Los últimos intentos de integración (preparando la región para la globalización) 1970 - 1989 (parte 1)




Los últimos intentos de integración
(preparando la región para la globalización)
1970 - 1989
(parte 1)

Moravia Peralta Hernández


Dado que la suma de los
déficit mundiales tiene que ser igual a la suma de todos
los superávit, si algunos países, como Japón y China,
siguen teniendo superávit, los demás países —considerados
en conjunto— deben reflejar un déficit. Y
si los países deficitarios tienden a caer en crisis, entonces
éstas son de hecho inevitables. (…) Esta es la aritmética
simple de las finanzas mundiales.

Joseph Stiglitz[1]

Introducción
El desarrollo de las fuerzas productivas causado por el descomunal avance en la ciencia y la tecnología en la segunda mitad del siglo XX, llevó al capitalismo a un punto en que los Estados nacionales día a día se redujeran a su mínima expresión, para convertirse en virtuales filiales de las grandes corporaciones transnacionales.
Pero para evitar que ello desembocara en que las contradicciones sociales, tal como Marx había previsto, llevaran irreductiblemente a una época de revoluciones y de cambios de sistema, los capitalistas inventaron tácticas ideológicas cada vez más sofisticadas. Inventaron por ejemplo que la regulación del crecimiento de la población era la consecuencia natural del principio de la sobrevivencia del más apto y no una estrategia del capitalismo para acabar con la “población sobrante”, que estorbaba al funcionamiento del mercado. La conciencia social de la Globalización empezaba a construirse.
Además de eso, había que edificar un complejo sistema de negociaciones multilaterales, que hicieran posible que se instaurara en el planeta un régimen homogéneo de relacionamiento jurídico-cultural, que garantizara que todas las naciones estuvieran atadas al plan del neoliberalismo, por ciertas normas internacionales que serían supuestamente adoptadas por consenso en la Organización de Naciones Unidas y sus organismos de control.
Esas acciones obedecieron a una planificación basada en la idea de que la hegemonía económico-política del imperio occidental[2] sobre el resto del mundo, no podía seguir siendo sostenida sólo por el uso de su aplastante poderío militar. Había que hacer que la “opinión pública”[3] clamara por ciertas acciones internacionales, que supuestamente obedecían a enfoques distintos, pero que en realidad fueron decisiones políticas siempre directamente relacionadas con los intereses de las clases dominantes del momento.[4]
Lo cierto es que los gobernantes de todas las naciones pobres fueron en principio invitados y en última instancia, presionados por los organismos multilaterales a firmar “acuerdos” de libre comercio; el cumplimiento de dichos planes sería controlado por los funcionarios de las empresas y bancos transnacionales, que destinados en cada nación tenían la tarea específica de lograr el beneficio, por encima de cualquier cosa y siempre, de los intereses de los poderes fácticos del Imperio que se consolidaba: las Corporaciones.
Así mismo se desmontaron todos los intentos de integración regional con intenciones soberanas, con justificaciones vanas como la explicación de que varias naciones pobres unidas no tenían ninguna fuerza; ellas tendrían que priorizar por la integración con las naciones poderosas, con las cuales harían negocios que beneficiarían a la parte más poderosas, pero estarían asegurando la posibilidad de asociación de las oligarquías nacionales con las poderosas clases ricas transnacionales.
Con este ensayo se presenta evidencia documental del período enunciado en el título, custodiada por el Archivo Histórico de la Cancillería venezolana, que permiten deducir la existencia de la estrategia que llevó a las corporaciones transnacionales a mudar el punto nodal del sistema desde el Estado burgués, que sirvió tan bien al desarrollo del capitalismo industrial, hacia las oficinas de los CEOs (Chief Executive Office), en virtud de los desarrollos tecnológicos que traen aparejados la sustitución del costo de la mano de obra por la tecnología.
Dichos documentos ponen al descubierto que los líderes políticos del momento fueron inducidos a tomar empréstitos con instituciones financieras creadas ad hoc[5], para la construcción de mega-obras de infraestructura que solo beneficiarían coyunturalmente los intereses de las corporaciones multinacionales. El panorama se completa con instrumentos a través de los cuales se presionó a los políticos locales a firmar la adhesión al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, GATT por sus siglas en inglés, que terminó de comprometer a la nación ante las instituciones multilaterales a la aplicación de políticas demostradamente contrarias al desarrollo de las fuerzas productivas locales, pero tendientes a la corporativización del mundo.
Además en la bibliografía consultada se evidencia cómo desde los más importantes think tanks (laboratorios de ideas) se diseñaba desde el fin de la Guerra europea, una estrategia de transculturización que incluyó formas tan disímiles de ideologización como la educación formal a todos los niveles, las series de televisión, la música “de moda”, las drogas, el vestuario y los patrones estéticos, el cine, las revistas y publicaciones de todo tipo, la creación de religiones y religiosidades de variado índole, la comida chatarra y muchos más etcéteras que se podría mencionar, en función de vender a la “opinión pública” el ideal del “american way of life” como ícono de vida.

