Una de ellas
es que mientras la estratificación y la movilidad social fueron impulsadas en
los países desarrollados con el “estado de bienestar”, en los países pobres se
hacía a través de la “descolonización” y el “desarrollismo”; ello aumentó las
divisiones de los trabajadores en aún más estratos y sectores, disminuyendo los
derechos sociales y ciudadanos efectivos de las mayorías, pero alimentando la
falsa esperanza de alcanzarlos con “el desarrollo”, que traería la aplicación
del Nuevo Orden Económico Internacional.
Es interesante
notar que hubo la necesidad de crear una corriente de “opinión ilustrada” que
“presionara” sobre los políticos de dichos países “atrasados”, para que
aceptaran lo que estaba planteado en las resoluciones de la ONU sobre el Nuevo Orden
Económico Internacional, supuestamente destinadas a ayudar a su desarrollo.
Lo importante del caso es que tanto los miembros del
Club de Roma como los autores del informe RIO parecen, a pesar de todo,
convencidos del hecho que los diferentes países atinentes al primero, segundo o
tercer mundo, estén suficientemente concientizados –aunque muchas veces sus
gobiernos por conveniencia política lo nieguen- de la necesidad, desde sus
diferentes posiciones de interés, de avocarse al problema de la construcción
del nuevo orden internacional, por interés mutuo. La opinión
ilustrada de todos los países está ayudando con su presión a que los
gobernantes tomen las medidas necesarias para encarar la perentoria tarea de ir
construyendo un nuevo orden internacional.[1]
Si el Nuevo
Orden era tan bueno, resulta al menos extraño que hubiera algún tipo de
resistencia en los gobernantes de las naciones del Tercer Mundo para aceptarlo;
sucedió que la mayoría de esos líderes tercermundistas no convencidos de las
bondades del “nuevo orden internacional” fueron muertos más temprano que tarde
en circunstancias casi siempre violentas. En Latinoamérica, con la confección
del Sistema Interamericano ya se había adelantado, permitiendo que se tejiera
punto por punto, aunque en muchas ocasiones a regañadientes, la superestructura
jurídico-política necesaria para su establecimiento, pero había que amarrar esa
idea con hilos de acero.
La Deuda (…) promueve la comprensión de las secuencias
políticas que han puesto en condición el dispositivo y tiene sentido, en la
medida que permite delatar los artificios que ocultan la estrategia
capitalista. [2]
Para
mediados del primer período presidencial de Richard Nixon, la venta
indiscriminada de bonos de deuda estadounidense había causado que el
crecimiento del país tendiera a la baja (compensación-crisis) y que la
inflación tomara un rumbo ascendente. Nacía el fenómeno económico del siglo XX:
la estanflación. Ahora bien, para 1971, con el fin -supuestamente- de corregir
el rumbo de la economía doméstica, el gobierno de Estados Unidos anunció su
disposición a no cumplir más el compromiso de no emitir más de 37 dólares por
onza de oro en reserva, lo que provocaría la subida del precio del metal y
causaría la devaluación del dólar, fortaleciendo su economía financiera.
