura-Dias,
V., La CEPAL y
el sistema interamericano, p. 1.
[25] Ver Doc. No. 2
[27] Ver Doc. No. 16
[28] Idem. El subrayado es nuestro.
[29] Ver Doc. No. 13
[30] Ver trabajo de Gómez, I. en esta publicación
[31] Ruiz-Caro, A., El
papel de la OPEP
en el comportamiento del mercado petrolero internacional, p. 24
[33] Ver Doc. No. 17