Antecedentes
1. Los “Think Tanks”. Ya a principios de los años setentas el sistema terminaba de aceitar los últimos engranajes del modelo económico que se implementaría en adelante, al que se denominaría el Nuevo Siglo Estadounidense, en referencia a la continuación de la hegemonía consolidada a partir de la posguerra, a mediados del siglo XX.
El siglo estadounidense, orgullosamente proclamado en 1941 por el fundador de Time-Life y conocedor del stablishment, Henry Luce, fue construido sobre el rol preeminente de bancos neoyorkinos y bancos de inversión de Wall Street que para entonces habían reemplazado claramente a la City de Londres como centro de gravedad de las finanzas globales.[6]
Las empresas transnacionales se convertían en multinacionales, los estados corporativizados garantizarían jurídicamente la libertad del flujo de capitales hacia sus arcas y la organización territorial del mundo quedaba definida por pequeñas extensiones de terreno, “gerenciadas” por empleados de confianza o asesores de las multinacionales que tuvieran intereses económicos en las materias primas de esos suelos y subsuelos[7].
Ya en 1971 Zbigniew Brzezinski, quien es uno de los intelectuales dilectos del statu quo, planteaba en su texto Entre dos eras[8], que las naciones-estado dejarían de ser el centro de la vida productiva del planeta para cederles sus funciones de planificadores y actores económicos a las corporaciones transnacionales y a los bancos internacionales. El autor -casi centenario- sigue produciendo bajo el mismo esquema de reflexión doce años después de comenzado el siglo XXI, haciendo evidente que los ideólogos del capitalismo siguen el mismo objetivo: buscar mutaciones graduales que conviertan al sistema en un sobreviviente cada vez más eficaz y productivo.
Una de las estrategias fundamentales de que se dispuso para ello fueron los “Laboratorios de ideas” (Think Tanks en inglés), que
(…) surgieron con el propósito de introducir los nuevos conocimientos de las ciencias sociales en la gestión de los asuntos públicos. Sus responsables creían que la aplicación de los métodos de análisis científico de la economía o la sociología iban a resolver de manera infalible los problemas que generaban la complejidad de la Administración pública, el desarrollo urbano, el aumento de la población o el crecimiento económico.[9]
Los primeros de ellos fueron creados por los individuos más ricos del planeta, con el fin de reunir grupos de estudio y discusión en el que se generaran ideas que supuestamente ayudarían a resolver los problemas filosóficos del mundo. Así surgieron el Carnegie Endowment for International Peace en 1910, el Brookings Institution en 1916, el Council on Foreign Relations en 1921, el Chatham House en 1927, el RAND Corporation en 1948; y más recientemente el Club de Roma en 1968 y la Comisión Trilateral en 1973.
(…) el término se generalizó desde que se usara hacia los años sesenta para designar a uno de los think tanks más poderosos del mundo, la RAND Corporation. Esta organización, nacida en el entorno del Ministerio de Defensa norteamericano, y dedicada en su origen a la aeronáutica y la investigación militar (…)
Financiados siempre por los grandes capitales del mundo, los tkink tanks han tenido la posibilidad de contratar tanto miles de horas de trabajo de los más estudiosos intelectuales que no mostraran inclinaciones sociales como una cantidad estrafalaria de recursos materiales, deviniendo grupos muy importantes de presión en la opinión pública; allí se planificaron las condiciones y los instrumentos idóneos, con la finalidad de lograr que las grandes mayorías del mundo fueran convencidas de querer ser estadounidenses -o al menos como ellos- porque eso era “lo mejor que podía suceder”. Así se conformaría un escudo ideológico de defensa imperial virtualmente impenetrable.
2. La Ley Glass-Steagall. También llamada “Bank Act” tenía como finalidad regular el sistema bancario en Estados Unidos, en el sentido de separar el sistema de la banca de inversión del sistema de la banca de depósitos; fue impulsada por Teodoro Roosevelt en 1933 para proteger los pequeños capitales del gran público estadounidense de los manejos de los grandes inversores bursátiles, que a raíz de la crisis de 1929, en que la burbuja bursátil acabó con el dinero de los pequeños y medianos inversionistas y con los fondos de pensiones de millones de trabajadores de industrias alrededor de todo el país.
El paulatino desmontaje de las regulaciones del sistema bancario a partir de 1985 -bajo la presidencia de Ronald Reagan- permitió en primer término que los bancos funcionaran como asesores de inversión en la captación de recursos del público, que fueran manejados por los grandes fondos de inversión -no ligados a los bancos- y otros instrumentos financieros, siempre y cuando los bancos no participaran directamente en el manejo de dichas inversiones.
Posteriormente los bancos de Estados Unidos pudieron evitar la Ley Glass-Steagall multinacionalizándose hacia “paraísos fiscales” (Bahamas, Islas Caimán, Panamá, Isle of Man, Luxemburgo, Mónaco, etc.), lo que causaba que sus mayores ingresos provinieran de la evasión del pago de los impuestos, orientando sus operaciones hacia la especulación monetaria y productos derivados, tales como Fondos de Inversión o “Hedge Funds”.