Mientras
tanto, desde el Sistema Interamericano se presionaba para que los países
latinoamericanos se pusieran a la vanguardia, en cuanto a la disposición a
reorganizar las estructuras jurídicas internas de cada nación, con el fin de
que fuera no solo posible sino necesario para cada estado entrar en la vorágine
de préstamos internacionales, para la construcción de megainfraestructuras
tales como autopistas, carreteras, puertos, aeropuertos y represas, que
estuvieran al servicio de los negocios de extracción de materias primas, que
serían utilizadas por las grandes transnacionales para sacar las materias
primas de los países, pero que serían pagadas por los estados por medio de
financiamientos otorgados por bancos internacionales, que serían cancelados con
una parte importante de la recaudación fiscal que con las mismas obras se
obtuviera.[3]
Aunque
dichas obras parecían en principio dirigidas al desarrollo de los países, la
experiencia fue que cuando se acababa la materia prima en la zona explotada, la
transnacional dejaba de hacerle mantenimiento a la carretera o abandonaba las
instalaciones portuarias; y la inversión que apenas estaba empezando a ser
pagada por el país, se perdía por falta de mantenimiento, porque dicha obra no
había sido hecha tomando en cuenta las necesidades de la nación, sino las de
las empresas que las hicieron, las usaron y las seguirían cobrando casi por
siempre. Ejemplo de ello es la propuesta de construcción de un puerto en el sur
del Lago de Maracaibo, para la exportación de carbón de unas minas en Cúcuta,
que la empresa estadounidense se proponía sacar por Venezuela, probablemente porque
el producto iba dirigido a la costa este de Estados Unidos.[4]
En
el año 1974 el sistema de las Naciones Unidas definitivamente aprobaba sin
votación un acuerdo para el establecimiento de aquel Nuevo Orden Económico
Internacional[5] que normaría en sus
estatutos todas las relaciones de producción que en adelante se establecerían y
sobre todo, pretendía guiar el camino del “Diálogo Norte-Sur”..
Los
diversos Estados del mundo están implicados, de una manera u otra, en la idea
de un Nuevo Orden Económico Internacional, un nuevo orden que reemplace el
actual que está basado, de acuerdo a los primeros, en la explotación de las
naciones del Tercer Mundo por parte de las unidades políticas estatales
industrializadas y con mayor avance tecnológico. Dicho orden se procurará
establecer a través del diálogo, la persuasión y los convenios entre ambos
grupos de Estados que cada día que transcurre ven ensancharse más la brecha que
los separa.[6]
La
idea de ese nuevo orden ofrecía formalmente revisar para resolver el tema de la
justicia social, tal como lo planteaba el canciller venezolano Arístides
Calvani, “en el plano internacional es
necesario tener un valor, es decir, un principio hacia el cual nuestra conducta
se encamine y que sirva de orientación a la misma. Ese principio es el de la Justicia Social Internacional
(…)”[7]; empero en la realidad esa fue la
“puerta por la que se coló” la idea de que los países pobres necesitaban ser
ayudados por los países ricos a través de los mecanismos multilaterales, que
utilizarían los bancos transnacionales como ejecutores de las “ayudas”
financieras que recibirían los países “en desarrollo”, porque se consideraba imposible
que cada país por sí mismo lograra direccionar sus recursos para el desarrollo.
De
allí en adelante los organismos multilaterales ofrecerían y al final forzarían
a los estados nacionales, a tomar los empréstitos. Mientras los pueblos eran
convencidos por los medios de difusión que los bancos internacionales los “ayudaban”,
la deuda se acumulaba. Los países subdesarrollados habían caído en la trampa de
Wall Street:
La
trampa consistía en pedir prestado lo que eran prácticamente los petrodólares
reciclados de la OPEC
invertidos en los principales bancos de Nueva York y Londres, los bancos del
eurodólar, que prestaron los dólares a prestatarios desesperados del Tercer
Mundo a “tipos de interés variable” vinculados a las tasas Libor (promedio de
la tasa interbancaria de Londres).[8]
Y una vez que los
países tuvieron altísimos niveles de endeudamiento, entonces
(…)
el Libor aumentó unos 300% en unos meses como resultado de la terapia de choque
de Volcker, esos países no estuvieron en condiciones de continuar cumpliendo.
Se llamó al FMI y comenzó el mayor bacanal de saqueo en la historia del mundo,
mal llamado la Crisis
de la Deuda del
Tercer Mundo.[9]
Así
se instauraba La Deuda
como nodo fundamental del llamado Nuevo Orden, que no era otra cosa que la
globalización del modo de producción capitalista. Hay en el repositorio del archivo
histórico de la
Cancillería un documento de trabajo de 1978 que expone un muy
buen análisis al respecto.
