Conformación de la “Deuda Eterna”[1]
Es así como Estados
Unidos, que fue la única potencia que no quiso formar parte de la Sociedad de Naciones
(hasta no tener completamente acabado el Sistema Interamericano), propició la
creación de la ONU,
a la que concurrió con un contingente de naciones-votos, que constituyeron
originalmente su mayoría automática en cada votación. Pero sus planes se
retrasaban porque la segunda mayoría no estaba constituida precisamente por los
países aliados del nuevo imperio, sino por los que ya se conocían como los
“satélites” de la Unión Soviética.
Eso unido a la posibilidad de alianza de ese bloque con la recién declarada
República Popular China y con los países que hubieran podido ser de su
influencia, como Corea y la península Indochina, hacía que el equilibrio en las
votaciones diera una ventaja muy precaria a su poder de decisión.
Por tanto,
habría que cambiar la correlación de fuerzas, incluyendo en el organismo muchos
nuevos países, lo que solo se lograría obligando a un proceso de
descolonización separatista, que triplicaría la cantidad de países del mundo en
los siguientes veinte años.[2] Así,
desde finales de los años cincuentas, Europa cuya reconstrucción estaba siendo
financiada por empresas estadounidenses, se vería obligada a precipitar el
proceso de descolonización de sus colonias en África y Asia.
(…) el Siglo estadounidense sería embalado y vendido
al mundo, sobre todo a los países emergentes de África, Latinoamérica y Asia,
como el mejor guardián de la libertad y de la democracia, etc., todas esas
cosas. Se pondría el traje del más destacado defensor del fin del régimen colonial,
una postura que beneficiaba excepcionalmente a la única importante potencia sin
grandes colonias – es decir EE.UU.[3]
En Bretton
Woods se había logrado confeccionar un patrón internacional de medición de precios
que establecía que la onza de oro tenía un valor fijo de 37 dólares, lo que
automáticamente convirtió al dólar en el nuevo patrón de cálculo monetario. De
allí en adelante las barras de oro de los respaldos monetarios de todos los
países del mundo empezaron a viajar hacia las arcas de los bancos
internacionales con sede en Estados Unidos, porque se entendía que era igual
tener el respaldo de la moneda local en oro que en dólares, pero la mayoría de
los países pobres no tenía suficiente infraestructura para cuidar el oro.
En adelante
todas las naciones del planeta llenarían sus arcas de dólares o se endeudarían
en esa moneda y Estados Unidos habría conseguido amarrar la economía mundial al
“bienestar” de la suya, garantizando su seguridad financiera independientemente
de la producción de bienes reales, posicionándola como la nación más poderosa
de la tierra, con completa invulnerabilidad y total capacidad de decisión sobre
las economías locales de cualquier parte de la tierra.
Aunque en
adelante la venta de su deuda pública haría ver a la potencia como el mayor
deudor del mundo, Estados Unidos tendría el poder absoluto para intervenir
políticamente donde quisiera, porque tenía la garantía económica de que nadie
se opondría, no sólo por temor a ser invadido, que de forma aislada hubiera
sido una política bastante impopular[4]; sino
fundamentalmente por miedo a quebrar la economía doméstica, porque tras la
trampa de Bretton Woods el oro vale en última instancia, la cantidad de dólares
que decida el Departamento del Tesoro en cada momento.
Para financiar la permanente guerra económica, EEUU ha estado inundando
el mundo con dólares. Los bancos centrales de los países
recipiendarios convierten estos dólares en moneda local y es entonces cuando
estos bancos centrales se enfrentan a un problema. Si un banco central no gasta
su dinero en los Estados Unidos, la tasa de cambio contra el dólar se
incrementa y se penalizan a los exportadores. Esto le ha permitido a EEUU
imprimir papel moneda sin restricciones: comprar importaciones y compañías
extranjeras, financiar la expansión militar, así como asegurar que otras
naciones, como China, continúen comprando bonos del tesoro estadounidenses.[5]
Por otro lado,
estuvo el inicio de lo que se llamó “La Transferencia” del
Canal de Panamá en la década del cincuenta. Para ese momento ya los equipos
estaban entrando en período de franca obsolescencia y los bajísimos precios del
petróleo demostraban que era menos costoso desembarcar la mayor parte de las
mercancías en Ciudad de Panamá, trasladarlas a través del tren hasta Colón y
volver a embarcarlas allí o viceversa. La faraónica obra de ingeniería que
había sido construida sobre la secesión de un país y de varios miles de vidas
humanas estaba a punto de transformarse en un costosísimo atractivo turístico.
Estados Unidos empezó entonces a “dejarse convencer” de la idea de ceder el
área del canal por un precio razonable, con lo cual Panamá adquiriría una deuda
eterna, que sin embargo pasaría a la historia como el momento de la
recuperación de su soberanía. Lo que nadie decía era que lo que se traspasaba
con la venta era la depreciación del “bien de capital”; así en 1977 se firmaba
el Tratado Torrijos-Carter que entre otras cosas comprometía a la nación
panameña a pagar la actualización de las exclusas existentes, construir otra
exclusa y otro canal.[6]
La lectura de
las condiciones de lo que se llamó la “deuda soberana” hace inferir al menos
sagaz de los observadores que ella no fue diseñada para ser cobrada. Contratada
con plazos perentorios e intereses variables, no puede pensarse una posibilidad
real de pago de un compromiso que se multiplica infinitamente en cada período.
Históricamente el agiotaje ha sido despreciado porque aprovecha las
circunstancias de una nación para acumular capital en las manos de los
banqueros, por tanto es factible inferir que el mecanismo fue usado como
instrumento de cambio estructural de los Estados nacionales en sucursales de
las corporaciones transnacionales.