Finalmente, en 1999 fue revocada definitivamente la Ley, para dar paso a la creación del Citigroup en Estados Unidos y al surgimiento de los “Bancos Universales” alrededor del mundo.
La Glass-Steagall protegía a los depositantes e impedía que el sistema bancario corriera demasiados riesgos, definiendo la estructura del sector. Los bancos comerciales no podían mantener banca de inversión o filiales de seguros (ni filiales en actividades comerciales no financieras). No obstante, a medida que los bancos avizoraban los acrecentados beneficios de las actividades con mayores riesgos, comenzaron a romper en la década de 1970 los muros reguladores que se levantaban entre la banca comercial y otros servicios financieros. A partir de la década de 1980, y en respuesta al insistente martilleo de peticiones, los reguladores comenzaron a debilitar la estricta prohibición de la titularidad mixta.[10]
3. Las Crisis. Hace por lo menos sesenta años el sistema ya estaba preparado para dar otro paso en su historia. Desde el siglo XIV había empezado a sustituir con éxito la hegemonía del feudalismo, entrando en el proceso de trasladar el centro de acción de los campos a las ciudades[11]; en el siglo XVIII iniciaba su paso del mercantilismo a la industrialización; y ya en el siglo XX encontraba su epítome trasladando el eje de su movimiento a las finanzas. Al tiempo que se perfeccionaba la robótica y la mano de obra pasaba a ser infinitamente más barata aumentando el plusvalor, el capitalismo se reinventaba, elevando la potencia de la cosificación del dinero a su máxima expresión: el dinero-mercancía se compra, se vende y deja los máximos rendimientos a los más bajos costos.
Con esa idea surgía una explicación para una impopular característica estructural del sistema: el capitalismo no estaba hecho para que las economías de todos los países crecieran infinitamente al mismo tiempo, tal como lo dice Joseph Stiglitz en el epígrafe; por tanto, cada período de tiempo (que era menor conforme la población mundial crecía y los recursos se volvían escasos) la economía tendía a “compensarse automáticamente” y volver al balance déficit=superávit: el superávit correspondía a los ricos y el déficit a los pobres.
Esa maniobra de compensación sería llamada “crisis”. “El Capitalismo está en crisis” fue la proposición más repetida en todos los análisis del sistema, hechos tanto por estudiosos “de la izquierda más radical” como por académicos “de la derecha más rancia”. Una característica estructural del modo de producción se pintaba así como simples errores aislados que habría que solucionar, reacomodando algunas cosas cada cierto tiempo; pero en realidad crisis era solo una categoría justificativa. Hubo algunos que incluso sin captar la esencia económica de la cuestión, llegaron a denunciar la existencia del fenómeno, explicándolo como un simple problema semántico.
‘Crisis’ es la palabra de moda. Se la ha utilizado hasta el abuso. Con ello, como ocurre siempre en tales casos, se la ha desnudado de significación. Lo cual no pasaría de ser cómico, si no fuese porque tal desemantización del vocablo sólo ha servido para ocultar la realidad (…).[12]
En 1929 ya había sucedido la primera “crisis financiera” moderna: el valor del dinero creció en la Bolsa neoyorkina durante toda la posguerra hasta la corrida que hizo estallar la burbuja, cuando los capitales que se habían dispersado en la supuesta bonanza inmediatamente anterior, volvieron multiplicados a las manos de unos pocos grandes capitalistas. De ahí en adelante TODO podría dejar de ser un bien con mero valor de uso (incluso la comida y la salud que se supone son derechos humanos) para convertirse en bienes con valor de cambio, susceptibles de ser transformados en capital y por tanto, en objeto de “la crisis”.
Ahora bien, para que “la crisis” funcionara como explicación era necesario convencer a la “opinión pública” de todas partes de que el capitalismo era el único modo posible de vida para la humanidad. Así, se escribió la “Historia Universal”, que convertía al Occidente cultural en El Universo y se estandarizaba mundialmente los programas educativos, de forma tal que en todas las escuelas se enseñaba que los valores de Occidente representaban la civilización mientras que los demás representaban la barbarie.
Hasta la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” había sido “completada” para propiciar el reconocimiento tácito del modo de producción capitalista, como el único sistema en el que ellos se respetaban y al que por tanto debían adherirse todas las naciones respetuosas de ellos. Para ello se usó como base el último artículo de la Declaración original de los derechos humanos de 1789, que establece que la propiedad privada es un derecho de primer orden, pero que acepta ser violado por medio de un pago.

Artículo 17: Siendo inviolable y sagrado el derecho de propiedad, nadie podrá ser privado de él, excepto cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exige de manera evidente, y a la condición de una indemnización previa y justa.[13]

            Y ello se completó con uno de los addendum de la Declaración de 1948, en la que se completaba la idea de la propiedad privada dentro de un sistema específico de producción: el capitalismo.