Hemos leído y
reflexionado sobre las ideas, proposiciones, discursos y ponencias que han
venido conformando el llamado “diálogo Norte-Sur” y que, en el fondo, se reduce
a la frustración de un monólogo de las naciones pobres hacia y entre las
naciones ricas. Estas se limitan a una manifestación de buena voluntad, a la
expresión de una cortesía que no rompa con los privilegios fundamentales de su
hegemonía, y tal vez a la concesión de parte de los poderosos de una tasa de
explotación tolerable por parte de los débiles. [10]
Ya
en ese momento era notorio que de la diplomacia en que las relaciones entre
estados parecían desarrollarse con fines de poder político quedaba cada vez
menos. Las relaciones internacionales se definirían en adelante por la
interdependencia entre los estados, las corporaciones transnacionales, los
organismos multilaterales y las organizaciones “no gubernamentales”.[11]
En adelante el
remedio preferido para las crisis sería el descenso de los precios, que se
logra con la generalización de la producción de productos a bajo costo para
luchar contra la inflación; ello exige a su vez el desarrollo ingente del
consumo por una parte, pero por la otra el recorte salarial; es decir, el alza
del consumo y la deflación de los salarios bajos y medios. Ahora bien, ¿quién
consume entonces los productos, qué personas conforman el mercado? La respuesta
es LOS CAPITALISTAS. Y ¿cómo se pagan esos productos si los ingresos son tan
bajos? Con la deuda soberana pública pero también privada: “Los gobiernos endeudarán al Estado no sólo conviniendo deuda pública,
sino ‘avalando la deuda privada’.” tal como acota Judith Valencia. [12]
Porque aunque
la deuda haya sido vendida como uno de los principales factores desarrollistas
dentro del sistema capitalista, la verdad es que la deuda es la socialización
de las pérdidas, mientras se privatizan las ganancias.
Es así como el
Estado figuraba como aval de las concesiones exteriores de préstamo a agentes
privados y las inversiones fallidas o la insolvencia de estos agentes hizo que
determinadas deudas particulares pasasen automáticamente a convertirse en deuda
pública. Así mismo, la fuga de capitales privó a estos países de una fuente de
ahorro interno imprescindible para el impulso del propio desarrollo.
Aunque
la economía (venezolana) experimentó una recesión a partir de 1977, el alza de
los precios del petróleo en 1979 duplicó los ingresos venezolanos y dio lugar
al correspondiente incremento de gasto y endeudamiento. Debido a la
sobrevaluación de la moneda nacional, los productos importados resultaban
baratos y, por supuesto, los dólares también. A medida que los precios del
petróleo iniciaron su descenso en 1982 y la economía una vez más entró en un
proceso de recesión, las compras y las transferencias de dólares se volvieron
masivas al punto que, en febrero de 1983, ante una drástica reducción de las
reservas, el gobierno socialcristiano (COPEI) presidido por Luis Herrera
Campíns, se vio obligado a devaluar la moneda por medio de un esquema de cambio
diferencial.[13]
Lo
que nadie parece preguntarse es porqué Estados Unidos, que es la nación con la
mayor “deuda soberana” del planeta, nunca ha tenido una “crisis de la deuda”.
La respuesta es que siendo el país emisor de la moneda en que se produce la
deuda, cada vez que están a punto de entrar en cesación de pagos, aumentan el
techo de su deuda, es decir emiten más papel, lo que hace que el dólar baje de
precio y la economía doméstica se fortalezca para poder seguir pagando. Las
economías del resto del mundo dependen por el contrario de las decisiones
financieras que allí se tomen; es así como lo que pareciera ser la misma deuda
o al menos el mismo proceso de endeudamiento, tiene un efecto en los países
pobres y otro en Estados Unidos: los países pobres quiebran y necesitan ser
“auxiliados” para que puedan seguir pagando el precio de ser pobres.