Es muy difícil
determinar un momento preciso en que realmente se haya iniciado la creación de
los mecanismos por los cuales los países pobres del mundo se llenaron de una
deuda imposible de pagar. Sin embargo, un examen a la historia del nacimiento
de la agrupación gremial de los capitalistas de Venezuela –Fedecámaras-[7], a la
vista de las resoluciones del Sistema Interamericano[8],
muestra que los gobernantes de la nación fueron presionados durante toda la
primera mitad del siglo XX, a crear instituciones crediticias con el fin de “prestar”
a los empresarios nacionales los recursos provenientes de los impuestos
internos del país, supuestamente con la idea de financiar el desarrollo del
Estado.
De acuerdo con los datos del Banco Central de
Venezuela, en 1977 el 60 por ciento de los fondos utilizados por la industria
privada venezolana provenían de préstamos y sólo el 19 por ciento correspondía
al capital aportado por los accionistas.[9]
Lo que en
realidad sucedió fue que la gran mayoría de dichos capitales fueron invertidos
en lo menos riesgoso que tales “empresarios” pudieron encontrar: las finanzas,
tal como se demuestra con la lista de los directivos gremiales y sus tipos de
negocios[10]. De esta forma los
capitales provenientes de las riquezas de todos los venezolanos y que estaban
supuestos a ser invertidos en la industrialización del país, terminaron en las
arcas de los nuevos banqueros, aseguradores y financistas.
Y frente a
ello, aquellos que habiendo salido de las filas de los campesinos sin tierra
para ser enrolados como clientes políticos, nunca más volverían a ser parte de
un aparato productivo; así, el campo abandonado aunado a la escasez de
industrias, provocaron que surgiera en el país una clase de lumpen-proletarios,
cuyo tamaño no se correspondía con el estadio de su desarrollo industrial.
Entonces,
desde el inicio de la segunda mitad del siglo, las grandes transnacionales
instaladas en esta y todas las naciones latinoamericanas, extrayendo materias
primas a mano rota, presionaron la reglamentación jurídica impulsada primero desde
el Sistema Interamericano convertido después en la Organización de
Estados Americanos OEA y después desde la Organización de
Naciones Unidas ONU y la Organización Mundial del Comercio OMC, que
permitiera la libre movilidad de los capitales a través de la región con el
menor costo posible[11].
Enmarcados en
la misma idea, para el año 1959 se habían creado el Banco Interamericano de
Desarrollo, en 1966 nacía la Corporación
Andina de Fomento y en 1968 la Asociación
Latinoamericana de Instituciones Financieras para el
Desarrollo, todas instituciones supuestamente destinadas a conseguir ayuda para
la “procura del desarrollo” de los países pobres de la región. Lo que no se
decía era que la “ayuda” vendría siempre en forma de préstamos: la “deuda
soberana”.
Desde
1964, Estados Unidos ya ensayaba la imposición de una reglamentación a los
préstamos otorgados por dichos organismos a través de la Alianza para el Progreso[12], por la cual los
países latinoamericanos estaban obligados a gastar la totalidad de los montos
otorgados para “el desarrollo”, en las mercancías que ese país decidiera y que
necesariamente fueran de fabricación estadounidense[13].
Durante todos esos años, los gobernantes latinoamericanos se quejaron de que la
tecnología comprada a ellos era inservible y los precios subían a más de
cuarenta por ciento más de lo que costaban las mismas mercaderías en otras
partes del mundo.
Dicha
norma influyó decisivamente para que el dinero que supuestamente iba a ser
destinado al desarrollo de los países del continente, contrariamente a
contribuir a la industrialización, se acumulara en forma de préstamos privados
y públicos, destinados a la compra de bienes y servicios, que lejos de
contribuir a la modernización de las naciones, la entramparon en una deuda
injusta, que igual tuvieron que pagar, sin contraprestación real alguna.
En ese 1964 se
conformaba el Grupo de los 77, probablemente para enfrentar políticas de este
tipo y con la pretensión de formar una corriente de opinión en previsión de la
propuesta de adopción del Nuevo Orden en ciernes, además de proporcionar
(…) los medios a los países del
Sur para articular y promover sus
intereses económicos colectivos y mejorar su capacidad de negociación conjunta
sobre los principales temas económicos internacionales dentro del sistema de las Naciones Unidas
y promover la cooperación Sur-Sur
para el desarrollo.[14]
[1] Así fue llamada por algunos críticos, en juego de
palabras con Deuda Externa.
[2] Ver Frías,
Principios básicos sobre el
establecimiento de un nuevo orden económico internacional.
[3] Ver Engdahl,
Los fundamentos financieros del siglo
estadounidense.
[4] Ver Nye, The benefits of soft power.
[5] Ver Grillo, Alexander, y Fletcher, El ocaso de EEUU, Planes globales para reemplazar al dólar.
[6] http://www.pancanal.com/esp/plan/documentos/plan/acp-plan-01-la-ruta-por-panama-y-el-canal.pdf
[7] Ver Moncada,
Los huevos de la serpiente.
[8] Ver Conferencias
Internacionales Americanas, Departamento Jurídico Unión Panamericana
[9] Naím,
M., “La Empresa
privada en Venezuela: ¿qué pasa cuando se crece en medio de la riqueza y la
confusión?” en Naim y Piñango, El Caso
Venezuela, p.165.
[10] Ver Moncada, Los huevos de la serpiente.
[11] Ver Venezuela
y las Conferencias Panamericanas
[13] Ver Doc. No. 1