Artículo 28: Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.[14]

Nadie dijo nunca que la propiedad privada es en realidad una entelequia para las grandes mayorías de las personas en el mundo.
Pero como desde los países del llamado tercer mundo se levantaban voces críticas por el sistema que ya se vislumbraba como más injusto cada día, gente como Lewis F. Powell Jr., abogado corporativo que formaba parte de la directiva de once corporaciones transnacionales y que posteriormente sería nombrado Magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, probablemente en previsión de dichas protestas, remitía en 1971 un memorandum confidencial a su amigo Eugene Sydnor Jr., Director de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, el cual tenía por nombre “Ataque al sistema americano de libre empresa”.
En lo que fue llamado el “Manifiesto Powell”, el autor hace un diagnóstico de lo que él denomina ataque al capitalismo por parte de la “Nueva Izquierda” en que describe con bastante detalle cada uno de los pasos que debían dar las corporaciones estadounidenses en el ámbito ideológico, para poder imponer en el mundo entero la idea de que el capitalismo es el mejor modo de vida, sabiendo que lo que está defendiendo es la sobrevivencia, no de la especie ni del planeta, sino de la acumulación de capital por unos pocos. Describe en dicho documento las tareas que debían llevarse a cabo a través del sistema educativo (intelectuales y universidades), por los “medios de comunicación”, la literatura y la publicidad e incluso, hasta las labores de los jueces en el “sistema de justicia”[15]. Académicos estudiosos de los medios masivos de difusión como Max Horkheimer y Theodor Adorno advirtieron en esos años sobre la perversidad de dicha estrategia comunicacional[16].
Por otro lado, en 1972 salió Los Límites del Crecimiento: informe al Club de Roma sobre el Predicamento de la Humanidad[17], que pretendió hacer creer a todos, que los problemas como la injusticia y la inequidad eran en realidad un tema exclusivamente demográfico: había demasiada gente para pocos recursos. Por supuesto, no se hablaba por ejemplo de que la mayor cantidad de tierra cultivable en el planeta se emplea (hoy día más que nunca) para sembrar alimento para ganado, que sólo es mercadeado en los países del “Primer Mundo”. Más aún, se llegó a divulgar la idea de que el calentamiento global es producto de los fogones a leña de los países pobres. Miles de millones de personas serían catalogados en adelante como “población sobrante”.
De los primeros años setentas son también el Informe Kissinger y el Informe Rockefeller[18] que estaban en la misma onda de establecer las medidas que había que tomar para que el crecimiento de la población no afectara el proceso de acumulación del capital en las arcas de los capitalistas, por supuesto todo enmascarado por la autoridad que da el cientificismo y la supuesta búsqueda de soluciones a “la crisis”.  No parece casual que la década de los setentas se haya caracterizado por el diseño tanto de medicinas como de enfermedades que parecen haber sido dirigidas a la intervención masiva en el crecimiento de la población mundial; y paralelamente se extendió la idea del control de natalidad impuesto en los países pobres[19]. Era claro que el punto de equilibrio del capitalismo no estaba en la mitad de la balanza: había que detener el crecimiento modesto de todos en función del crecimiento desmedido del capital de muy pocos.
De la misma forma la historia económica de las relaciones internacionales diluiría los hechos reales en conferencias, comisiones, reuniones, congresos, de los que saldría una cantidad parecida de tratados, pactos, convenios, compromisos, alianzas, acuerdos, que esconderían las verdaderas razones de la realidad. Uno de las primeras pruebas de esta idea la constituyó el Sistema Interamericano, cuya colección de acuerdos fueron publicados en versión sutilmente adulterada[20] de forma tal que las propuestas de la delegación estadounidense pasaron a la historia como el consenso logrado en las reuniones de los más altos representantes políticos del área, cuando el consenso en realidad fue otro.
Lo mismo se hizo con las “guerras mundiales”, que quedaron para siempre plasmadas por escrito y por audiovisual como el producto de la ira causada por el asesinato de un príncipe heredero o de la maldad enfermiza de un hombre acomplejado; se veía a África -tanto el Magreb como la Subsahariana- como un continente recién llegado a la civilización, ayudado gentilmente por la ONU; y se convertía a Asia –el sureste y el extremo oriente- en la región con mayor potencial de progreso industrial (la razón era demográfica –se convertiría en una enorme fábrica de producción, tanto de capital como de trabajo). Hubo incluso en esa época el supuesto descubrimiento de un monumento, “Las Piedras de Georgia”, que explotando el imaginario esotérico, anunciaba que la economía no puede crecer sino a una escala calculada (casualmente coincidente con los informes mencionados).
Ya se vislumbraba con claridad que en “las crisis” lo que sucedía era que implotaban las posibilidades de crecimiento de las mayorías y se beneficiaban las economías de las minorías.
