Los últimos intentos de integración (preparando la región para la globalización) 1970 - 1989 (parte 2)





Conformación de la “Deuda Eterna”[1]
Es así como Estados Unidos, que fue la única potencia que no quiso formar parte de la Sociedad de Naciones (hasta no tener completamente acabado el Sistema Interamericano), propició la creación de la ONU, a la que concurrió con un contingente de naciones-votos, que constituyeron originalmente su mayoría automática en cada votación. Pero sus planes se retrasaban porque la segunda mayoría no estaba constituida precisamente por los países aliados del nuevo imperio, sino por los que ya se conocían como los “satélites” de la Unión Soviética. Eso unido a la posibilidad de alianza de ese bloque con la recién declarada República Popular China y con los países que hubieran podido ser de su influencia, como Corea y la península Indochina, hacía que el equilibrio en las votaciones diera una ventaja muy precaria a su poder de decisión.
Por tanto, habría que cambiar la correlación de fuerzas, incluyendo en el organismo muchos nuevos países, lo que solo se lograría obligando a un proceso de descolonización separatista, que triplicaría la cantidad de países del mundo en los siguientes veinte años.[2] Así, desde finales de los años cincuentas, Europa cuya reconstrucción estaba siendo financiada por empresas estadounidenses, se vería obligada a precipitar el proceso de descolonización de sus colonias en África y Asia.
(…) el Siglo estadounidense sería embalado y vendido al mundo, sobre todo a los países emergentes de África, Latinoamérica y Asia, como el mejor guardián de la libertad y de la democracia, etc., todas esas cosas. Se pondría el traje del más destacado defensor del fin del régimen colonial, una postura que beneficiaba excepcionalmente a la única importante potencia sin grandes colonias – es decir EE.UU.[3]
En Bretton Woods se había logrado confeccionar un patrón internacional de medición de precios que establecía que la onza de oro tenía un valor fijo de 37 dólares, lo que automáticamente convirtió al dólar en el nuevo patrón de cálculo monetario. De allí en adelante las barras de oro de los respaldos monetarios de todos los países del mundo empezaron a viajar hacia las arcas de los bancos internacionales con sede en Estados Unidos, porque se entendía que era igual tener el respaldo de la moneda local en oro que en dólares, pero la mayoría de los países pobres no tenía suficiente infraestructura para cuidar el oro.
En adelante todas las naciones del planeta llenarían sus arcas de dólares o se endeudarían en esa moneda y Estados Unidos habría conseguido amarrar la economía mundial al “bienestar” de la suya, garantizando su seguridad financiera independientemente de la producción de bienes reales, posicionándola como la nación más poderosa de la tierra, con completa invulnerabilidad y total capacidad de decisión sobre las economías locales de cualquier parte de la tierra.
Aunque en adelante la venta de su deuda pública haría ver a la potencia como el mayor deudor del mundo, Estados Unidos tendría el poder absoluto para intervenir políticamente donde quisiera, porque tenía la garantía económica de que nadie se opondría, no sólo por temor a ser invadido, que de forma aislada hubiera sido una política bastante impopular[4]; sino fundamentalmente por miedo a quebrar la economía doméstica, porque tras la trampa de Bretton Woods el oro vale en última instancia, la cantidad de dólares que decida el Departamento del Tesoro en cada momento.
Para financiar la permanente guerra económica, EEUU ha estado inundando el mundo con dólares. Los bancos centrales de los países recipiendarios convierten estos dólares en moneda local y es entonces cuando estos bancos centrales se enfrentan a un problema. Si un banco central no gasta su dinero en los Estados Unidos, la tasa de cambio contra el dólar se incrementa y se penalizan a los exportadores. Esto le ha permitido a EEUU imprimir papel moneda sin restricciones: comprar importaciones y compañías extranjeras, financiar la expansión militar, así como asegurar que otras naciones, como China, continúen comprando bonos del tesoro estadounidenses.[5]
Por otro lado, estuvo el inicio de lo que se llamó “La Transferencia” del Canal de Panamá en la década del cincuenta. Para ese momento ya los equipos estaban entrando en período de franca obsolescencia y los bajísimos precios del petróleo demostraban que era menos costoso desembarcar la mayor parte de las mercancías en Ciudad de Panamá, trasladarlas a través del tren hasta Colón y volver a embarcarlas allí o viceversa. La faraónica obra de ingeniería que había sido construida sobre la secesión de un país y de varios miles de vidas humanas estaba a punto de transformarse en un costosísimo atractivo turístico. Estados Unidos empezó entonces a “dejarse convencer” de la idea de ceder el área del canal por un precio razonable, con lo cual Panamá adquiriría una deuda eterna, que sin embargo pasaría a la historia como el momento de la recuperación de su soberanía. Lo que nadie decía era que lo que se traspasaba con la venta era la depreciación del “bien de capital”; así en 1977 se firmaba el Tratado Torrijos-Carter que entre otras cosas comprometía a la nación panameña a pagar la actualización de las exclusas existentes, construir otra exclusa y otro canal.[6]
La lectura de las condiciones de lo que se llamó la “deuda soberana” hace inferir al menos sagaz de los observadores que ella no fue diseñada para ser cobrada. Contratada con plazos perentorios e intereses variables, no puede pensarse una posibilidad real de pago de un compromiso que se multiplica infinitamente en cada período. Históricamente el agiotaje ha sido despreciado porque aprovecha las circunstancias de una nación para acumular capital en las manos de los banqueros, por tanto es factible inferir que el mecanismo fue usado como instrumento de cambio estructural de los Estados nacionales en sucursales de las corporaciones transnacionales.