Quiebras y Planes de Ajuste Estructural
Así, llegó un
momento en que los países pobres gastaban más dinero en devolver los intereses
de la deuda que en la reproducción de sus propias condiciones materiales de
existencia: el mecanismo para lograrlo había sido la variabilidad de las tasas
de interés. Se contrataba un crédito con un interés inicial de 5%, a los seis
meses había que pagar el interés al 8% y al año al 20%; no hay en el mundo una
persona, natural o jurídica, que pueda pagar un préstamo con un interés
infinitamente creciente. Los países caían en “default” o cesación de pagos como
moscas, unos tras otros.
Entonces se
buscó una solución salomónica: la restructuración de la deuda. Así se obligó a
los países “tercermundistas” a usar las divisas que conseguían con sus
exportaciones para pagar los intereses de su deuda exterior.
De toda la maraña de acontecimientos, lo que queda a
la vista del común de los mortales son los montos por cancelar y las
fluctuaciones de los intereses del servicio. Lo oculto es el sentido
estratégico del dispositivo: una deuda que no fue diseñada ni contraída para
cancelarla. Fue diseñada y contraída para convertirla en capital productivo con
la política de las privatizaciones.[14]
Según el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial la solución de la crisis en
Latinoamérica requería de líderes locales dispuestos a dejar que un nuevo
régimen de economía neoliberal se impusiera a cualquier costo; para ello habría
que preparar a la sociedad en general a soportar las crecientes inequidades e
injusticias y estar en disposición de aplastar las protestas allí donde se
presentaran: otra vez explicadas por “la Crisis”.
Con ese fin se
completaban las condiciones subjetivas para el cambio: se imponían las tesis
sobre la incapacidad de los políticos para dirigir los destinos de los pueblos
y sobre las bondades de la gerencia nacional: mayor rendimiento-menor costo. La
política sería en adelante tratada como un virus maligno que había que
erradicar de la vida de los países:
Es preciso apuntar, sin embargo, que la administración
que llegó al poder en marzo de 1984 actuó con bastante decisión para
restablecer en la industria petrolera los principios originales del
apoliticismo, autofinanciamiento, gerencia profesional y meritocracia. Esto se
ha hecho parcialmente, pero es evidente que aún subsiste un cierto grado de
contaminación política en la industria que debe ser totalmente erradicada.[15]
Nadie preguntó
por la relación entre la ineficiencia de las políticas públicas aplicadas en
las naciones del Tercer Mundo y la planificación financiera mundial del
Departamento del Tesoro de Estados Unidos a partir del fin de la guerra en
Europa.
Tampoco
parecía ser un problema el que los destinados a manejar los estados nacionales
con todas sus complicaciones eran aquellos que, disponiendo de inmensas
cantidades de dinero, provenientes de las mayores riquezas naturales del
planeta, no habían sido capaces de gerenciar sus propios negocios. Y no solo no
contribuyeron a la organización de un aparato industrial para sacar en su
momento a la región del “subdesarrollo”, sino que fracasaron estruendosamente
ante la incursión de los grandes capitales transnacionales, que arrasaron con
la casi totalidad de sus capitales.
Solo unos
pocos lograron desarrollar sus procesos de producción y de acumulación, para
asimilar otros capitales de parecido tamaño al de ellos, en función de su
sobrevivencia y conversión en capitalistas multinacionales, mientras la mayoría
fueron víctimas más o menos voluntarias, de la subsunción capitalista.