4. El factor energético. El desarrollo científico estadounidense hacía que para 1956 el geofísico M. King Hubbert creaba un modelo matemático que graficaba el momento máximo de descubrimientos de petróleo en el mundo. Con esa fórmula –el Pico de Hubbert-[21] se estimó que entre 1995 y 2000 se produciría el momento de mayores descubrimientos de yacimientos y de allí en adelante empezaría a ser cada vez menor la cantidad de pozos descubiertos. Además estimó “el pico” de Estados Unidos para alrededor de 1970. Con esta información las trasnacionales de la energía fósil pudieron planificar muchas de sus políticas durante la segunda mitad del siglo XX. Además las empresas empezaron a utilizar todo su potencial tecnológico para saber dónde estaban las últimas reservas de petróleo del planeta, a fin de apoderarse de ellas antes de ser exploradas, de tal forma que cuando efectivamente se probara su existencia, el balance de poder en la acumulación se inclinara hacia su lado.
En 1960 se creaba la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEC por sus siglas en inglés, oligopolio cuya finalidad inicial fue cartelizar los precios del petróleo para que los estados-nación, cuya fuente principal de ingreso era la energía fósil, tuvieran un instrumento para proteger sus intereses contra las “Siete Hermanas”[22] que establecían el precio a pagar por el crudo a su discreción, de acuerdo sólo con sus intereses.
Súbitamente, el 6 de septiembre, a raíz del anuncio de una nueva baja de precios, Kassim citó a los países productores para una conferencia en Bagdad seis días después. Respondieron los Estados árabes, Venezuela y el Irán, que representan, según Tariki, el 85% de las exportaciones mundiales y el 90% de las reservas. La convocatoria fue precipitada por la segunda baja de precios decretada por la Standard de 4 a 14 centavos por barril, seguida inmediatamente por la Shell. La British Petroleum, entre protestas, bajó sólo hasta 10 centavos los precios y luego otras dos compañías siguieron su ejemplo. (…) El 14 de septiembre, (…) se estableció la Organización de Países Exportadores.[23]
Porque a pesar del salto que había dado el capitalismo cuando se habían empleado todas las energías en trasladar el núcleo del sistema de la industria a las finanzas, había una industria de la que definitivamente no se podría prescindir en ese momento y en mucho tiempo: era la energía fósil. El entramado industrial del mundo estaba montado sobre la base de energía termoeléctrica y hasta que no se encontrara otro tipo de energía con precio adecuado y con suficiente disponibilidad, no se podría sustituir el petróleo por ningún otro recurso. Entonces cuando en 1973 el mundo se retorcía con el alza de los precios, la explicación que se repitió hasta el cansancio a través de las empresas transnacionales de divulgación fue que los países de la OPEC (la mayoría de ellos islámicos) habían boicoteado los países que apoyaron a Israel en la guerra del Yon Kippur por razones religiosas. La verdad es que la religión solo era una razón accesoria.
A continuación, los productores petroleros cartelizados, en vista de que el valor de su riqueza se reducía, negociada en mercados a futuro en una divisa que de la noche a la mañana valía menos, reaccionaron recortando la producción, para impedir la quiebra de sus economías. Y a raíz de la llamada guerra del Yom Kippur, derivada de la usurpación ilegal israelí de territorios de tres países vecinos (Egipto, Siria y Jordania) la OPEC precipitó la toma de una estrategia aún más agresiva: detuvo la producción y estableció un embargo para los envíos del crudo a Israel y a sus socios de Occidente, a consecuencia de lo cual subieron los precios del petróleo. Aunque ese embargo se levantó en marzo de 1974, los efectos mundiales de “la crisis” se extendieron hasta fines de los setentas.
Pero la predicción hecha con el “Pico de Hubbert” se había cumplido en 1971, con lo cual la “crisis” petrolera ya no era tal y se convertía en el nuevo comportamiento del crudo: los precios no bajarían nunca más: lo que había sido denominado “crisis energética” no lo sería más y se convertiría en lo adelante en la cotidianidad.
Por otro lado, debido a la dependencia financiera del dólar a nivel mundial, los países importadores de petróleo no lograron evitar los embates de la estanflación; sin embargo, el impacto fue mucho mayor en Europa que en Japón, donde las ciudades con altísimas densidades de población tenían sistemas de transporte público muy desarrollados y donde los fabricantes lideraron la sustitución de los grandes automóviles por vehículos compactos, energéticamente mucho más eficientes.
Dentro de Estados Unidos, con el objetivo de promover las prospecciones petrolíferas, el gobierno limitó el precio del petróleo ya descubierto, mientras permitía que el recién producido pudiera ser vendido a un precio más elevado, lo que supuso una retirada del “petróleo antiguo” de la venta y una escasez artificial, que adicionalmente causó un racionamiento de la gasolina. En todos los casos, la “opinión pública” de los países ricos fue llevada a enardecerse en contra de los países de la OPEC, distrayendo así la atención del verdadero culpable de su crisis: su propio mercado de valores.