Es muy difícil determinar un momento preciso en que realmente se haya iniciado la creación de los mecanismos por los cuales los países pobres del mundo se llenaron de una deuda imposible de pagar. Sin embargo, un examen a la historia del nacimiento de la agrupación gremial de los capitalistas de Venezuela –Fedecámaras-[7], a la vista de las resoluciones del Sistema Interamericano[8], muestra que los gobernantes de la nación fueron presionados durante toda la primera mitad del siglo XX, a crear instituciones crediticias con el fin de “prestar” a los empresarios nacionales los recursos provenientes de los impuestos internos del país, supuestamente con la idea de financiar el desarrollo del Estado.
De acuerdo con los datos del Banco Central de Venezuela, en 1977 el 60 por ciento de los fondos utilizados por la industria privada venezolana provenían de préstamos y sólo el 19 por ciento correspondía al capital aportado por los accionistas.[9]
Lo que en realidad sucedió fue que la gran mayoría de dichos capitales fueron invertidos en lo menos riesgoso que tales “empresarios” pudieron encontrar: las finanzas, tal como se demuestra con la lista de los directivos gremiales y sus tipos de negocios[10]. De esta forma los capitales provenientes de las riquezas de todos los venezolanos y que estaban supuestos a ser invertidos en la industrialización del país, terminaron en las arcas de los nuevos banqueros, aseguradores y financistas.
Y frente a ello, aquellos que habiendo salido de las filas de los campesinos sin tierra para ser enrolados como clientes políticos, nunca más volverían a ser parte de un aparato productivo; así, el campo abandonado aunado a la escasez de industrias, provocaron que surgiera en el país una clase de lumpen-proletarios, cuyo tamaño no se correspondía con el estadio de su desarrollo industrial.
Entonces, desde el inicio de la segunda mitad del siglo, las grandes transnacionales instaladas en esta y todas las naciones latinoamericanas, extrayendo materias primas a mano rota, presionaron la reglamentación jurídica impulsada primero desde el Sistema Interamericano convertido después en la Organización de Estados Americanos OEA y después desde la Organización de Naciones Unidas ONU y la Organización Mundial del Comercio OMC, que permitiera la libre movilidad de los capitales a través de la región con el menor costo posible[11].
Enmarcados en la misma idea, para el año 1959 se habían creado el Banco Interamericano de Desarrollo, en 1966 nacía la Corporación Andina de Fomento y en 1968 la Asociación Latinoamericana de Instituciones Financieras para el Desarrollo, todas instituciones supuestamente destinadas a conseguir ayuda para la “procura del desarrollo” de los países pobres de la región. Lo que no se decía era que la “ayuda” vendría siempre en forma de préstamos: la “deuda soberana”.
Desde 1964, Estados Unidos ya ensayaba la imposición de una reglamentación a los préstamos otorgados por dichos organismos a través de la Alianza para el Progreso[12], por la cual los países latinoamericanos estaban obligados a gastar la totalidad de los montos otorgados para “el desarrollo”, en las mercancías que ese país decidiera y que necesariamente fueran de fabricación estadounidense[13]. Durante todos esos años, los gobernantes latinoamericanos se quejaron de que la tecnología comprada a ellos era inservible y los precios subían a más de cuarenta por ciento más de lo que costaban las mismas mercaderías en otras partes del mundo.
Dicha norma influyó decisivamente para que el dinero que supuestamente iba a ser destinado al desarrollo de los países del continente, contrariamente a contribuir a la industrialización, se acumulara en forma de préstamos privados y públicos, destinados a la compra de bienes y servicios, que lejos de contribuir a la modernización de las naciones, la entramparon en una deuda injusta, que igual tuvieron que pagar, sin contraprestación real alguna.
En ese 1964 se conformaba el Grupo de los 77, probablemente para enfrentar políticas de este tipo y con la pretensión de formar una corriente de opinión en previsión de la propuesta de adopción del Nuevo Orden en ciernes, además de proporcionar
(…) los medios a los países del Sur para articular y promover sus intereses económicos colectivos y mejorar su capacidad de negociación conjunta sobre los principales temas económicos internacionales dentro del sistema de las Naciones Unidas y promover la cooperación Sur-Sur para el desarrollo.[14]


[1] Así fue llamada por algunos críticos, en juego de palabras con Deuda Externa.
[2] Ver Frías, Principios básicos sobre el establecimiento de un nuevo orden económico internacional.
[3] Ver Engdahl, Los fundamentos financieros del siglo estadounidense.
[4] Ver Nye, The benefits of soft power.

[5] Ver Grillo, Alexander, y Fletcher, El ocaso de EEUU, Planes globales para reemplazar al dólar.

[6] http://www.pancanal.com/esp/plan/documentos/plan/acp-plan-01-la-ruta-por-panama-y-el-canal.pdf
[7] Ver Moncada, Los huevos de la serpiente.
[8] Ver Conferencias Internacionales Americanas, Departamento Jurídico Unión Panamericana
[9] Naím, M., “La Empresa privada en Venezuela: ¿qué pasa cuando se crece en medio de la riqueza y la confusión?” en Naim y Piñango, El Caso Venezuela, p.165.
[10] Ver Moncada, Los huevos de la serpiente.
[11] Ver Venezuela y las Conferencias Panamericanas
[12] Ver trabajo sobre el tema en esta publicación
[13] Ver Doc. No. 1
[14] Ver sitio web Grupo de los 77