En Venezuela
hay ejemplos de ambos. Por un lado están los capitalistas que después de varios
éxitos en la quiebra y posterior compra forzada de sus empresas competidoras en
rubros diversos, en los años noventas dieron un viraje hacia un sector que en
ese momento tuvo sus mayores desarrollos tecnológicos en el mundo
–telecomunicaciones- y se convirtieron en emporios regionales, permitiéndose la
reinversión de esos capitales en verdaderas industrias multinacionales como las
de minería. Por otro lado están las empresas de energía eléctrica (uno de los
monopolios naturales en el mundo), que no hicieron jugadas capaces de hacer que
sus capitales traspasaran las fronteras locales y al final fueron absorbidos
por holdings multinacionales.[16] Naim
los describía así en 1984:
Para muchos de nuestros gerentes fue mucho más
rentable, prometedor y seguro –además de cómodo y agradable- cultivar buenas
relaciones sociales con todo tipo de funcionarios públicos que dedicarse a
mejorar el flujo de producción y supervisar de una manera disciplinada y
rigurosa a los subalternos (…) hay características que hacen que las empresas
estén diseñadas para manejar la rutina del presente y no para anticipar
posibilidades y riesgos del futuro y actuar en consecuencia.[17]
Pero la Doctrina “Hands-off
business” de Reagan y Thatcher había causado que en el ser social se elaborara
la idea social de la culpabilidad de los políticos locales en todas las
quiebras de que serían víctima la mayoría de los países latinoamericanos en los
venideros años noventas. El imperio más poderoso de la historia de la humanidad
lograba así lo que ninguno antes pudo: que las clases capitalistas de los
países de la periferia aceptaran con alegría –cooptadas-[18] ser
humilladas y esquilmadas por sus pares de las metrópolis.
Los países
empezaron a declararse en quiebra. No podían pagar el servicio de la deuda, lo
que hacía que esta se acumulara de manera monstruosa y hubiera que renegociar
los montos para comprometerse a pagar los intereses. El fenómeno empezó a ser
denominado “Crisis de la Deuda
del Tercer Mundo”.
Todavía a
mediados de los años ochentas algunos políticos latinoamericanos, cuya
supervivencia dependía en mucho del éxito en solucionar las contradicciones
sociales de sus países, resistían a la globalización y se disponían a hacer lo
posible por conservar sus porciones de poder. Es así como Rafael Caldera y
Carlos A. Pérez, ambos presidentes de Venezuela en su momento, pero representantes
de diferentes puntos de vista en política, decían lo mismo en diferentes momentos:
(…) la actividad y participación de Venezuela junto a
los demás países en vías de desarrollo, asiáticos, africanos y
latinoamericanos, en el seno de la
UNCTAD, tendió principalmente a tratar de obtener de los
países desarrollados una mayor cooperación en el campo internacional (…)
A tal efecto, la actitud asumida por Venezuela en el
orden de las relaciones internacionales ha estado orientada, por una parte, a
defender una posición que afiance su soberanía económica, a través de acciones
tendientes a modificar las relaciones de dependencia del país; y por la otra, a
afianzar el proceso de integración Económica Latinoamericana, contribuir al
establecimiento del Nuevo Orden Económico Internacional, y fortalecer el
principio de la cooperación entre naciones.[19]
Pero en 1984
la presión de los organismos internacionales sobre los gobiernos, para que
firmara su incorporación al GATT, era evidente.[20] Ese
mismo año ya se preparaban las medidas económicas que conformarían la
preparación para el Consenso de Washington, que no tardaba en emerger. Cada
país estaba negociando el tratamiento de su deuda por su lado y estaban
preparando los movimientos políticos para resistir lo que venía con los planes
de ajuste.[21]
Una de las
medidas fueron los convenios para evitar la doble tributación.[22] Los
países pobres empezaban a recibir la tan ansiada “inversión extranjera”, que no
era otra cosa que la privatización de los negocios rentables en cada país: en
Venezuela se trataba de la banca y las finanzas, las minas y la energía. Pero
las “condiciones” impuestas por las transnacionales para “invertir” era que se
liberara de toda responsabilidad local a las empresas que compraban, por
ejemplo, los impuestos. Así, se llegó a firmar lo que se llamó “Convenios para
evitar la doble tributación”, con los que la nación pobre se comprometía con la
nación rica a que las empresas no tendrían que pagar impuestos aquí, tal como
estaban obligados los nacionales a hacerlo.