Para finales de la década de los ochentas la Guerra Irán-Irak traía lo que las grandes transnacionales de la divulgación denominaron la Segunda Crisis del Petróleo, que más que una crisis fue el resultado de la escasez del crudo, causada por la voladura de pozos y refinerías, sobre todo en Irak, que tras haber sido incitada a atacar a Irán, con la idea de revertir la revolución islámica de ese país, después del cambio de gobierno en Estados Unidos no obtendría apoyo en una guerra en la que Irak tenía todas las de perder porque no sólo los desfavorecía las evidentes asimetrías militares sino la cantidad de tropas de las que disponían. Increíblemente a pesar de la escasez, los precios no subieron, lo que hacía evidente que no era esa una “crisis”, sino más bien el inicio de una lucha encarnizada por apoderarse de los últimos yacimientos de energía fósil del mundo.
5. Tratado de Reciprocidad Comercial entre Venezuela y Estados Unidos. El 6 de noviembre de 1939 se firmaba. Sería revisado para su complementación por el gobierno del triunvirato presidido por Betancourt entre 1950 y 1952, lo que sería pospuesto por la entrada en el gobierno del nacionalista Pérez Jiménez. El liberal Betancourt crearía la CVP para cumplir con el convenio que el conservador Caldera aboliría definitivamente.

Últimos intentos pre-globalizadores de integración regional
Es verdad que algunos dirigentes políticos latinoamericanos en algún momento pensaron en la posibilidad cierta de la integración económica del continente, probablemente con una visión esclarecida de lo que estaba por suceder en el mundo; porque si la integración regional funcionaba (tal como parecía estar funcionando en Europa) y se lograba el bienestar de sus sociedades, ello garantizaría la estabilidad política de sus naciones, lo que los mantendría a ellos en el poder. Además estaban algunos sectores de las oligarquías nacionales, que empezaban a entender que la “globalización” de la economía terminaría usurpando sus negocios locales y regionales y en fin, acabando con sus capitales.
Así que a diferencia de hace doscientos años, en que los ricos de la región lideraron los movimientos independentistas, los intentos que en el siglo XX se hicieron en la zona para defender los capitales propios no fueron liderados por los capitalistas (probablemente con la excepción de Brasil), sino por los líderes liberales militares y políticos, que más temprano que tarde olfatearon que en su crecimiento, los gigantescos capitales transnacionales eventualmente se tragarían los capitales nacionales y que las oligarquías de la región sustituirían su poder económico por poder político, a fin de no desaparecer del mapa geoestratégico, lo que dejaría a “las clases políticas” locales fuera del juego del poder, tal como pasa en Estados Unidos, en que sólo son representantes (lobbyists) de los distintos sectores económicos.
Es así como la política exterior venezolana, tal como la del continente entero, en la década del setenta todavía debatían dos opciones. Por una parte el pensamiento integrador, cuyo máximo exponente era “el pensamiento cepalino”:
(…) la CEPAL es única en la historia de las instituciones internacionales en haber inaugurado una nueva modalidad de cooperación intergubernamental. Su creación marcó el comienzo de un movimiento de cooperación y conflicto entre los países en desarrollo y las economías industriales que llegó a su clímax en diciembre de 1974, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados[24].
Y por la otra, los mandatos de los organismos dependientes de la ONU, que se presentaba como una organización democrática, pero que en realidad fue concebida y estructurada para funcionar como un club de socios -Consejo de Seguridad- (los países más ricos del planeta) que se ponen de acuerdo para enrumbar el mundo hacia donde decidan los intereses de los grandes capitales transnacionales. De hecho el Movimiento de los No Alineados surgía en esos años como un intento de un grupo de naciones con economías pequeñas, de liberarse del rol de “banca” de cada una de las potencias.
En ese sentido, Venezuela en 1969 no había suscrito el Acuerdo de Cartagena, con argumentos que incluían el estudio de legislaciones y convenios firmados por los otros países integrantes y la vulnerabilidad de la economía nacional ante economías con más fortalezas específicas que las propias; la realidad es que tenía que ver con que el Convenio de Reciprocidad Comercial firmado con Estados Unidos lo impedía[25]. Sin embargo, en 1972, tras el cambio de gobierno y con una economía floreciente como producto del incremento de los precios del petróleo en la crisis petrolera, y sobre todo después de la denuncia de dicho Convenio por parte de Venezuela, el país solicitaba su incorporación al Acuerdo de Cartagena.
En 1975 se creaba el Sistema Económico Latinoamericano SELA, salido fundamentalmente de la iniciativa de los gobiernos de Venezuela y México, que pretendía convertirse en un novedoso mecanismo de integración de la región, supuesto a funcionar como financista de los países latinoamericanos[26], probablemente cobrando los mismos intereses, pero con la idea de financiar el verdadero desarrollo industrial de todos los países de la región.
Por otro lado se mantenían activas las conversaciones sobre la iniciativa para la firma del Pacto Amazónico[27]: Brasil había formulado una propuesta que reunía varias condiciones: 1) tomaba la iniciativa de la cooperación con sus vecinos, lo que garantizaría su acceso a un enorme mercado; lo que hacía que 2) dichos vecinos actuaran como escudo ante posibles agresiones extranjeras; a la vez que 3) impulsaba el desarrollo de sus fronteras, difíciles de explorar sin cooperación; y 4) facilitaba el acceso preferencial a los valiosísimos recursos de las naciones circundantes. Hay que tener en cuenta que el desarrollo industrial de Brasil, que tiene fronteras con casi todas las naciones del área, aunado al buen funcionamiento del Pacto hubiera sido un golpe para el comercio de Estados Unidos con los países del área.
Eso queda muy claro en un estudio de 1974 hecho por un miembro del Council on Foreign Relations –todavía activo en la actualidad-:
Por ejemplo, una gran cooperación entre Venezuela y Brasil podría afectar las posibilidades para una mayor integración y una acción colectiva de Latinoamérica. Adicionalmente, un acuerdo entre Brasil y Venezuela en principios fundamentales sobre un nuevo orden económico conveniente incrementa el poder de negociación del “Sur” en el teatro internacional. Finalmente, un acuerdo entre los dos países en la venta del crudo venezolano no convencional de la faja del Orinoco podría afectar significativamente los intereses estratégicos de Estados Unidos.[28]
Es evidente también que en vista del Pico de Hubbert, los estudiosos petroleros habían hecho su trabajo, cuantificando con exactitud los barriles en la Faja Petrolífera del Orinoco, certificados sólo treinta y cinco años después: …las reservas conocidas de petróleo no convencional en la faja del Orinoco (estimada en 700 mil millones de barriles)…[29]. Es interesante notar que Robert Bond, que no escribe en nombre del gobierno estadounidense, se dirige al Canciller venezolano con la familiaridad con que lo haría con un empleado subalterno, sugiriéndole la lectura de un material de su elaboración y fijando por adelantado una reunión que se llevará a cabo de acuerdo a su conveniencia. Esta y otras presiones tal vez menos directas lograron retrasar la firma del Pacto Amazónico hasta después de firmado el Acuerdo de Cartagena.
Con la misma idea integracionista se presentaba ante el PNUD el Proyecto de Integración Fronteriza Grancolombiana en 1977, que al igual que otros intentos previos con el mismo fin[30], pretendía unir los gobiernos del viejo proyecto bolivariano en función de “prestarles atención creciente en búsqueda de soluciones acordes con sus planes y políticas de desarrollo y de integración.” Este proyecto, tal como el Programa Integral de Cooperación para el Caribe en 1978 y los demás de integración económica, no lograron tener calado en los espacios políticos de la región.
En junio de 1978, cuando se produjo el derrocamiento del Sha en Irán, el precio de referencia del petróleo se encontraba en doce dólares. La revolución en Irán, y la posterior guerra entre Irak e Irán iniciada en 1979 exteriorizaron la fragilidad política de la región y generaron pánico ante un probable nuevo desabastecimiento de petróleo en el mercado al producirse una significativa reducción de la producción que en su fase inicial implicó una reducción de 4 millones de barriles diarios, equivalente al 15% de la producción diaria de la OPEP y al 8% de la demanda mundial.[31]
Y fue probablemente por todos esos intentos integracionistas, los que por el otro lado parecían querer evadir de cierta forma los mandatos del GATT, que Venezuela, que no había participado del embargo petrolero a Estados Unidos, fue injustamente víctima de las represalias contenidas en la Cláusula Anti-OPEC incluida en la Ley de Comercio Exterior de Estados Unidos, que afectaban el comercio venezolano con Estados Unidos, que significaba la mayor parte de sus exportaciones no petroleras y su posibilidad de desarrollo. En 1975 el presidente de la Cámara de Comercio Americana de Venezuela enviaba al Newsweek una carta en la que reclamaba con vehemencia el artículo de esa revista que exigía a su gobierno castigar al país negándole futuras tarifas preferenciales a sus exportaciones manufacturadas, solo por el hecho de ser integrante de la OPEC [32].
Por mucho que sus líderes políticos intentaron ponerse de acuerdo, los países tercermundistas ya habían quedado económicamente entrampados en la posguerra, cuando Estados Unidos había logrado en Bretton Woods que el mundo entero contribuyera al fortalecimiento de su moneda y su economía, en detrimento de todas las demás. Tal como quedó dicho, el próximo paso sería imponer universalmente la idea de que la deuda era la única forma de financiar el desarrollo y convencer a todos de tomar deudas en dólares de los grandes bancos estadounidenses. Poco a poco, a la sombra de las legislaciones modificadas ad-hoc con la promesa de que el libre comercio atraería la inversión extranjera, publicitada como la panacea del desarrollo, las transnacionales fueron comprando las industrias públicas y privadas en la región; y así los mecanismos que los políticos latinoamericanos habían logrado crear para favorecer la integración regional fueron muriendo lentamente, a la par que los partidos que dichos políticos representaban, hasta quedar reducidos a instituciones de maletín, dirigidas a mantener una burocracia clientelar y con ello, la frágil estabilidad social que quedaba.