Con ello, no
solamente la posibilidad de competencia de las empresas nacionales era por
supuesto nula, sino que además la única fuente de ingresos que tenían los
países para pagar sus respectivas deudas, quedaba reducido a cero. Así, además
de endeudarse para que las transnacionales sacaran las riquezas, el país veía
cómo se las llevaban de la nación, sin siquiera recibir ingresos para pagar la
deuda.
En 1984 se
daba inicio a lo que se llamó las Rondas de Negociación de la Deuda Externa, que para
Venezuela fueron cinco en total[23] hasta
1989.
El estallido de la crisis de la deuda en 1982, cuando
México anunció su incapacidad de pago, sembró pánico en los círculos
financieros internacionales. (…) Para protegerse del riesgo que, según algunos
analistas, habían subestimado en la década anterior, exigían condiciones
sumamente duras en comparación con las que habían concedido para los préstamos
vigentes: plazos cortos, comisiones altas y márgenes grandes sobre Libor.[24]
En 1986 se
reestructuraba el Instituto de Comercio Exterior ICE; hasta ese momento el ICE había
sido un organismo adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores venezolano,
encargado de servir de correaje para que empresas extranjeras interesadas en
invertir en el país obtuvieran con celeridad toda la información necesaria para
realizar sus gestiones. De la restructuración en adelante el ICE funcionaría
como un organismo internacional inserto en el aparato estatal venezolano, que
se encargaría de gestionar ante las leyes venezolanas el mejor beneficio para
las empresas transnacionales[25].
Pero como ya
se dijo, la mayor parte del planeta estaba comprometido y empezaban a alzarse
voces alrededor del mundo pidiendo una solución global. Así que en 1985, en
vista del peligro en que podía estar la economía mundial si los deudores se
ponían de acuerdo para no pagar, Estados Unidos a través del Departamento del Tesoro
propuso el Plan Baker, que planteaba a los acreedores refinanciar y a los
deudores “reformar sus economías” para que pudieran pagar. De tal manera que en
1987 Venezuela firmó la “mejor renegociación del mundo” -Jaime Lusinchi dixit-,
cuyos pagos se harían con base en el gasto deficitario y las reservas y en
estas condiciones:
Venezuela reprogramó la porción refinanciable de su
deuda con intereses 7/8 por ciento sobre Libor (en comparación con los 13/16
otorgados a México y Argentina) y se comprometió a pagarla en 14 años (en
contraste con los 20, 19 y 17 años negociados por México, Argentina y Chile,
respectivamente). No se le concedió el período de gracia que había pedido ni se
acordaron nuevos préstamos (…). Tampoco se le aceptó incluir una “cláusula de
contingencia”, que hiciera depender el cumplimiento del acuerdo del precio del
petróleo, que en definitiva, determina la capacidad de pago del país.[26]
Carlos
A. Pérez sería la presidencia que definitivamente daría al traste con la “clase
política” venezolana del siglo XX. Pérez era el último representante activo del
sector social que había visto la luz a mediados del siglo XX, que se habían
apoderado del aparato político del estado, decidiendo desde allí el rumbo que había
tomado Venezuela en esos tiempos. El nuevo gobierno había llegado con una
campaña publicitaria que vendía una confusión: parecía que “El Gran Viraje”
sería la vuelta atrás a la bonanza vivida en el primer gobierno del presidente
Pérez, pero como su nombre lo decía, en realidad lo que anunciaba era un viraje
con respecto a esas políticas: el país viraría hacia el Neoliberalismo.
En 1988 se
sabía que la nación no iba a poder cumplir con los compromisos adquiridos y se
acudió al Fondo Monetario Internacional, que impuso como medida fundamental la
adopción de los Planes de Ajuste Estructural, también conocido como el Consenso
de Washington. Literalmente las medidas eran:
1.
Disciplina presupuestaria (lograr el déficit 0)
2.
Reordenamiento de las prioridades del gasto público (el
gasto público debe concentrarse donde sea más rentable)
3.
Reforma Impositiva (ampliar las bases de los impuestos
y reducir los más altos)
4.