Al mismo tiempo, la prensa fue utilizada efectivamente como creador de cizañas en los diferentes intentos de integración. Hay un artículo de 1979 que demuestra cómo los supuestos “medios de comunicación”, pertenecientes primero a las oligarquías nacionales y después a las transnacionales de la divulgación, se dispusieron a trabajar en el convencimiento de que los países del sur no debían colaborar unos con otros, porque esa era una pérdida de tiempo y de recursos.[33]
Así Estados Unidos lograría, por medio de la inundación de funcionarios con propuestas diversas y probablemente contradictorias, boicotear todos los acuerdos de los países del sur en los eventos regionales en que siempre lograban ser invitados y participaban como “observadores”, tal como en aquel fracasado Congreso Anfictiónico. Y es que el funcionamiento standard de los mecanismos multilaterales fue diseñado para beneficiar a las potencias, que disponen de un gran funcionariado especializado en economía política y derecho internacional, que es mucho más de lo que pueden en general costear las naciones del sur.
Y en eternas discusiones estériles sobre irrelevancias burocráticas y sin poder ponerse de acuerdo sobre los conceptos fundamentales y las estrategias del “desarrollo”, fracasaba entonces el Diálogo Sur-Sur y se evidenciaba que la voluntad política necesaria para la instauración del Diálogo Norte-Sur no existió nunca, por lo que ese ni siquiera fracasó, sino que nunca se inició.
En 1980 la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio ALALC daba paso a la Asociación Latinoamericana de Integración ALADI, siendo éste el último intento pre-globalización de los países del sur del Continente, por crear un espacio de integración regional que abriera la posibilidad a la colaboración Sur-Sur.
Asimismo contempla la cooperación horizontal con otros movimientos de integración del mundo y acciones parciales con terceros países en vías de desarrollo o sus respectivas áreas de integración (Artículo 27).[34]


[1] Stiglitz, J., El rumbo de las reformas. Hacia una Nueva Agenda para America Latina, p. 37. La pregunta es ¿cómo es que el país con el mayor déficit en el mundo –Estados Unidos- nunca “cae en crisis”?. El subrayado es nuestro.
[2] “Occidente” en su significado cultural y no en su acepción meramente geográfica. Occidente según Arnaldo Esté no es una ubicación, sino una serie de características histórico-geográfica-culturales, que definen más una manera de conocer que el sitio donde se originó el concepto. Porque de hecho, decir occidente al referirse a un lugar, equivale a ver el planeta desde un punto específico en el espacio, lo cual es absolutamente prejuiciado.
[3] Según Habbermas no existe en la actualidad “opinión pública” que no esté manipulada por la publicidad, al servicio de los intereses privados que pagan por ella.
[4] La etapa del capitalismo que corresponda definirá qué enfoques se usan primordialmente en cada momento histórico.
[5] En el primer trabajo de esta publicación se detallan las instituciones financieras del sistema que no sólo serían los agiotistas sino que serían los encargados de difundir la idea de que la deuda y su impagabilidad eran culpa de la irresponsabilidad de los pueblos.
[6] Ver Engdahl, W., Los fundamentos financieros del siglo estadounidense.
[7] El documento N°  13 demuestra que ya para 1974 los Estados Unidos sabían que la faja del Orinoco estaba llena de petróleo, del que debían apoderarse.
[8] Ver Brzezinski, Z., Between two ages.
[9] Ver sitio web de Institución Futuro.
[10] Ver Weissman, R., Diez años después del fin de la Ley Glass-Steagall.
[11] Ver Esteller O., D., La ciudad medieval.
[12] Márquez R., A., “Cuenta” en El Nacional. El subrayado es nuestro.
[13] Ver Declaración de los Derechos Humanos de 1789. El subrayado es nuestro.
[14] Ver Declaración de los Derechos Humanos de 1948. El subrayado es nuestro.
[15] Ver Hacker y Pierson, “The Powell Manifesto”.
[16] Ver Horkheimer y Adorno, Dialéctica del iluminismo
[17] Ver Meadows, Meadows, Randers y Behrens, Los límites del crecimiento.
[18] Ver los sitios web
[19] Se llevarían a cabo esterilizaciones masivas sin permiso de las interesadas.
[20] Ver trabajo de Cordero, D. en Venezuela y las Conferencias Panamericanas
[21] Ver Pico de Hubbert en Internet
[22] Así se referían comúnmente a las 7 transnacionales originales del petróleo: Jersey Standard, Shell, Gulf, Texaco, Mobil, California Standard, British Petroleum. Ver O’Connor, Crisis Mundial del Petróleo.
[23] Idem, p. 384
[24] Ventura-Dias, V., La CEPAL y el sistema interamericano, p. 1.
[25] Ver Doc. No. 2
[26] Ver Doc. No. 9.
[27] Ver Doc. No. 16
[28] Idem. El subrayado es nuestro.
[29] Ver Doc. No. 13
[30] Ver trabajo de Gómez, I. en esta publicación
[31] Ruiz-Caro, A., El papel de la OPEP en el comportamiento del mercado petrolero internacional, p. 24
[32] Ver Doc. No. 7
[33] Ver Doc. No. 17
[34] Sitio web de ALADI