Liberalización de los tipos de interés
5.
Un tipo de cambio competitivo de la moneda
(devaluación)
6.
Liberalización del comercio internacional (disminución
de barreras aduanales)
7.
Eliminación de las barreras a las inversiones
extranjeras directas
8.
Privatización (venta de las empresas públicas y de los
monopolios estatales)
9.
Desregularización de los mercados
10. Protección
de la propiedad privada extranjera
Una semana
después de haber anunciado las medidas se sucedía “El Caracazo”, que era la
primera consecuencia social del anuncio de la aplicación de los planes de
ajuste estructural en el mundo; una semana después se anunciaba el Plan Brady,
lo que evidencia la anticipación que de la crisis social se había hecho en
círculos financieros. Esa propuesta del Tesoro estadounidense ponía el énfasis
en la reducción de la deuda por parte de los acreedores y la flexibilidad del
FMI con los cronogramas de pagos.
A principios de 1989 Venezuela
firmaba la “Carta de Intención” con el FMI, con lo que se evidenciaba
que cinco rondas de negociación no sólo no lograron detener la debacle
financiera venezolana, sino que por el contrario llevaron al país en la vía de
la renuncia a toda soberanía y a la venta de todo su estructura productiva a
precio de gallina flaca. Con la aceptación del Consenso de Washington,
Venezuela exportaba los restantes lingotes de oro que respaldaban sus reservas
internacionales y que hasta ese momento se encontraban en custodia de la
nación, en las bóvedas del Banco Central. A partir de allí la nación, como
muchas otras desindustrializadas, pagaría no sólo por el servicio de una deuda
ilegal en su mayor parte, sino además por el servicio de tenencia de nuestro
oro.
Con la firma de las primeras
cartas de intención de pago con el Fondo Monetario Internacional, el
capitalismo había recuperado el concepto original de la Deuda[27] como
el núcleo del sistema capitalista, haciendo descansar la mayor parte de su
funcionamiento en la cuestión financiera. Los partidos políticos desaparecían,
los empresarios empezaban a ganar elecciones y las naciones ya estaban jurídica
y económicamente preparadas para ser intervenidas y transformarse en meros
“bienes de capital” disponibles a la puja del mejor postor. Los “locos años
ochentas” o la “década perdida” terminaban con balance positivo para el
capitalismo; todo estaba listo para el inicio del Nuevo Siglo Estadounidense.
El mundo del Nuevo Siglo Estadounidense debía ser
dirigido por el campeón del libre comercio por doquier, lo que también
beneficiaba excepcionalmente a la economía más fuerte de los primeros años de
la posguerra: EE.UU.[28]
Los años
noventa empezarían para Latinoamérica con el firme propósito de la inclusión de
los países que estaban rezagados con la firma del GATT, con la finalidad de dar
el paso siguiente, que era la firma del Área de Libre Comercio para las
Américas. Después de “la crisis” de los veinte años anteriores, el ALCA se
vendía como la solución para los todos los problemas del área, que se leían con
independencia del funcionamiento del capitalismo: la crisis era culpa de los
pueblos que no habían sabido escoger sus líderes políticos. La solución era que
las corporaciones manejaran el mundo. Los problemas causados se vendían como la
solución.
Esto no concluye
Las
“crisis” no deben entenderse como coyunturas de inestabilidades del sistema en
que es necesario hacer cambios para que el sistema no se fracture. Las crisis en
realidad son la forma en que funciona la economía, que se compone de ciclos cortos
y ciclos largos, tal como lo planteó Nikolai Kondratiev[29]. La experiencia
soviética y china demostró esa teoría: lo que lograron los países que se
llamaron socialistas fue desarrollar las fuerzas productivas del capitalismo, a
fin de que grandes naciones que habían llegado al siglo XX como feudales dieran
el salto hacia su industrialización.
Sin
embargo eso no quiere decir que no haya posibilidad de superar el capitalismo; pero
confirma el postulado marxista según el cual el mundo debe llegar a un nivel de
desarrollo de sus fuerzas productivas que permita que las contradicciones
sociales se agudicen, para que pueda haber enfrentamientos entre las clases,
que den inicio al salto revolucionario para que cambie el modo de producción,
que debe cambiar en todo el planeta, para que pueda haber un cambio real.
Es claro para
Marx que el proletariado debería asegurarse que eso sucediera antes que el
capitalismo acabe con el planeta; la tarea de los revolucionarios en la
actualidad es desarrollar la conciencia social en el proletariado, para que mientras
se crean las condiciones objetivas suficientes para que las contradicciones de
clase sean tan fuertes que sea inevitable un cambio revolucionario, los
proletarios del mundo tengan una visión clara de su papel en la historia:
Una formación social jamás perece hasta tanto no se
hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta
ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas
y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan
sido incubadas en el seno de la propia antigua sociedad. De ahí que la
humanidad siempre se plantee sólo tareas que puede resolver, pues
considerándolo más profundamente siempre hallaremos que la propia tarea sólo
surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando
menos, se hallan en proceso de devenir.[30]
REFERENCIAS
Fuentes primarias
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- Archivo Histórico del Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores
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[1] Cuadra, H., El
Derecho Internacional y el Nuevo Orden Económico Internacional, p. 49. Es interesante notar que en las
afirmaciones subrayadas se hace evidente que la presión por el endeudamiento
sería sobre todo el sur (entendido SUR como subdesarrollo).
[2] “La deuda como dispositivo estratégico” es el título
del último capítulo del libro de la Profesora
Judith Valencia y no hay mejor expresión para definir la
perversión de lo sucedido en el mundo en este período de la historia.
[3] Ver Doc. No. 8
[4] Notar que el Documento N° 8 dice que la propuesta a
Venezuela es porque los costos son menores, pero no se cita opinión alguna del
gobierno colombiano.
[5] Ver sitio web de ONU
[6] García,
O., El Nuevo Orden Económico
Internacional (con referencia a Venezuela), en Politeia No. 7, p. 443
[7] Libro
Amarillo, p. J, 1973
[9] Idem
[10] Ver Doc. No. 14. El subrayado es nuestro.
[11] Ver Nye,
Diplomacia pública.
[12] Valencia,
J., p. 96
[13] Josko,
E., Las estructuras de negociación en la
renegociación de la deuda externa de Venezuela, en Politeia No. 14, pp.
249-284, p. 258
[15] Coronel,
G., “Energía y Petróleo: evolución, organización y perspectivas” en Naim y
Piñango, El Caso Venezuela, p. 191. El
subrayado es nuestro.
[16] Ver las historias de “Cisneros” y “La Electricidad de
Caracas” respectivamente.
[17] Naím,
M., “La Empresa
privada en Venezuela: ¿qué pasa cuando se crece en medio de la riqueza y la
confusión?” en Naim y Piñango, El Caso
Venezuela, p. 177 y 178.
[19] García,
O., “El Nuevo Orden Económico Internacional (con referencia a Venezuela)”, en
Politeia No. 7, p. 467. El subrayado es nuestro.
[20] Ver Doc. No. 18
[21] Ver Doc. No. 20
[22] Ver Doc. No. 21
[24] Josko,
E., Las estructuras de negociación en la
renegociación de la deuda externa de Venezuela, en Politeia No. 14, pp.
249-284, p. 259
[25] Ver Doc. No. 22
[26] Op. cit., p. 266
[27] Ya lo planteaba Lenin
en El Estado y la Revolución: “Para
mantener un poder público aparte, situado por encima de la sociedad, son
necesarios los impuestos y las deudas del Estado.”, p. 19. El subrayado
es nuestro.
[28] Ver Engdahl,
Los fundamentos financieros del siglo
estadounidense.
[29] Ver
Kondratiev y Shumpeter
[30] Marx, K.,
Contribución a